Capítulo 58

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"Nadie debería acostumbrarse a lo malo

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"Nadie debería acostumbrarse a lo malo. Después llega lo bonito y crees no merecerlo"

-Elena Poe.

Capítulo 58 – Tentando al fuego.

Estaba muy angustiada.

La madre de Alecksander me sacaba de mi centro de confort, y el que me dieran el alta definitiva me dejaba solo una opción.

Volver a casa.

Demonios, no quería ni pensar en la sensación que me provocaba la sola idea de volver.

Suspiré y alcé el rostro, los ojos oscuros de una de las personas que siempre amaría chocaron con los míos, se oscurecieron y achicaron, retándome.

Su boca se abrió, pero no quise leer lo que me decían sus labios. Así que me di la vuelta sintiendo el labio inferior temblar, y cerré los ojos mientras tomaba un profundo respiro.

Vamos, Aura. Vamos, entra allí. Debes hacerlo.

No podía. Aunque estaba empezando a odiar no poder hacerlo. Suspiré y caminé lo más rápido posible, alejándome. Mi amigo había sido transferido a una habitación normal y más amplia, ya que sus quemaduras necesitaban cerrar.

Siempre estuve al pendiente de él y la única vez que entré fue para besarlo en la frente, y cuando estuvo lo suficientemente drogado como para no despertar incluso en el Apocalipsis.

Adelanté el paso mirando al suelo, para poder salir de aquel cumulo de presiones.

—¡¡CUÑIS!! —el grito paralizó a medio hospital, me giré con los ojos abiertos y las mejillas sonrojadas al detectar el peso de las miradas acusatorias. Para cuando Miny llegó a mi alcance le hice un gesto de reproche por gritar tanto.

—Minhail, no puedes hacer ruido en un hospital, mucha gente... —

—Si, sí —agitó las manos como si borrara mi regaño del aire —Mira, mi prima llegó, quiero presentártela. Es una pasada, y aunque no me cae tan bien como tu porque tiene novio, es buena y...

Y la pequeña hermana de Alecksander parloteó mientras me arrastraba a la habitación de su hermano. Las miradillas curiosas y algunos gruñidos de personas cuando Minhail las empujaba sin siquiera darse la vuelta para ver el daño que dejaba a su paso me revolvió el estómago.

Necesito esa confianza, Jesucristo Redentor.

Bueno, también teníamos que tener en cuenta que ella era una niña un poco mimada que pasaba las reglas por la falda de sus vestiditos. Abrí los ojos con culpabilidad cuando un hombre con muletas casi cayó al suelo para no pisar a Minhail, que enojada pisó su pie sano y empezó a gritar a todo pulmón.

Hice lo que tuve que hacer.

La tomé por debajo de los brazos. Y aunque pataleó y trató de soltarme, la pegué contra mi pecho, agradeciendo al cielo que mi mano estaba mejor —no sentía mayor cosa porque hace una hora me habían inyectado algo en la vena— y eché a correr rumbo a un lugar donde señorita patea culos no encuentre más víctimas para herir.

Mi Agridulce Salvación © - #1 Los Sabores del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora