Cap 1. Hela

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Me desperté con una sensación de paz que adoraba, justo antes de que la alarma del móvil me cargase de energía con una de mis canciones favoritas, Golden de The Score. Pronto el canturreo de los pajarillos que sobrevolaban la urbanización quedó sepultado por la melodía que me encendía cada mañana desde que la había descubierto. Me despegué de las sábanas y puse los pies desnudos sobre el frío parqué del dormitorio. Me restregué los ojos con restos de maquillaje, di un brinco y me llevé la mano a los labios para cantar como si se me fuese la vida en ello.

I just wanna feel something again. Take me back to my youth. Bring me closer to yo...

—¡Baja el volumen! —oí gritar a mi madre desde la planta inferior.

—Sí, señora, cómo no.

Apreté el lateral del móvil para bajar el volumen y seguí bailando en silencio. Después de ponerme unos vaqueros ajustados y una camiseta de The Kiss (con unas hombreras flipantes) por dentro del pantalón, me planté frente al espejo y pasé los dedos por mi melena castaña y ondulada hasta que llegaron a las puntas.

I don't know where we're going —susurré y le sonreí a mi reflejo en el cristal mientras me aplicaba eyeliner y rímel—. Youth, youth, roots, roots...

Tengo que empezar con buen pie, me repetía. Esa mañana era la ceremonia de apertura y comenzaba mi tercer año de carrera. A eso le acompañaba el discurso de cada año en la sala de actos para más de no sé cuántas personas. Y esperaba, pensándolo como si se tratase de una carta de reyes, encontrar el amor (a pesar de que luego negase que quisiera hacerlo), conocer a gente nueva y pasar al siguiente curso sin complicaciones. Algo me decía que pedía demasiado, aunque lo primero estuviera en proceso.

Pensé en Max al bajar las escaleras y dirigirme a la cocina, el chico que "había conocido" a través de Tinder hacía apenas dos semanas y que me encontraría por los pasillos a partir de este día. Ya me había fijado en él, de hecho desde la primera vez que me lo había cruzado por la universidad, pero había descubierto que tenía novia. Este verano, por cosas de la vida, habíamos hecho match en la aplicación y habíamos hablado casi todos los días hasta altas horas de la madrugada. Ahora me temblaba el corazón como una idiota cuando pensaba que por fin nos veríamos en persona, porque si por mí hubiese sido, no habría quedado con él en la vida. ¡Qué vergüenza!

—Cariño, hoy no como en casa. ¿Te dejo algo preparado? —me preguntó mi madre y un triste destello le cruzó su característica mirada rasgada.

—No te preocupes, tenía pensado salir a comer con mis amigas después del discurso.

Asintió aliviada y yo caminé hasta la encimera para hacerme con un sándwich ya preparado y un zumo de la nevera. Tendría que desayunar por el camino; de lo contrario, llegaría tarde a la ceremonia. Me acerqué a ella y le besé la mejilla.

—Disfruta con él, mamá.

—Pronto lo conocerás.

—Sí, cuando estés preparada.

Lo último de lo que fui consciente fue del ruido de la puerta al cerrarse tras salir de casa. Dentro de mí, algo dolía y comencé a cantar en voz baja por las calles despejadas de un distrito de Madrid hasta llegar al metro. Luego, acallé y fueron los auriculares los que me transportaron a otro lugar lejos de mis pensamientos.

No quería pensar en el día en que mi querido y perfecto padre había decidido abandonarnos a ambas porque había encontrado el amor fuera de casa. De eso hacía ya cinco años, pero con catorce ningún adolescente se lo tomaría demasiado bien. Él se había largado y yo había dejado de tener padre.

Y ahora mi madre había vuelto a encontrar el amor. Habría estado feliz por ello si no fuese porque, después de más de ocho meses de relación con él, aún no me lo había presentado. Me hacía sentir apartada, y un poco sola. De repente, alguien tiró de mi auricular derecho.

—¡Hela! No paramos de llamarte desde el otro vagón porque había un sitio vacío. Estás sorda, tía —me dijo Nicki con su habitual tono gruñón.

—Déjala, solo está nerviosa por el discursito que va a marcarse hoy —se burló Paola, que había dado por perdidos los asientos y se acercaba a nosotras.

¿Cómo podría contarles que me sentía así porque mi madre se había enamorado de nuevo? ¿O que me sentía sola porque mi hogar había dejado de serlo? Cualquier joven habría deseado estar solo y hacer lo que diese la gana, ¿no? Yo no. Me limité a sonreír y enrollé los cables de los auriculares en torno a mi mano para luego meterlos en el bolsillo del pantalón. Mis amigas seguían charlando entre ellas como de costumbre, y caí en la cuenta de que un día como ese, hacía dos años, había comenzado esa amistad.

Nicki era rubia, enérgica e infantil, algo así como nuestra hermana menor. Luego, estaba Paola, que era la que nos paraba los pies y nos bajaba a la Tierra cuando era necesario. Morena, ojos grandes y muy, pero que muy presumida.

—Chicas, ¿vamos luego al bar de siempre? —pregunté con la esperanza de que no tuvieran nada que hacer.

—Yo tengo que volver a casa para hacerle de comer a Marcus, que mis padres no están y la niñera se va pronto —respondió Nicki.

—¿Sabes hacer de comer? —inquirí fingiendo asombro y recibí un codazo entre risas con Paola.

—Si me acompañas a hacerme las uñas en La Vaguada, comemos allí —propuso Paola.

—Hecho.

—Entonces, te espero en la cafetería de la uni cuando termines el discurso, que dudo que lo aguante hasta el final —balbuceó mientras se extendía el gloss de los labios con la ayuda de la cámara interior del móvil.

—¿Qué nos dices del sábado, Hela? ¿Te vienes?

—No lo sé... Mi madre no quiere hablar del tema.

Contemplé en una pequeña pantalla que estábamos a dos paradas del destino. Unos nervios me corretearon por la espalda al imaginarme frente a todo el mundo en la sala de actos. Era el segundo año que entraba en el saco de los estudiantes ejemplares.

—Venga ya, tía, tienes diecinueve años.

—No le gusta la idea de que empiece a salir de fiesta nada más empezar el curso.

—Me parece alucinante.

—Nicki, para ya. Sabes que su madre es muy estricta por la cultura en la que se ha criado —espetó Paola.

—De todos modos —dije convencida—, lo más probable es que al final sea ella quien salga con ese hombre. Ni siquiera notará si me voy o no.

—¿¡Eso es un sí!? —se alteró Nicki con los ojos abiertos y las comisuras extendidas despilfarrando emoción.

Cuando se emocionaba tanto, era porque ya sabía la respuesta. Por supuesto que iba a ir, aunque tuviese que mentir. Mi madre, a diferencia de mi padre, era japonesa y se había criado en un ambiente estricto y disciplinado, pero yo no había nacido allí. Aquí las cosas no funcionaban de la misma manera, y me sentía libre de no vivir la misma juventud que ella solo porque se hubiera encerrado en esa idea.

Al llegar a la parada, caminamos con prisa y apretujadas entre el gentío de cada típica mañana laboral, y pronto salimos a la tan ansiada superficie. No tardamos en entrar en el recinto de la universidad y dirigirnos a la sala de actos. Ya me latía el corazón con fuerza. ¿Estaría Max ahí? Entré en la aplicación y no había mensajes nuevos, solo unas "buenas noches" del día anterior. Aproveché para apagarlo y evitar accidentes durante el discurso, me cogí una coleta alta después de guardarlo y me despedí de mis amigas para entrar por la parte trasera del salón de actos.

"No la cagues", me alentó Paola tras Nicki haberse puesto de puntillas para darme un beso en la frente como si me estuviese bendiciendo. En el fondo, aunque pretendiesen parecer normales, estaban locas, y eso me encantaba. Por eso habíamos terminado juntas.

Saludé al resto de alumnos ejemplares del año y me coloqué en la fila. Para cuando miré el reloj en mi muñeca, los minutos que me separaban del discurso se habían esfumado y el director comenzó a nombrarnos para que nos expusiéramos ante el resto de los alumnos. 

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora