Cap 29. Hela

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—¿Por qué estabas tan alterado esta mañana? —le pregunté sin venir a cuento, no sabía que estuviese rondándome aquel pensamiento justo en ese momento.

—Ayer te vi —contestó rotundo.

Su respuesta me revolvió el estómago, no entendía qué quería decir con eso, y no parecía nada bueno. Esperé a que siguiese con la explicación y él se aclaró la garganta a la vez que se apoyaba sobre los codos.

—A ti junto a otro chico, estuve a punto de gritar tu nombre para acercarme y saludarte, pero os metisteis en la boca del metro. Además, ibais con los auriculares compartidos.

—Podrías haberlo intentado, tampoco teníamos el volumen al máximo.

—Dudo que me hubieras escuchado, Hela.

Intenté reincorporarme lo suficiente y le di un beso fugaz. Un roce de labios. Él torció los suyos disconforme.

—¿Él es con quien estás viviendo ahora?

Asentí.

—No tienes de qué preocuparte.

—Sé que no tenemos nada serio y que hace pocos meses que hablamos. Aun así, no voy a llevar nada bien que vivas con otro chico.

—No sabía que te tomaras tan en serio nuestra relación —apunté. Vamos, pídeme que sea tu novia, tu pareja, pensaba ingenua.

Me hacía mucha ilusión que Max diese ese paso, era él quien tenía fama de despreocupado y reacio a los compromisos, por lo que temía sacar el tema y terminar siendo rechazada. Si al menos él me diera alguna señal.

—Es complicado, Hela. Te estás metiendo en mi cabeza y...

No esperé a que acabase. Tantas ganas de que me dijese algo relacionado y concluí la charla tirando del cuello de su camisa para sentir su boca de nuevo sobre la mía. Se recolocó sobre mi cuerpo mientras nos besábamos desenfrenados quién sabe por qué. Fuese la larga soltería o el alcohol, ambos nos encendimos en cuestión de segundos. Sin embargo, sus besos se tornaron agresivos y pronto me encontré con las muñecas apresadas bajo unas manos que ejercían más fuerza de lo que deberían. De pronto, se alejó de mi boca y gruñó.

—No me gusta que me interrumpan cuando hablo —expuso con el entrecejo arrugado.

—Está bien, lo siento.

Bajó hasta mi cuello, lo besó furioso y se detuvo en mi oído para susurrarme:

—Ni que vivas con otro chico.

—Ya te he dicho que no te preocu...

Hizo caso omiso a mis palabras. Me estiró los brazos para poder sujetarme ambas muñecas con una sola mano ante mi asombro, se dirigió a mis labios e irrumpió con la lengua sin esperar a que yo le correspondiese. Con la mano libre me desabrochó el cinturón de la falda, así tenía fácil acceso a mi vientre, y no tardó ni un segundo en recorrerlo con los dedos hasta mis pechos. No gemí de placer, sino de incomodidad. Me removí tratando de liberarme; no lo conseguí. Y aparté el rostro a un lado ganándome un gruñido de nuevo.

—Para, por favor —le pedí casi como si fuese una súplica.

—Eres mía —jadeó.

Y no paró. Siguió aumentando la fuerza que ejercía sobre mí e intentó tocarme los pechos por debajo del sujetador hasta que decidí que utilizaría mis piernas en defensa propia si no se detenía.

—¡Max! —vociferé con todas mis ganas, asustada, y él retrocedió.

Aproveché que me había liberado para rodar a la derecha y apartarme de él lo más rápido posible. Me senté en el filo de la cama con el cuerpo tembloroso y la cara entre las manos evitando soltar un llanto estúpido. ¿Qué había sido aquello? ¿La segunda parte de su venganza? ¿Celos?

—Será mejor que lo dejemos por hoy —murmuré sin fuerzas.

El efecto del alcohol en mí había desaparecido por completo. Solo podía sentir un nudo en el pecho que me gritaba que escapase de allí y quemazón en la piel enrojecida de las muñecas, prueba que oculté con las mangas del jersey porque me avergonzaba haber sido sometida de aquella manera. De pronto, escuchamos unos pasos enérgicos escaleras arriba que me hizo recolocarme la ropa a la ligera y Paola se asomó al dormitorio tras buscar en los demás.

—¿Todo bien, chicos? —preguntó alternando la mirada entre Max y yo.

—Todo perfecto —se anticipó él.

Ella, sin embargo, no lo creyó. Fingió un bostezo y se apoyó en el marco de la puerta dispuesta a no moverse de allí sin mí.

—Resulta que estoy bastante cansada y mañana tengo que madrugar. Nos vamos o te quedas, ¿Hela?

Mi trasero dio un respingo con solo pensar que pudiese abandonarme a mi suerte en aquella casa de lujo con Max borracho de por medio. Alcancé a ponerme los zapatos de los que no recordaba ni haberme despojado y me despedí de él con un beso corto para no añadir leña al asunto y que Pao sospechase. Lo habría matado de saber cómo se había comportado. Antes de bajar las escaleras, vi que me dedicaba una mueca ofendido por mi decisión. Aquellos ojos celestes habían desaparecido para dar paso a unos oscuros que no conocía.

Nos dirigimos deprisa al coche de Paola, que me sujetaba con un brazo anclado al mío sin ni siquiera haberle dicho su típico «hasta nunca» a Iván, y la cancela del garaje se abrió tan rápido como ella arrancó.

No logré encontrar a Max por los ventanales.

Poco después de alejarnos, Paola se desvió de la carretera y aparcó en un manchón de tierra en medio de la nada. Primero, pegó un chillido que me agujereó los sesos e hizo que el trasero me brincase del asiento. Luego, aporreó el volante y analizó cada parte de mi cuerpo en busca de algo.

—¿Qué diablos te pasa, tía?

—Ese hijo de... ¿Se puede saber qué te ha hecho para que gritaras de esa manera?

—¿Max? —inquirí y me estremecí al recordarlo—. Nada, estábamos jugando.

—Por eso temblabas antes, ¿no?

Chocó la frente con el volante para dejarla descansar ahí durante mi silencio y se cruzó de brazos porque le molestaba que no le contase la verdad. Las tres teníamos una especie de contrato de amistad mental donde se subrayaba en rojo que no guardaríamos secretos entre nosotras.

—Cuéntame qué ha sucedido.

Me giré y rebusqué por la alfombrilla hasta encontrar la lata vacía que quería apretujar entre los dedos.

—Pues que el calentón que teníamos se me hizo grande y no supe cómo reaccionar.

—Hela —me presionó con un tono de voz que nunca fallaba.

Cerré los ojos atemorizada por su posible reacción, encendí la luz interior del coche y dejé al descubierto las muñecas para mostrárselas. Ella me contempló un segundo las marcas, perpleja, abrió la boca sin saber qué decir y me recogió las manos entre las suyas.

—¿Te duele?

Negué moviendo el rostro de un lado a otro.

—Se le ha ido de las manos... por culpa del alcohol —lo excusé.

—Cómo me gustaría patearle el culo ahora mismo a ese degenerado.

—No te preocupes, tonta. No ha sido para tanto —dije, a pesar de que en mis carnes lo había vivido como una auténtica pesadilla.

Me aterrorizaba pensar en qué habría ocurrido si solo hubiéramos estado Max y yo en la casa.

—Ten cuidado con ese tío, Hela —me pidió bajándome las mangas del jersey para cubrir las marcas. Suspiró y puso en marcha el coche—. Si vuelve a comportarse así, huye. Esté borracho o sin estarlo, ¿me escuchas?

Asentí con la cabeza y me mordí los labios más tranquila. Mi historia con Max no podía terminar en esa noche atropellada. ¿Verdad? Me había dado a entender que yo le importaba, así que supuse que por esa razón se había molestado tanto y decidí no darle demasiada importancia.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora