Cap 88. Estani

160 40 4
                                    

El abrazo aflojó. Me aparté para ver qué ocurría y contemplé a la niña inocente que tenía entre mis brazos con su mirada apagada, decepcionada por las palabras que yo había dicho y que ella no quería escuchar. Le habría regalado los oídos, creado expectativas innecesarias y lo que hubiese hecho falta si con eso la mantenía conmigo, pero había algo que era incapaz de olvidar de la noche en que había tenido la discusión con su madre a cuenta de haberse reencontrado con el padre. Si no había salido corriendo tras Hela al instante, había sido porque me interesaba ver la reacción de Emi tras lo ocurrido, y ser testigo de ello me había roto el corazón porque no solo no había encontrado rastro de arrepentimiento o tristeza en aquella mujer, sino que se había palmeado el rostro para airearse y volver al salón con una sonrisa como si nada. ¿Dónde estaba su amor hacia su hija? Tenía la sensación de que lo único que le preocupaba era perder el control sobre la única persona que la había aguantado hasta ese momento. Quizá se negaba a que su orgullo se viese dañado ante la posibilidad de quedar en segundo plano por la aparición de Gerard.

Hela jamás sería feliz en un hogar así. No con una persona opresora que dictaminase su vida. Y debía estar loco de remate o ser un maldito egoísta para permitir que aquello siguiese sucediendo después de saber que se le había presentado la oportunidad de cambiar su situación, aunque irse con el padre fuese como saltar a una piscina sin saber si estaría llena o vacía debido a los años que habían estado separados. Aun así, según me había contado, era directivo de una gran empresa, tenía su propia casa y muchas ganas de recuperar el tiempo perdido con su hija. Estaba seguro de que la acogería con los brazos abiertos, de que le brindaría un presente mejor.

—¿Y cuál es tu plan? —me preguntó Hela.

Había estado tan metido en mis pensamientos por un segundo que se me había olvidado por dónde iba la conversación. Parpadeé varias veces tratando de recordarlo y, de repente, oímos pasos en las escaleras. Sin pensarlo demasiado, tiré de Hela, cogí su sudadera y nos escondimos en el armario empotrado justo detrás de la ropa repleta de polvo que llevábamos años sin sacar de allí. Deslicé con cuidado la puerta del armario y nos encerramos en la oscuridad de aquel lugar claustrofóbico ojeando por la rejilla mientras rezábamos por que no nos descubrieran y ella se volvía a cubrir con la sudadera.

Emi entró en el dormitorio, se paseó echándoles un vistazo a los muebles, comprobando con el dedo si tenían polvo o estaban impolutos como a ella le gustaba y, luego, se sentó en la cama tintineando con la uña un vaso de vidrio que había traído. Tragué saliva angustiado al percatarme de que la respiración de Hela se entrecortaba igual que siempre que intentaba reprimir un estornudo. El polvo, el maldito polvo. Un estornudo, un ruido dentro del armario, y todo se iría al traste. Emi seguía sentada en la cama esperando no sabíamos el qué.

Le cogí ambas manos a Hela para que no pudiese detenerme, aprisioné sus muñecas a la altura de su rostro contra la pared del armario y la besé. No se quejó porque estaba obligada a guardar silencio. Nuestra saliva fluyó como una respuesta natural al estímulo y, aunque al principio mi intención había sido distraerla para cortarle el estornudo, enseguida noté que aquella situación de peligro me excitaba. Un rayo iluminó la habitación antes de que hiciese temblar cada rincón de la cabaña. Le solté una mano y le sujeté el mentón para que abriese más la boca porque necesitaba devorarla con más fuerza. Hela jadeó con una dulzura que me enloqueció, pegué mi cuerpo al suyo y, antes de besarla como había planeado, me mordió el labio inferior sabiendo que yo también estaba obligado a guardar silencio. Entonces, mi lengua irrumpió en su boca sin piedad y nos enredamos en un beso desenfrenado a menos de un metro de su madre, que seguía haciendo soniditos con el vaso.

De pronto, el tintineo cesó y Emi salió al pasillo, pero no interrumpí mi deseo por seguir saboreando a Hela. Estaba perdido en sus labios, en su piel suave y en el aroma que desprendía. Tenía ganas de hacer mil planes con ella, de besarnos en mil lugares distintos a cualquier hora y sin miedo a quién nos pudiese ver. Tenía ganas de hacerla mía, pero no estaba dispuesto a hacerla cargar con las consecuencias que eso nos traería. La liberé por completo y me recoloqué la ropa procurando también calmar mi respiración.

Hela salió primero. Ruborizada, un poco despeinada y con la mirada grande y centelleante como si fuese a comerse el mundo. Como si fuese a quedarse con mi corazón para siempre. Me observó, sonrió ingenua y me tendió una mano mientras se peinaba el cabello con la otra.

—Vamos, sal de ahí —me susurró.

Di un paso al frente, aun absorto en la imagen que tenía delante de mí. Me había enamorado de una chica preciosa por dentro y por fuera, de su voz, de su talento y de su mirada rasgada. Me había enamorado de una chica inalcanzable. Puse la mano sobre la suya, la atraje hacia mí y la estreché entre mis brazos con fuerza porque sentía que podía ser lo último que hiciésemos.

—Te quiero, Hela Luna —le murmuré en medio de la oscuridad que solo desaparecía cuando al cielo se le antojaba.

—¿Te ocurre... algo? —inquirió bajito. Me cogió la cara con su pequeña mano y me acarició la mejilla—. ¿Estani?

Iba a contarle, por primera vez, todos mis miedos. Estaba dispuesto a abrirme, aunque eso la hiciese dudar, porque tenía un maldito huracán de emociones en el estómago que no me dejaba pensar con claridad. Y no estaba acostumbrado a lidiar con situaciones de ese tipo en las que yo no saliese huyendo. No estaba acostumbrado a querer a una chica incluso por encima de cualquier dificultad. Eso me hizo pensar que nunca me había enamorado de verdad.

Sin embargo, Emi comenzó a llamarnos desde la planta baja como una loca mientras caminaba de un lado a otro cada vez más cerca de la escalera. Ambos nos miramos sin saber muy bien qué hacer. Corrí a buscar una toalla en el armario empotrado y se la di a Hela.

—Finge que estabas duchándote, con el sonido de la tormenta no podrá saber si el grifo ha estado abierto o no.

—¿Y tú?

—Me tumbaré en mi cama con un libro y me haré el dormido.

—Nos vemos mañana, supuesto dormilón —me dijo flojito antes de plantarme un besito en el moflete y sonreír nerviosa.

—Buenas noches, osito panda.

Cada uno tomamos direcciones opuestas. Las puertas se cerraron tras nosotros sin mirar atrás con el sonido de las pisadas subiendo las escaleras de fondo. Cogí el primer libro que tuve al alcance, me tiré en la cama con él y cerré los ojos.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora