Andaba de camino a encontrarme con Max absorta en mis pensamientos, en mis emociones, en la propuesta de los chicos. Solo ir a verlos al estudio y ya está. No, no estaba andando; estaba volando. Salí del metro de Callao atropellada subiendo las escaleras y me topé con Max, que bajaba a darme el encuentro después de haberme visto. Vestía unos pantalones marrones con una camisa blanca abotonada, el cabello peinado con cera y un fuerte perfume que acompañaba a su reluciente sonrisa al rozarme los labios.
Guapísimo.
Yo, en cambio, volvía de haber estado tirada en un césped comiendo kebab y cantando después de haber salido de la universidad. No me había puesto perfume ni había podido arreglarme, solo portaba una mochila de colores nude en la espalda y una etiqueta que decía «estoy súper feliz» en la frente. No parecía importarle mi aspecto —ni tampoco iba tan mal—, pero me sentía fuera de lugar a su lado por nuestras diferencias de vestimenta.
—Qué contenta vienes —dijo por encima del jaleo de la multitud y me tomó de la mano.
—He estado con mis amigos —le conté con ilusión.
Mis amigos, qué bonito sonaba, y qué precipitado cuando solo hacía un día desde que habíamos pasado tantas horas juntos, compartiendo incluso cosas que no había compartido en tres años con mis amigas. Me puse a tararear la canción que instantes antes había estado cantando con Estani y nos acercamos a una heladería de Sol mientras me contaba qué había hecho durante el día.
—¿Qué sabor te vas a pedir?
—Tarta de queso, ¿y tú?
Max meditó unos segundos antes de soltarme la mano para atender una llamada telefónica. Quedaban dos personas por delante de nosotros.
—Chocolate —me susurró al oído—. Mitad chocolate, mitad nata.
Levanté el pulgar y él se alejó un par de metros para que el bullicio no interfiriese en su conversación. En cuanto fue mi turno, saqué la cartera, le dije a la dependienta morena y muy agradable los sabores en tarrina que queríamos y pasé la tarjeta de crédito por el lateral de la máquina de cobro. Luego de que me entregase los helados, volví con Max, que justo colgó al tenderle la tarrina de chocolate con nata. Fuimos yendo al Parque del Retiro charlando y helándonos las lenguas, presenciando los espontáneos conciertos callejeros de músicos que tocaban de maravilla. El frío comenzaba a hacer acto de presencia con la caída del día, oportunidad que aproveché para acercarme a Max y él lo hizo para mancharme la nariz de helado. Me vengué espachurrándole el helado de la cuchara en el moflete y empezamos a reírnos como dos críos en su primera cita. Para cuando quise darme cuenta, los nervios me habían abandonado y teníamos los dedos entrelazados como una pareja caminante más.
—Oye, ¿qué tal esa amiga tuya? —me preguntó al sentarnos en uno de los bancos del parque.
—¿Te refieres a Nicki?
—Por la que tuvisteis que iros de la fiesta.
—Sí, es Nicki. Los reencuentros con personas del pasado, si la cosa no acaba bien, nunca son agradables.
—Así que un mal de amores —musitó acomodándose en el banco con los brazos abiertos.
Pude contemplar cómo el vaho salía del perfil de su boca, con la oscuridad del cielo y la escasa iluminación de las farolas que se erguían a lo lejos. Max tenía la voz grave, seria, era poco hablador. Y la mirada, profunda, la desplazó hasta mí por el rabillo de su ojo. El corazón se me aceleró. ¿Cuándo se había vuelto tan adulto? En mis recuerdos aún lo relacionaba con el chico que había conocido por los pasillos el primer año de carrera.
—¿Qué hay de ti? —quiso saber.
—Ah, ¿eres un mal de amores para mí?
—Me gustaría ser de los buenos.
—Lo eres, de momento —dije con burla.
Me atrajo a sí mismo con el brazo derecho y no lo detuve, me acurruqué en su pecho con los pies en el banco y las piernas encogidas. En las mejillas sentí el cosquilleo de la piel al rozarse, me estaba acariciando con el pulgar, el mismo dedo con el que me elevó el rostro para besarme. Tuve que incorporarme un poco y llevé mi mano a su mandíbula. Nuestros labios dieron paso a nuestras lenguas, que juguetearon entre ellas primero con tranquilidad y luego con ganas acumuladas. A Max se le entrecortaba la respiración, podía escuchar cómo le latía con fuerza el corazón. A mí, estaba segura, igual. Sujetó entre las manos el contorno de mi cara y me siguió besando con brío, impaciente y deseoso, hasta que nos separamos y volvimos a la posición inicial con una sonrisa mutua. Me contó que su relación anterior había terminado porque su pareja le había sido infiel, que él no soportaba ni perdonaba las traiciones. Lo decía como si aún le pesara. Sí, estaba convencida de que la herida no se había cerrado, le dolía. Y concordamos en que la honestidad era muy importante en una relación como si ya estuviésemos estableciendo las bases de la nuestra.
—Me gustaría presentarte a mis amigas.
—Espero parecerles buen partido para ti —soltó con sorna.
—Bueno, yo les dije que eras un capullo, que me habías ignorado y que... —Lo miré con la risa contenida y su expresión me hizo romper a carcajadas—. Vamos, no te deprimas.
—Creo que es mejor que no me las presentes —ironizó.
—Son muy cachondas, te caerán bien.
—Quizá debería invitaros a mi casa, tengo un salón de juegos con karaoke, futbolín y minibar.
—¿En serio? ¡Eso es flipante! —me emocioné—. Por mí encantada, deja que hable con ellas y se lo proponga.
—Vale, avisaré a algunos amigos también, a ver si podemos remediar el mal de amores de Nicki.
Para eso ya estaba Jimmy, pero cuantos más fuésemos, mejor. Lo observé contenta, no sabía en qué momento me había empezado a sentir tan a gusto con él, o si era el efecto de haber pasado media tarde rodeada de esos granujas que solo me hacían reír y ser yo misma. En ese momento, Max recibió otra llamada de parte de Desconocido que no quiso atender y pude ver en la pantalla que eran cerca de las nueve. Di un respingo y enseguida me puse en pie apurada por la hora, abrí el chat y le escribí a mi madre:
Hela:
Mamá, perdona por la hora
Ya hemos acabado el trabajo
Estoy yendo
Mamá:
Perdóname a mí por no habértelo contado
Solo espero que lo comprendas
Hela:
¿A qué te refieres?
Mamá:
Nunca he sido buena con este tipo de cambios
No he sabido cómo contártelo
Hela:
Déjate de rodeos
No me asustes
Mamá:
Cuando llegues, lo comprenderás.
¿Qué tipo de cambio no había sido capaz de contarme? Se me revolvió el estómago al recibir su último mensaje y Max pasó a un segundo plano, solo quería llegar para descubrir a qué diablos se quería referir mi madre. Ese secretismo que tenía siempre con todo como si yo no formase parte de la familia o de sus decisiones —que también me afectaban a mí— me mataba. Me despedí de Max con un beso rápido y un «necesito volver a casa, ya te contaré». Sin más dilación ni explicaciones aceleré la marcha rumbo a mi casa.
ESTÁS LEYENDO
©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021
Romance❤️FINALISTA WATTYS2021❤️ Ninguno imaginó que una coincidencia en el pasillo de la universidad cambiaría para siempre sus vidas. Hela Luna, una joven que apenas se ha dado tiempo para descubrirse a sí misma por las exigencias de su madre divorciada...