Ni siquiera había podido desayunar y ya me encontraba en el bar de la esquina comprándole tabaco al maldito Amadeo a diez minutos del inicio del discurso. Era mi último año de carrera y no pensaba perdérmelo. Según Jimmy, "la ceremonia de apertura era la situación ideal para hacer contacto con los estudiantes y, por consiguiente, amistades". Si tres años habían bastado para pasar desapercibidos y no hablar con chicas (aparte de la hermana mayor de Jimmy, que ya se había graduado, y alguna que otra compañera de clase), el cuarto no iba a ser distinto. En lo que a mí respectaba, poco me importaba más que la carrera, los libros, los videojuegos y el intento de formar una banda de música con Amadeo y su batería, Jimmy y su bajo eléctrico, y mi guitarra eléctrica. Pero ellos, que eran mis amigos desde el instituto, también habían comenzado a incluir a las chicas desde mi última relación que, por cierto, duró seis meses. La más larga hasta el momento.
Hundí el dedo en el botón de Marlboro y la máquina vomitó el paquete de tabaco. Lo guardé, le mandé un mensaje para que aplacase su síndrome de abstinencia y salí pitando hacia la boca del metro.
Las multitudes me agobiaban. Si se hubiera tratado de un concierto, habría sido distinto, pero salir del vagón abarrotado, subir las escaleras mecánicas y respirar aire fresco era otra cosa. Le eché un vistazo a la hora que marcaba la pantalla del móvil y, como ya había supuesto, llegaba tarde. Entonces, abrí el grupo de chat que teníamos en común:
Estani:
¿Dónde estáis?
Amadeo:
Fila 6, por la izquierda.
Estani:
👍
Entré deprisa en el salón de actos y me senté junto a mis colegas tras localizar la cabellera de ricitos oscuros de Amadeo y a Jimmy, el único pelirrojo —y despeinado— de la fila. Tenían los ojos puestos en el escenario, donde una chica daba una charla sobre los valores que se adquieren durante la educación superior. Amadeo enseguida desvió la atención al juego que tenía instalado en el móvil; yo no. Clavé la mirada en esa joven de un curso inferior al nuestro que tanto me sonaba. No pasaron ni diez segundos, la reconocí al instante. "Hela, la diosa de la muerte de la mitología nórdica", había pensado al oír su nombre justo un año atrás, lo cual me había llamado la atención porque solía pasar horas y horas leyendo los libros de mitología que cogía prestados de la librería en la que trabajaba. La verdad es que no tenía nada de nórdica, pelo oscuro y largo recogido en una coleta, ojos también negros y rasgados, y un estilo de vestir que contrastaba con el resto de esos estudiantes modelo, que habían preferido dar buena impresión con trajes casi de gala. Parecía una chica bastante simple y risueña por la forma de hablar que tenía acerca de lo que significaba para ella la universidad.
—He conseguido la copa de oro en esta batalla —susurró Amadeo refiriéndose a la partida.
—Enhorabuena, tío, te lo has currado —le siguió el rollo Jimmy.
Lo miré recordando que aún tenía su paquete de tabaco en mi chaqueta, ya se lo daría al terminar el discurso. Lo que más me apetecía —y lo hice— era recostarme en la incómoda butaca con las piernas extendidas y seguir escuchando la melódica voz de esa chica. Me relajaba. Era una de esas tantas personas que me inspiraban, casi podía imaginarme componiendo canciones con mi guitarra. No solía juzgar a las personas antes de conocerlas (Jimmy sí lo hacía), pero las voces para mí eran... Música. Algunas entonaban y otras no. Podían significar una sola estrofa, una canción o un álbum entero. Recordaba haberme arrimado a Amadeo en el instituto solo porque su voz me hacía sentir tranquilo. Luego, descubrí que su personalidad también me serenaba. Era sensato y pacífico, aunque un gran e invencible rival en videojuegos.
Contemplé los focos que colgaban desde lo alto del escenario, crucé los brazos y cerré los ojos. Pensaba en lo poco que me apetecía llegar al curro después del almuerzo y seguir ordenando las estanterías para hacer hueco para la nueva mercancía. Era un tostón, como estar sentado tres cuartos de hora en el salón de actos sin saber en qué gastar las energías para evitar aburrirse. Todo había sido idea de Jimmy, el trabajo y asistir a esto. Yo quería rellenar cada hueco de mi tiempo libre y su hermana mayor, Linda, acababa de heredar el negocio de sus sueños después de que los abuelos fallecieran: una librería. A pesar de que leer era una de mis principales aficiones y andar olisqueando libros o analizando cubiertas me evadía de cualquier cosa, lo interesante llegó cuando Linda me presentó a una de sus amigas.
Se llamaba Amanda, y desde ese día aumentó la frecuencia de sus visitas hasta que compró un libro (5.000 maneras de decir te quiero) y lo devolvió con una notita y un número de teléfono apuntado en ella. Ya había notado cómo se sonrojaba cada vez que intentaba entablar conversación conmigo preguntándome por títulos aleatorios. Luego, cuando supo que era un friki de la mitología, comenzó a hacerme preguntas mostrando un interés repentino por el tema. Me había estado haciendo bastante gracia su actitud tímida y torpe, así que cuando recibí el libro con la notita, agregué el número y le mandé un mensaje por WhatsApp. Al final, todo terminó antes de empezar el verano porque ella pensaba estudiar un máster en Alemania y no soportaba la distancia entre nosotros.
Pensándolo así, diría que la relación de seis meses que tuve con Amanda también fue algo provocado por la idea de Jimmy.
Abrí los ojos de sopetón al recibir un codazo de Amadeo, que apagó la pantalla del móvil y ladeó la cabeza con un gesto de no poder soportar más el discurso. Jimmy estaba removiéndose en la butaca para ponerse en pie en cuanto yo lo hiciera, tardé en hacerlo y me gruñó con el entrecejo arrugado.
Al salir del salón de actos procurando no hacer ruido ni que nos fulminaran con la mirada, mi amigo de rizos negros se sujetó a mis hombros y resopló ansioso.
—Necesito un cigarro ya.
—Toma, anda —le dije sacando el paquete del bolsillo trasero de mi pantalón.
Lo recibió con alegría entre las manos, pero enseguida me miró indignado ante la risa contenida del pelirrojo. Sabíamos que Amadeo era muy maniático con el orden y sus cosas, y pocas veces lo teníamos en cuenta.
—Tío, me has arrugado el paquete.
—Vamos, no seas perfeccionista.
—¿Perfeccionista? Espero que todos mis cigarros estén sanos y salvos —decía mientras abría la tapa de cartón y los comprobaba uno por uno.
—He de decir que estoy impresionado por la cantidad de amigos que hemos hecho hoy —me burlé cambiando de tema.
—No pierdas la esperanza —dijo Jimmy y me guiñó un ojo—. Estoy convencido de que este año va a ser diferente.
—¿Y eso por qué? —balbuceó Amadeo con un tambaleante cigarro entre los labios.
Ambos esperamos la respuesta expectantes, a él le dio tiempo de inhalar una buena calada de humo y dejarla escapar por la nariz y boca.
—Tío, echa eso a un lado, que me asfixio —se quejó Jimmy malhumorado de repente—. Porque mi hermana me ha dicho que lo ha visto en sus cartas del tarot.
Amadeo y yo lo contemplamos un segundo y, como era de esperar, comenzamos a partirnos de risa. Carcajada tras carcajada, necesité inclinarme para respirar hondo y tratar de tranquilizarme, aunque no sirvió de mucho porque Amadeo me contagiaba su risa, y yo la mía a él. No es que no creyese en esas cosas —de hecho, me producían bastante curiosidad—, era por lo convencido que lo había dicho y lo confiado que podía resultar a veces.
—Quién sabe —murmuré una vez me recompuse.
—Deja de fliparte, amigo. Las esperanzas van a matarte.
—Y a ti el tabaco, algún día, ¡acuérdate! —exclamó enfadado antes de aplicarse el famoso ventolín que llevaba siempre consigo. Lo llamábamos "el respiradero de Jimmy".
—Sí, sí, mi querido pelirrojo.
—Me gustaría componer algo nuevo —comenté pensando en voz alta.
Ambos dejaron de meterse el uno con el otro para observarme entusiasmados. Hacía tiempo que no me sentía inspirado, era un alivio gigantesco. Una energía que me daba la vida. Compartimos una mirada de entendimiento y pusimos rumbo al estudio que habíamos alquilado en verano.
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©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021
Romance❤️FINALISTA WATTYS2021❤️ Ninguno imaginó que una coincidencia en el pasillo de la universidad cambiaría para siempre sus vidas. Hela Luna, una joven que apenas se ha dado tiempo para descubrirse a sí misma por las exigencias de su madre divorciada...