Cap 59. Paola

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—¡Patata! —vociferamos a los cuatro vientos y el flash de la cámara frontal nos cegó por un instante para inmortalizar el recuerdo.

Me volví a sacudir la melena de la arena porque el capullo que tenía al lado me había obligado incluso a saborearla. Qué asco, los granitos de arena crujían cuando mordía y solo me daban ganas de matar al ricitos negros con su maldita expresión de victoria. Había intentado tumbarlo para vengarme, pero había sido un fracaso total. Solo le había dado más razones para que sacara partido de la situación. Aunque, en el fondo, me había encantado que me cogiese en brazos y me llevase con él sin piedad. Los chicos demasiado buenos me aburrían, pero los que eran más traviesos que yo... Y ahí estaba Amadeo, superando cada una de mis expectativas en tiempo récord.

Estaba a punto de atardecer y no podía dejar que se nos pasase la oportunidad. Me había pasado medio viaje en el coche buscando lugares interesantes en la playa de Chiclana y había encontrado los llamados puntos mágicos, que eran miradores en lo alto del acantilado que teníamos a poco menos de un kilómetro a la derecha. Era ahora o nunca, porque al día siguiente sobre esa hora estaríamos acompañando al grupito de pop-rock a la dichosa taberna de Murphy.

—Grupito, ¿queréis ver el atardecer en un mirador que hay cerca de aquí?

—¿Nos dará tiempo a llegar? —me preguntó Hela también sacudiéndose la camiseta.

—¡A mí me encantaría! —gritó Nicki como una loca y se echó a los brazos de su amadísimo Jimmy.

—Necesito tener un baño cerca, amigos. ¿O queréis que me cague encima en el acantilado?

—¡Serás bruto! —exclamé entre risas.

Tenía razón, pero Jimmy nos hizo el infalible puchero infantil. Me pregunté de quién lo habría aprendido y fulminé a Nicki con la mirada. Como era obvio, nos ablandamos con las súplicas del pecas pelirrojo y no perdimos tiempo en debatir. Subimos al paseo y nos encaminamos al punto mágico más cercano con el GPS abierto en mi móvil.

Para nuestra sorpresa, al llegar casi al mirador nos encontramos una especie de entrada a un bosque con un caminito de tablas de madera. Lo seguimos expectantes a lo que pudiésemos descubrir durante el trayecto. Luego, el caminito terminó y atravesamos otro de arena desde el que podíamos divisar el mirador, que era una pequeña caseta con techo, pilares y barandillas de madera en el precipicio del acantilado. Se podía contemplar el mar en todo su esplendor, el sol a lo lejos y las olas partiendo bajo nosotros, que estábamos a una altura considerable.

Todos se asomaron emocionados a las barandillas, menos Amadeo y yo. Apenas se dio la ocasión de que nuestros amigos se distrajeran con las increíbles vistas desde el mirador, él bajó sus dedos desde mi hombro hasta la mano y me la acarició esperando a que le correspondiese el gesto furtivo. Separé los dedos y dejé que entrelazase los suyos con los míos. Una marea de emociones me sacudió. Me faltaba el aire. No sabía si era porque estábamos exponiéndonos demasiado o si era porque me estaba encantando su forma de ser, su manera de tratarme. Deseé con todas mis ganas poder besarlo sin esconderme de nada ni nadie. Sin embargo, eso supondría un gigantesco paso en la relación que no estaba dispuesta a dar. Ni siquiera me atreví a mirarlo a los ojos con el corazón desbocado. Le apreté la mano con fuerza y respiré hondo.

—¿No crees que te estás pasando hoy? —le susurré dejando que el viento me atizase la melena a su antojo.

—¿Quieres que deje de acercarme a ti? —me murmuró al oído y se me erizó el cuerpo entero—. Estás coloradita, leona.

—No soy ninguna leo...

—Lo siento —me interrumpió—, tengo que buscar un baño en alguno de los matorrales del bosque.

—Y encima rompes el momento romántico, eres un patán.

—Ah, ¿era esto un momento romántico? —se burló de mí y sentí las mejillas al rojo vivo.

Se deshizo de nuestro único contacto físico antes de avisar al resto de que necesitaba desaparecer un rato por culpa del —posiblemente— arroz con curry que habíamos almorzado y se despidió de mí sacándome la lengua.

Se la habría mordido hasta hacerlo gemir.

—¡Ven, Pao! —me llamó Nicki—. Vamos a hacernos una foto las tres juntas.

Nos abrazamos en un intento por demostrarle a la cámara del móvil lo inseparables que éramos y Jimmy pulsó el botón táctil de la pantalla.

—Ahora enseñando vuestras pulseritas a juego —propuso él.

Alzamos las muñecas y sonreí, pero el quejido de Nicki nos sobresaltó.

—No puede ser —empezó a murmurar y mirar por todos lados.

—Princesa, ¿qué ocurre? —inquirió Jimmy preocupado.

Apagó la pantalla y se lo devolvió a Hela, que encogió los hombros sin entender nada. De repente, nuestra amiga rubia se acercó a Jimmy a paso acelerado y le rebuscó los bolsillo de los pantalones.

—Dime que es una broma.

—¿Qué pasa? ¿Qué buscas?

—¡Mi pulsera, anormal! ¡Ha desaparecido! —le gritó y todos abrimos los ojos asombrados por su reacción. Estaba muy alterada—. Tú tienes la culpa con tus jueguecitos en la arena, seguro que se me cayó ahí.

—Nicki, tranquila, iremos a por otra antes de que cierre —la trató de calmar Hela, aunque de poco sirvió.

Se desquitó de ella y empezó a buscar como una loca por la caseta y las escaleras hacia la arena. La imitamos con la esperanza de que la dichosa pulserita apareciese pronto y se le pasase el cabreo, pero ni rastro. Entonces, Estani nos avisó, tenía medio cuerpo asomado por la barandilla y un brazo señalando más abajo del mirador.

—Ahí está.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora