Cap 76. Hela

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Un campana colgante en la puerta del local tintineó con mi entrada. Examiné cada uno de los sofás junto a las mesas adornadas con manteles burdeos y flores grabadas, y reconocí su cara al instante. Me ahorré reaccionar para cuando estuviese sola, me ajusté la coleta, avancé con determinación y tomé asiento frente a él, que retiró la mirada del periódico que estaba leyendo para sonreírme con los contornos de los ojos arrugados.

—Hija —dijo ajustándose el último botón de la camisa blanca.

—Hola —lo saludé mientras me acomodaba la falda caqui para sentarme sobre ella sin arrugarla demasiado.

Cerró el periódico de forma automática y lo echó a un lado. Sus preguntas no tardaron en aparecer; quería saberlo todo sobre mí, sobre la hija que había descuidado y ahora quería recuperar. La cafetería olía a madera y malvavisco, tenía las luces tenues, los asientos tapizados con un material parecido a la cachemira y por los altavoces sonaban melodías como Nuvole Bianche de Ludovico Einaudi o Clair de Lune de Claude Debussy. Un lugar que solo se le podría haber ocurrido a él, aunque yo también adoraba ese tipo de sitios clásicos que me evocaban sueños olvidados, como el de aprender el piano y ser compositora de bandas sonoras como Hans Zimmer. Eso lo había soñado con once años.

Mi padre sonreía rebosante de felicidad con cada una de mis respuestas, aunque fueran escuetas y aburridas. Cuando llegó el batido de fresa que me había pedido, sacó el móvil para hacerme una foto y luego le pidió al mesero que nos hiciese una juntos. Accedí por cortesía. Aquella situación, creada tras más de una semana de mensajes por chat y una admirable insistencia por parte de mi padre, me resultaba de lo más incómoda, pero en el fondo me agradaba. Era como si los años no hubiesen pasado por nosotros, aunque yo tuviese cuerpo de mujer y él, media cabeza repleta de canas que no conocía.

Me contó que vivía solo desde hacía tiempo, no tenía pareja y trabajaba como directivo ejecutivo en una empresa de telecomunicaciones con sede en Barcelona. Imaginé que su vida debía de ser estresante y solitaria; sin embargo, no podía permitirme sentir lástima hacia él hasta que me diese explicaciones. Sorbí la espuma del batido que quedaba en el fondo con la pajita y lo desplacé al borde de la mesa para que el mesero retirase el vaso.

—Y dime, ¿qué tal os fue en la audición en Cádiz? —preguntó y se me removió todo.

Hacía más de una semana de nuestra vuelta a Madrid. Cada uno había estado ocupado en sus asuntos con sus propias dudas existenciales, aunque habíamos seguido quedando en el estudio para no perder la práctica. Estani a veces llegaba tarde porque tenía que echar horas extras en la librería y en casa apenas hablábamos o compartíamos el mismo espacio. Y las chicas... Bueno, que los chicos desaparecieran de los recreos hizo que Paola terminase disculpándose con Nicki y ella nos volviera a dirigir la palabra. Y mi amiga y Jimmy habían dejado la relación en el aire ignorándose y evitándose siempre que podían como si eso pudiese arreglar que ella había dejado de sentir mariposas hacia él. No le había contado su infidelidad, supuse que estaba esperando el momento adecuado. Mientras tanto, agradecía la ausencia de Estani porque, aunque me doliese, debíamos tomar distancia y necesitaba replantearme muchas cosas del futuro.

—¿Hela? —me llamó mi padre.

Carraspeé para disimular que me había perdido en mis pensamientos y esbocé una media sonrisa.

—Nos contactó un cazatalentos.

—¡Eso es genial! —vociferó emocionado.

Las personas que merendaban a nuestro alrededor nos observaron con rabia por haber alterado por un segundo el ambiente de la cafetería. Esta vez sí sonreí abiertamente y mi padre se inclinó hacia delante para seguir hablando en bajito.

—Tenemos que celebrarlo, te invito a cenar —murmulló.

—No hace falta que hables tan bajo —me reí y tragué saliva para darme tiempo en pensar lo que quería decir lo más concisa posible—. Prefiero celebrarlo de otra manera.

—Claro, dime.

—Cuéntame por qué te fuiste y nos dejaste atrás —espeté seria.

Gerard trazó una línea perfecta en sus labios y se apretó el puente de la nariz con los dedos. Comenzó a mover la cabeza negando para sí mismo quién sabe qué ideas. Luego, me atrapó con sus ojos castaños y cogió aire.

—No os dejé atrás, Hela —dijo al fin—. Prométeme que no culparás a nadie. Lo pasado, pasado está.

—Está bien.

—Me ofrecieron una oferta de empleo en Barcelona y tu madre se negó a mudarse.

Viniendo de ella, me esperaba una reacción similar.

—Le propuse ausentarme de casa unos meses hasta que pudiese pedir el traslado y volver a Madrid con vosotras. Sin embargo, en cuanto cogí el avión, recibí un mensaje de ella pidiéndome el divorcio y prohibiéndome que volviese por casa.

—¿Por qué hizo eso? —pregunté desubicada.

La reconocía, así era mi madre, pero no quería creer que nuestro hogar se hubiese roto para siempre por su orgullo.

—Tenía depresión y a menudo necesitaba más atención en la relación de la que yo le daba. Una relación a distancia la habría acabado destrozando. —Suspiró cabizbajo y entrelazó los dedos por encima de la mesa—. Lo siento, pensé que desaparecer sería lo más sano para ella y para ti, para evitar conflictos mayores, que se recuperase y pasase página.

—No sabía nada de esto... —susurré con la mirada perdida en las flores doradas bordadas sobre el mantel burdeos—. Ni de su depresión.

—Ya sabes, Hela. Tuvo que renunciar a muchas cosas cuando se quedó embarazada de ti. Quiso tenerte a toda costa, por encima incluso de la música, y desde entonces no se recuperó por completo.

—¿Cómo? —inquirí subiendo la voz a medida que pronunciaba la palabra.

—¿No te ha contado?

Negué ladeando el rostro. Mi padre dudó por un momento si debía contármelo o no, así que me incliné hacia delante poniendo mis manos sobre las suyas con ojos de súplica para convencerlo.

—Tu madre... Tu madre cantaba como un ángel. La adoraba. —Los oídos se me taponaron, el exterior empezó a darme vueltas y tuve que apretarle las manos para sentir que seguíamos ahí, que ese momento era real—. Tuvo muchas dificultades para perseguir su sueño, éramos nosotros dos contra el mundo. ¡Incluso se vino a Madrid conmigo para huir de su familia y dedicarse a la música! Parecía un ángel, la adoraba, en serio.

—Y el último obstáculo fue quedarse embarazada.

—Lo dejó todo —indicó y se me rompió el corazón—. Se enamoró de ti en cuanto supo que tu pequeño corazoncito latía dentro de ella.

No pude soportar el dolor, así que me levanté para ir al baño y, tras encerrarme en uno de los aseos, empecé a desahogarme con la mano en la boca para no hacer ruido. Me sentía fatal, la culpable de todo. Ahora entendía porqué no soportaba oírme cantar; yo le había robado su pasión. Eso había acabado con su felicidad, con su matrimonio y con sus esfuerzos por perseguir sus sueños.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora