Cap 21. Estani

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Emi, la madre de Hela, me había indicado los tres lugares favoritos de su hija, a los que acudía cada vez que estaba triste o afligida, y solo me faltaba uno: las colinas del Parque Cerro del Tío Pío. ¿Cómo podía haberle ocultado a su hija semejante cosa? Mi padre me había dicho que Emi tenía una hija de un año menor que yo cuando me había puesto al tanto de la situación y de la mudanza que tenía prevista desde hacía un par de meses. Me había pedido también mucha discreción y buen comportamiento en la casa, ya que pretendían que comenzáramos la convivencia como una familia de cuatro. Pero ¿cómo pretendía Emi así que Hela se sintiese en familia? Corría con el corazón a mil, buscándola por todos lados, mirando por cada esquina. La madre me había pedido que la dejara sola, pues ya volvería cuando se le pasase el berrinche. Yo no creía que eso fuera un berrinche; Hela debía de sentirse decepcionada y apartada. Fuera de lugar en su propio hogar.

Pobre chica, pensaba una y otra vez, con los ojos agitados y la respiración entrecortada. Crucé la carretera sin esperar a que los coches me cedieran el paso, con algún que otro conductor pitando o diciendo estupideces, y me adentré en el parque. Solo me detuve para recuperar el aliento un minuto y seguí a trote mientras entornaba los párpados para distinguir a las chicas que me cruzaba o veía a lo lejos. La oscuridad de la noche me estaba dificultando demasiado el trabajo. ¿Y si ya había vuelto? Subí a una de las colinas y vi a mi derecha la silueta de una joven abrazada a sus piernas con la cabeza gacha entre ellas. La espalda le temblaba, parecía un perrito recién abandonado. Era ella, me dolía verla así incluso a mí que apenas la conocía. ¿Cómo podía su madre...? Suspiré y negué con la cabeza, no podía creerlo.

De pronto, para mi sorpresa, Hela se recompuso. Se levantó y apretó los puños con la mirada empapada al frente.

—¡Pienso cantar cuanto me apetezca! ¡Todas las mañanas y todos los días! ¡No vas a volver a detenerme jamás! ¡Nunca! ¡Me dedicaré a ello si es lo que quiero, aunque te pese! —gritaba con furia, despechada.

¿También has estado escondiendo tu increíble voz por agradar a tu madre?

Se enjugó las lágrimas y volvió a sentarse en el césped. Me acerqué a ella y giró la vista hasta clavarse en mí, mordiéndose los labios y con las cejas temblorosas. No dijo nada, enterró de nuevo la cabeza entre las piernas.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó una vez me senté a su lado.

—¿Cómo no hacerlo con esos gritos que pegas?

Un sonido me reveló que no había terminado de llorar. Qué lástima me daba. Tenía ganas de abrazarla, pero temía que eso la enfureciese más, así que le acaricié la espalda con calma. Sorbió su nariz y se restregó los ojos para mirarme a la cara.

—¿Sabías algo?

—No sabía que eras tú, si es lo que te preocupa.

—¿De verdad?

Asentí.

—Hela, estás temblando, deberías de volver a tu casa.

—¿A mi casa? —bufó con ironía—. Ahora es nuestra casa.

—Maldita sea, ¿cómo ha podido no contarte nada? —exploté y me llevé las manos al puente de la nariz, con un intruso dolor de cabeza instalándose en las cuencas de mis ojos.

—Lo siento, ojalá pudiera tomarme esto de otra forma.

—No digas tonterías, no te culpes por algo en lo que no has tenido nada que ver.

—Nunca mejor dicho —dijo levantando el rostro y sonriendo con una expresión de derrota.

Hasta tenía la voz quebrada a causa del llanto. Parecía tan pequeña, tan vulnerable... Tan sola. Extendí la mano y la atraje hacia mí sujetándola por el hombro para abrazarla. Ella se dejó mover como un animalillo frágil e indefenso.

—Tendrá sus razones —murmuré dejando caer mi barbilla sobre su cabeza—. No creo que lo haya hecho con mala intención, ya te explicará.

Hela me devolvió el abrazo apretando con fuerza la tela de mi cazadora de pana y se hizo pequeñita bajo mi presencia.

—Gracias —susurró—. Gracias por venir, por buscarme y por intentar calmarme. Si hubiese estado sola...

—Habrías seguido chillándole al viento —terminé la frase por ella y se echó a reír como pudo.

—Probablemente, estúpido viento que no me detiene.

—No es tan calentito ni tan cómodo como yo.

Hela no respondió. Y yo tampoco quise interrumpir el precioso silencio que nos envolvía, repleto de murmullos a lo lejos y sonidos intermitentes de los grillos. Poco a poco, mientras contemplaba el océano del cielo y la sujetaba con fuerza para que sintiese que había alguien ahí, con ella y en ese preciso momento, noté cómo su corazón encogido se tranquilizaba. Los dedos aflojaban y la velocidad atropellada de su resuello desaparecía. Perdí la cuenta del tiempo que pudimos pasar sobre lo alto de esa colina, bajo el frío y entre nuestro propio calor corporal.

Una vez Hela se sintió capaz de volver, nos levantamos sin intercambiar palabras y caminamos juntos hasta casa.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora