Cap 79. Paola

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Los platillos de la batería de Amadeo zumbaban dentro de las paredes insonorizadas del estudio. Estani le había dejado la llave porque su amigo quería practicar, aunque sabía de sobra que también nos apetecía pasar un ratito a solas en algún lugar que no fueran nuestras casas con familiares de por medio o la calle atiborrada de peatones que corrían de un lado a otro preparando los regalos de Navidad.

Las luces eran cálidas y tenues, y olía a las hamburguesas que nos habíamos comprado para cenar cuando él terminase de practicar. Que el cazatalentos se interesase por Hela y no por el grupo le había herido el orgullo, aunque había pretendido ocultarlo para no hacerla sentir mal. Por ello creía que tomándoselo más en serio mejoraría lo suficiente para impresionar al tío ese en el portfolio que les había pedido grabar como prueba de fuego. Cogí impulso para levantarme del sofá al otro lado de la sala de grabación y me estiré alzando los brazos con todas mis fuerzas y bajándolos luego al suelo. Tenía el cuerpo engarrotado de tanto estudiar.

La nevera mantenía frías varias cervezas y refrescos. Menos mal que habíamos adquirido la costumbre de ir reponiendo casi a diario lo que nos íbamos bebiendo en cada ensayo, era un gustazo tener alguna bebida fresquita siempre a mano en ese estudio. Saqué dos refrescos y se me helaron los dedos de camino a mi hombretón. Me dejé caer en el marco de la puerta y observé en silencio mientras él tocaba con los ojos cerrados. Vestía una camiseta holgada de tirantes y unos tejanos jaspeados, ambas prendas oscuras a juego con su cabello, que se lo había cortado hacía poco y ahora los ricitos brincaban con menos fuerza. Los músculos de los brazos se le tensaban con cada golpe y podían apreciarse las venas marcadas desde el antebrazo hasta los dedos. Labios carnosos y pestañas gruesas. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, me estaba poniendo muy cachonda.

Me acerqué y se detuvo al percatarse de que tenía intenciones de sentarme sobre sus piernas, de espalda al instrumento que tocaba con tanto esmero. Abrí el refresco y se lo aproximé a los labios para que bebiese.

—Yo también quiero que me toques así —farfullé poniéndole morritos.

Amadeo sonrió y posó las baquetas en uno de los tambores para quitarme el refresco de la mano, beber por su cuenta y colocarlo a un lado en el suelo. Hizo lo mismo con el mío después de que le diese un último trago.

—Paola... —dijo mirándome a los ojos. Los pensamientos se me nublaron, las mejillas se me acaloraron y el corazón se me ablandó cuando me apartó el pelo del cuello para atraerme hacia sí. Me enfrió la piel con sus labios y me susurró—: A ti jamás te tocaría así.

Un segundo escalofrío hizo que me mordiese los labios para evitar jadear. Con mis brazos en torno a su cuello lo abracé e inspiré hondo el perfume que tanto me gustaba que se echara. Le mordisqueé el lóbulo de la oreja, pasé a su mejilla para besársela y bajé hasta su boca para fundir mi lengua con la de él. Enredó las manos en mi cabello y se dispuso a controlar el movimiento de mi cabeza para tener total control del beso. Jugueteó con mi lengua, me apartó para clavar esos ojos verdes en mi mirada tímida y sonrió travieso. Luego, siguió devorándome mientras me tocaba los pechos con una mano que terminó descendiendo hasta desabrocharme el botón del pantalón y colarse por debajo de mi ropa interior. Al sentir sus dedos dándome placer, no pude resistirme. Soplé un gemido y tuve que abandonar el beso para apoyarme en su hombro porque me dejaba sin fuerzas.

Cuando se percató de que me estaba gustando tanto como para rendirme a él, aceleró el ritmo a la vez que me lamía y besaba el cuello. Él también gemía, aunque pretendía contenerse. Estaba excitado, podía notarlo por el bulto que había crecido en sus pantalones, y eso me excitaba aún más.

—Detente —jadeé lamentado lo que le estaba pidiendo—. Por favor, para.

Me reincorporé y Amadeo frunció el ceño confundido. Desenredó la mano de mi pelo, la llevó a mis labios húmedos y me acarició la barbilla.

—¿Qué te pasa, pequeña?

—Es que...

—¿No te estaba gustando? —inquirió con el entrecejo arrugado.

—¿Tengo cara de que no me estuviera gustando? —me burlé de mí misma mientras le estiraba la frente para que dejase de arrugarla. Él rio—. Es solo que quiero irme contigo. Dentro.

—Puedes irte sola y luego conmigo —comentó sorprendido—. Lo has hecho más veces.

—No lo entiendes —me frustré, aunque era un cielo de chico. Lo adoraba. Hice una pausa porque el corazón me iba a estallar de un momento a otro—. Hoy no me interesa el placer, Amadeo. Solo quiero sentirte a ti.

Hizo el intento de decir algo, pero se detuvo y sus mofletes comenzaron a ruborizarse. Un brillito asomó en sus pupilas.

—Si dices esas cosas, me crearás falsas ilusiones.

—No me importa —espeté sin pensarlo. Ni siquiera me hacía falta pensar.

A diferencia de lo que creía que ocurriría si teníamos sexo, desde entonces habíamos estado todavía más unidos. En mi mente era él y solo él. Nadie más. Mis sentimientos me abrumaban, Amadeo me abrumaba y cualquier contacto entre nosotros me abrumaba. Era un huracán que arrasaba con todas mis corazas y se instalaba sin piedad en lo profundo de mi corazón. No me imaginaba al lado de otra persona o sin él, y tampoco quería imaginarlo con nadie más. Quería exclusividad, sentirme orgullosa de tenerlo conmigo y caminar de la mano por las calles en busca de regalitos por Navidad, canturreando y haciendo tonterías como siempre.

Me estaba enamorando, y darme cuenta de esto en ese justo instante, hizo que mis labios empezaran a temblar y la vista se me colmara de lágrimas. Se percató enseguida, me arrimó y comenzó a besarme las pestañas con dulzura.

—Eres preciosa en todas tus facetas —pronunció conmovido por verme emocionada—. Cuando sea famoso, vivirás como una reina. Mi reina.

—¿Y si nunca llegas a ser famoso? —cuestioné con burla.

—Lo seré, tú y mi batería seréis testigos de ello.

Qué tierno era. Le robé un beso seguido de un mordisquito en el labio inferior y gruñó.

—Así que piensas dedicarte a la música. ¿Qué hay de tu carrera?

—Será el sustento de mi familia si lo de la música no funciona.

—¿Quieres tener hijos? —inquirí impresionada.

Nunca lo habíamos hablado, pero me interesaba como si ya me incluyese en su futuro. Como si lo incluyese a él en el mío. Abrió los ojos llevándose una mano a la boca para ocultar su falso desconcierto.

—¿Qué preguntas son esas? —se mofó—. ¿Acaso...?

—¡No seas idiota!

Le palmeé el brazo y Amadeo me amenazó con torturarme con cosquillas. Entonces, levanté las manos en señal de paz y ambos nos reímos.

—Sé que son palabras mayores, pero ojalá llegue el día en que hablemos sobre este tipo de conversaciones y podamos reírnos de todo lo que hemos conseguido juntos.

—Sí, son palabras mayores —le confirmé, aunque antes de que se entristeciera por negar un futuro juntos, añadí—: Y sí, ojalá. A mí también me encantaría.

—Te quiero —espetó impulsivo.

—Yo también te quiero, tonto —le confesé por primera vez mientras le peinaba los ricitos hacia atrás.

Amadeo me miró consternado, se puso como un tomate y tardó varios segundos en poder reaccionar. Luego, amplió las comisuras esbozando la sonrisa más bonita que le había visto gesticular.

—¿Qué acabas de decir? —masculló.

No esperó mi respuesta. De repente, se aferró a mi cintura y me alzó en el aire para abrazarme. Solté un gritito de nervios y alegría, y nos fundimos en un beso que habría acabado en el sofá y con nosotros desnudos comiéndonos a caricias, pero su móvil nos interrumpió y, un par de minutos después de atender la llamada e intentar tranquilizar a quien lo había llamado, me miró tan angustiado que me asustó.

—Es Jimmy —me dijo en bajito con el móvil apartado y pude oír a nuestro amigo sollozando al otro lado—. Nicki lo acaba de dejar por teléfono.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora