Cap 95. Estani

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Estaba cantando con la cabeza apoyada en la ventana empañada como si así mi voz le pudiese llegar a la chica de mis sueños. La había visto marchar cargada de maletas desde ahí, pero aún no me lo creía. Me pesaban los párpados y, por alguna razón, estaba tan despierto que me molestaba. Como si esperase a que retrocediese tras reflexionar su decisión. Me sequé la cara húmeda con la cazadora y, por un momento, tuve la sensación de que el móvil me había vibrado. ¿Sería ella? Rebusqué en el bolsillo y me asusté al ver que tenía varias llamadas perdidas de la madre de Amadeo. Primero, porque había pasado tantas horas con él en su casa que la tenía guardada como «MamaA»; segundo, porque era plena madrugada.

Le devolví la llamada y, en cuanto oí un llanto desgarrador, supe que algo había pasado. Ella no lo sabía, solo lloraba asustada porque su hijo aún no la había recogido en el aeropuerto.

—Cálmate, iré a por ti —le dije sin saber siquiera qué le había dicho.

Mis pies se impulsaron como alma que lleva el diablo, bajé las escaleras a trompicones, cogí las llaves del Mercedes Benz que estaban en un cestito de la entrada y arranqué a toda hostia sin importarme lo más mínimo si solo eran suposiciones mías. Al agradecer llevar puestas las cadenas nuevas, recordé que tenía las de Amadeo en el maletero. ¿A dónde diablos había ido sin cadenas? Quizá ni siquiera había salido de su casa y por eso no había llegado al aeropuerto. O eso quería creer. Lo llamé mil veces y siempre saltaba el contestador.

Corrí, corrí tanto que pude haberme matado de camino al aeropuerto, pero a poco de alcanzar mi destino unas luces parpadeantes de distintos colores reunidas en torno a un accidente automovilístico y árboles incendiados hicieron que me detuviese. Mi pie trastabilló al pisar el freno mientras me aproximaba al accidente. Policías, ambulancia, bomberos, un camión volcado en medio de la carretera y un vehículo que creí reconocer a pesar de las llamas que lo envolvían. Estacioné el coche a un lado y me bajé con tan poco aire en los pulmones que sentía que me moría. Volví a correr hasta que mis fuerzas flaquearon a pocos metros del escenario y caí de bruces sobre el manto blanco de aquel lugar. Mis manos y rodillas se hundieron en los centímetros de grosor de nieve. Antes de darme cuenta, estaba hiperventilando y con el alma rota en mil pedazos.

Ni los copos que revoloteaban arremolinándose a su antojo por el aire me impidieron que reconociese el cadáver que estaban empezando a enfundar tras haber confirmado su muerte.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora