Cap 86. Hela

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Hacía tanto tiempo que no nos lo pasábamos tan bien que ni siquiera había echado en falta la ausencia de Nicki. Aunque Estani había llegado más tarde y con un semblante bastante sombrío porque no había podido cerrar la librería antes, luego habíamos ensayado, cantado karaoke a lo loco con Paola incluida, jugado a las cartas y comido gominolas hasta saciarnos.

Sobre las diez de la noche, decidimos dar por finalizada la reunión en el estudio y cada uno tomó su camino de vuelta a casa. Estani y yo nos quedamos a recoger el desastre de la tarde guardando los botellines, las latas y los paquetes vacíos de patatas en bolsas para reciclarlos. Me anclé la mochila a la espalda y nos aseguramos de haber cerrado bien la puerta y haber apagado luces y aparatos. Al salir, una bofetada de frío nos sacudió. Las temperaturas habían estado bajando drásticamente durante las primeras semanas de diciembre. Exhalé una bocanada de aliento que se convirtió en vaho denso, traté de atraparla entre mis manos sin éxito y pude contemplar cómo Estani me imitaba. Nos miramos y empezamos a reírnos como dos renacuajos jugando con lo más natural de la llegada del invierno.

—Me han expulsado del consejo estudiantil, ya no soy más una estudiante ejemplar —le conté sin dejar de divertirme con las nubes de vaho—, pero tampoco es que me haya importado mucho.

—Y pensar que te conocí subida en ese escenario dando charlitas —expuso con socarronería.

—Quizás fuese ese el único objetivo, que nos conociéramos —le dije al cielo que se abría a nosotros, vacío de estrellas por el barullo de la ciudad.

—Tenías razón, tu vida está dando un giro de ciento ochenta grados.

—No sé de quién será la culpa —bromeé dándole un codazo en las costillas y se retorció con una mueca de risa—. Hasta Max te tenía tirria, te llamaba perroflauta.

Esa revelación le provocó una pequeña carcajada. Me rodeó los hombros apoyando un brazo y tuve la tentación de abrazarlo, pero solo dejé caer con disimulo mi cara contra su pecho. No me extrañaba que Max no lo hubiese soportado por aquel entonces, siempre había preferido la compañía del chico que tenía a mi lado en este momento.

—Este perroflauta va a comprar unos buñuelos en el puesto de ahí como en los viejos tiempos —señaló al vendedor ambulante que solía ofrecer dulces frente al estudio—. Si me acompañas a dar un paseo al parque de aquí al lado, te invito.

—¡No se juega con la comida! —exclamé entre risas.

Por supuesto que iría con él a donde hiciese falta. Estaba comenzando a tomar mis propias decisiones fuera del control de mi madre, y él entraba en esas decisiones que quería tomar por cuenta propia. Mantendría la compostura para no rebasar límites, pero nadie me impediría ser yo misma con Estani. Caminamos cerca el uno del otro, sin soltarnos, y pedimos dos cajitas de buñuelos con chocolate blanco y virutas de colorines por encima que despedían un olor a canela parecido al de las galletas de Navidad.

El hombre con un espeso y gracioso bigote nos despidió con una sonrisa y los mofletes apretujados por el gorro y las orejeras, y nosotros giramos a la izquierda en dirección al parque soportando las ganas de comernos los buñuelos antes de llegar y rememorando los primeros momentos del grupo después de conocernos en aquel pub de rock.

Un banco de tres plazas, de hierro oxidado con tablas de madera gastadas, fue suficiente para que nos sentásemos sonrientes y con las cajitas repletas de dulces en torno a nuestras manos. El canto de los grillos ocultos en los jardines y de las lechuzas en lo alto de los árboles que nos rodeaban me provocaba una sensación de paz difícil de explicar. Suspiré aliviada al sentir el calor del cartón y llevarme un buñuelo al estómago.

—El sirope de chocolate es lo mejor —balbuceé hambrienta.

Estani sonrió y tragó el que estaba mordisqueando.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora