No pasó ni una hora cuando mi madre llamó a la puerta para despertarme sin entrar en la habitación. Abrí los ojos de sopetón y apagué la pantalla del móvil como si se me fuese la vida en ello porque me había quedado dormida con la conversación de Estani abierta. Mi madre me contempló asombrada por mi reacción, levantó las manos en señal de inocencia y sus finos labios trazaron una línea perfecta. El cabello oscuro le caía a ambos lados del rostro liso e imperturbable. Se había maquillado con colores azulados —lo que resaltaba su tez pálida— y barra de labios roja, y llevaba puesto un vestido largo bajo la americana negra que reservaba para ocasiones especiales y un abrigo.
—Arréglate, vamos a almorzar en un restaurante que está a un buen rato de aquí.
—Voy —susurré adormilada, aunque tenía los latidos del corazón a punto de matarme.
—Date prisa, nosotros ya estamos.
—Voy —repetí hastiada.
En cuanto me cambié la camiseta holgada por una blusa rosa al cuello, me perfilé con eyeliner la línea de los ojos y me pinté los labios de color coral. Un poco de rímel, varias pulsaciones de perfume, melena suelta con las malditas ondas que me atormentaban y tacones bajos. Apreté los labios para que el brillo se me impregnara, que sabía a melocotón, y bajé a la planta inferior tras coger un chaquetón largo, apresurada por los bufidos que podía oír incluso desde arriba.
Después de que Estani, vestido de galán con tejanos, camisa y americana, y yo compartiésemos unas miraditas de sorpresa y complicidad, entramos en el coche y Vicent arrancó rumbo al dichoso restaurante. Pasó, tal y como había dicho mi madre, casi una hora cuando encontramos un aparcamiento junto al restaurante de varios pisos y rompimos el silencio comentando lo increíble que se veía aquel sitio.
El mesero nos condujo a la mesa reservada en una terraza con vistas a un acantilado precioso. El viento nos mecía la ropa con suavidad entremezclando los diversos perfumes que habíamos utilizado, enfriándonos las mejillas templadas por la calefacción del coche. Nuestros padres se adelantaron, instante que Estani aprovechó para rozarme los dedos como si fuese a cogerme la mano, pero el contacto se desvaneció enseguida al quedar expuestos. Nos sentamos frente a ellos y sonreímos como lo haría una familia feliz.
En la carta del restaurante había infinidad de platos: solomillos, costillas, tartaletas, pescados de primera... Descarté la última opción al ver la colosal pecera al fondo de la sala principal. El mesero vino antes de lo esperado, así que decidimos sobre la marcha y me crucé de brazos sobre el mantel borgoña con florecillas doradas grabadas en los bordes. Vincent y mi madre se miraban acaramelados, arrancándonos gestos desagradables mientras tratábamos de evadirnos hablando sobre los estudios de Estani, que se repeinaba nervioso cada vez que desviaba la atención a mis labios maquillados por acto reflejo. Era tan obvio que las comisuras se me ampliaban sin poder evitarlo, eso sin mencionar lo feliz que me hacía verlo tan guapo, a tantos kilómetros de Madrid.
—Estás preciosa —me silabeó sin voz a escondidas.
No, tú pareces un ángel, pensaba yo.
Nuestras rodillas chocaron y no se apartaron porque no había sido casualidad. Nos moríamos por estar los dos a solas de nuevo. Mi mente voló a la posibilidad de tener un millón de momentos juntos en otra ciudad distinta a la de nuestro hogar. Cantar para él, aunque fuese a distancia, canciones que él compusiese para mí; cenar en restaurantes no tan majestuosos y cogernos de la mano por encima de la mesa; pasear por la calle y... Sonreí al pensar que teníamos una oportunidad de hacer todo eso posible y más.
Mi madre carraspeó y mis pensamientos se esfumaron. Su mano buscó la de Vincent y entrelazaron los dedos con una expresión de felicidad absoluta que me desconcertó.
—Tenemos que daros una noticia —dijo ella—. Mejor ahora para abrir el apetito.
—Cuéntales antes la historia, cariño —sugirió el padre de Estani.
Ambos acudimos a nuestra mirada porque no teníamos ni idea de qué trataba aquello y tampoco pintaba bien.
—¿Recordáis el último viaje que hicimos? —inquirió mi madre ilusionada. ¿Hacía cuánto que no la veía así?—. Vincent me trajo a este mismo restaurante con un regalito sorpresa.
—Creo que es hora de que digáis lo que tengáis que decir.
—Venga, hijo. No seas así —dijo Vincent sin perder el gesto de satisfacción.
—Está bien, seré breve. Tu padre —indicó deteniéndose un segundo para contener una sonrisa victoriosa—, mi querido Vincent, me propuso algo.
—Vamos a casarnos —anunció el hombre al fin.
Al fin.
El mundo se me vino encima. Agradecí que el mesero trajese las bebidas y les sirviese el vino con parsimonia porque, de lo contrario, me habría derrumbado delante de todos. Me desquité con los dedos temblorosos la diminuta lágrima que se me había escapado y evité a toda costa chocar con los ojos de Estani. Una vez el mesero se marchó, los felicité y pedí permiso para ir al baño.
Ni la soledad fue capaz de arrancarme el llanto que me estaba ahogando. Apoyé la espalda contra la puerta que separaba el retrete de los lavabos y me arrastré hasta quedar de cuclillas. Tenía frío, los vellos erizados, y los ojos abiertos de par en par perdidos en la pared de baldosas a medio metro de mí. Me concentré en controlar la respiración, en desviar cualquier pensamiento de mierda que me deprimiese más. Me tapé los oídos como si aquello fuese a protegerme de la voz en mi cabeza y cerré los ojos.
Iban a casarse.
Estani y yo nos convertiríamos en hermanos por ley.
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©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021
Romantizm❤️FINALISTA WATTYS2021❤️ Ninguno imaginó que una coincidencia en el pasillo de la universidad cambiaría para siempre sus vidas. Hela Luna, una joven que apenas se ha dado tiempo para descubrirse a sí misma por las exigencias de su madre divorciada...