Cap 58. Hela

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Nicki me había llamado para que fuese a ver unas pulseritas que les había gustado a ella y a Paola. Eran de cuerda trenzada, imitación cuero, con una medallita de madera donde habían tallado a mano el nombre de la ciudad y pintado también a mano una diminuta palmera con olas y un sol de fondo. Nos encantaban los accesorios artesanales y Amadeo estaba tardando lo suyo, así que no nos lo pensamos demasiado y cogimos las tres iguales —para ir conjuntadas— y nos dirigimos al mostrador. La dependienta nos hizo el favor de cortar la etiqueta de plástico. Nos atamos las pulseras entre nosotras, aunque Nicki quiso que a ella se lo hiciese Jimmy.

Cuando Amadeo apareció, menos pálido y más recompuesto, ya nos habíamos comido las tarrinas de helado y la suya se había derretido. No le importó, se la volcó en la boca y trago ansioso por llevarse algo al estómago después de haberse vaciado las tripas yendo al baño.

Bajamos la cuesta que nos separaba del paseo junto a la arena y el mar, y creo que inspiramos los seis casi al mismo tiempo. El aire fresco olía a salitre, nos llenamos los pulmones dichosos de poder ver aquel escenario en pleno diciembre. De haber podido hacer ese fugaz viaje juntos. Antes éramos tres, ahora éramos seis los inseparables.

Renunciamos a la aburrida decisión de caminar por el paseo, nos deshicimos de nuestros zapatos, nos arremangamos los pantalones y hundimos los pies en la arena fría. Sentir el cosquilleo de cada granito de arena ronzándome la piel era una de las mejores sensaciones. Me desmelené la coleta que me había cogido al llegar a la casa rural y les abracé el brazo a mis amigas mientras descendíamos rumbo a la orilla.

Me había equivocado; la sensación del agua helada desembocando en mis pies desnudos era aún mejor.

Estábamos charlando tranquilas hasta que una ráfaga de salpicaduras nos sobresaltó y pegamos un gritito de susto al unísono. El sinvergüenza de Amadeo se había atrevido a mojarnos arrojándonos el agua de la orilla.

—Estaba pensando en bañarme, pero no sabía si el agua estaría buena. Creo que está demasiado fría, ¿no? —nos vaciló ante las risitas de los chicos.

Y ahí empezó la guerra.

Nos hicimos señas en secreto y nos inclinamos para reunir agua —con arena incorporada— en nuestras manos y empaparlos sin compasión. Qué más daba la ropa y lo que nos hubiéramos arreglado para venir a Chiclana, solo queríamos disfrutar como críos sin pensar en nada más. Gritábamos, corríamos con algún que otro tropiezo incluido y nos mojábamos con una sonrisa que nada ni nadie podría habernos robado en ese momento. Al final, Nicki y Jimmy se alejaron persiguiéndose entre ellos, y Amadeo cogió en brazos a Paola para revolcarla en la arena. Ella suplicaba por su vida, aunque a él poco le importaba, y yo fui directa a por Estani. Cogí agua de nuevo y me lo encontré esperándome con las cejas alzadas.

—¿Estás segura de querer pelear sola contra mí? —me retó.

O puede que no fuese un reto, pero yo interpretaba ese tipo de preguntas así. ¿Miedo? ¿Qué era eso? Extendí las manos con fuerza y el charco de agua le cayó en toda la cara y el pelo porque no se esperaba que fuese a hacerlo. Con los ojos cerrados dejó asomar una sonrisilla de venganza, se restregó los ojos y, en cuanto los abrió, corrió como un loco a por mí. Yo gritaba histérica mientras escapaba con la estúpida esperanza de que se cansase antes que yo, pero no fue así. Tropecé y caí de bruces, aunque rodé a un lado para defenderme si se lanzaba sobre mí y acerté. No dudó en capturarme y hacerme cosquillas hasta el punto de que se me saltaran las lágrimas.

—¡Para, por favor! —le gritaba una y otra vez ante la tortura—. ¡Odio las cosquillas!

Entonces, cesó y vaciló en qué hacer a continuación. Los mechones rubios le colgaban empapados y goteaban en mis mejillas, y sus collares de cuero y acero tintineaban en el aire. Tenía el color de ojos más intenso de lo normal, causa de que el sol le estuviese dando de pleno en el rostro y de que las pestañas húmedas le oscurecieran las líneas de agua.

—¿De verdad odias las cosquillas? —inquirió iluso.

Me aguanté las ganas de echarme a reír. ¿Estaba siendo considerado conmigo? Dejó de apresarme para peinarse la melena rubia y empapada hacia atrás. Una cosquillita en mi estómago hizo acto de presencia y me sentí culpable de verlo tan atractivo.

—Te sienta bien el agua —espeté con dolor en la mandíbula de reír tanto.

—¿La señorita Hela se atreve a burlarse de mí otra vez?

Preparó las manos para volver a atacarme con cosquillas.

—Lo digo en serio, te sienta bien el pelo así.

No alcancé a ver qué expresión hizo a continuación, se reincorporó rápido y me tendió una mano con la vista puesta en nuestros amigos, que se habían reunido en la orilla. La acepté y él me soltó en cuanto consiguió levantarme.

—Vamos, creo que nos están llamando —musitó en un hilo de voz.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora