Cap 4. Estani

385 75 14
                                    

Me dejé caer en el marco de la puerta del almacén cuando el último cliente del día se marchó por la puerta de la librería. Linda estaba sentada sobre unas cajas repletas de libros que acababan de salir al mercado y que deberíamos de haber colocado ya de no ser por la cantidad de alumnos de todos los cursos y centros que habíamos recibido. Estaba echándole una ojeada a uno de ellos mientras tarareaba la canción Lost On You de LP con su melena cobriza cayéndole por la espalda. Tenía la voz preciosa, rota y dulce, como de costumbre, pero había algo más. Yo, que la conocía desde que había empezado a ir a casa de Jimmy, lo notaba a leguas.

—Tan observador como siempre —murmuró sorprendiéndome y cerró el libro con las dos manos, alterando el polvo del ambiente. Se dio la vuelta sin ponerse en pie—. Te acercas sigiloso y observas el entorno, a eso me refería —vocalizó con una sonrisa en los labios.

Reflexioné un momento. Aquella joven rodeada de muebles viejos, con jarrones y flores de plástico por encima que parecían más reales que ella, era como un cuadro de óleo. El perfume que emanaba la madera la acompañaba.

—Simplemente estoy cansado.

—Sí, sí. ¿Qué tal lleváis los ensayos? Jimmy está muy entusiasmado con el concierto del domingo.

—Bueno, es un pub bastante pequeño —procuré quitarle importancia, aunque también me enervaba imaginar el momento en que subiese al escenario. Lo habíamos hecho veces contadas con los dedos de una mano.

—Lo haréis bien —bajó la voz y se recogió el cabello tras las orejas mientras se reincorporaba—. Toma, búscale una buena posición en el escaparate.

—¿Qué hay de ti? ¿Estás bien?

Me alejé del marco de la puerta irguiéndome y extendí el brazo para alcanzar el libro que Linda me ofrecía, pero ella se adelantó y tropezó sus dedos con los míos, lo que la hizo levantar la vista y ampliar los labios.

—Deberías dejar de mirarme así.

—¿Por qué?

—No me gustan los chicos más jóvenes que yo, ya lo sabes.

Dejé escapar un bufido y sonreí sin tomar esas palabras demasiado en serio. Pasó por mi lado sin esperar a que me apartase, yo la seguí hasta el mostrador y me dispuse a colocar el libro donde me había indicado. Me restregué los ojos exhausto por la sesión en el estudio y la jornada de trabajo, y fui a la salita de descanso a recoger mis cosas.

—¿Y la mudanza? —se interesó Linda, que estaba comprobando el orden de los tomos de una estantería junto a la puerta de la salita.

—No me quejo, ya estamos empacando lo último.

—Me alegro, podrás centrarte en los estudios.

—La parte buena es que dejaremos el piso y nos instalaremos en una casa. Podré componer tranquilo.

—Qué suerte tienes, rubito. Me encantaría despertarme con el canto de los pájaros y el sol de frente.

—Menuda romántica estás hecha. —La despeiné con suavidad al pasar por el lado y subí la mano sin mirar atrás—. Nos vemos mañana.

Salí oyendo el tintineo de la puerta al cerrarse tras de mí y me puse los auriculares tan pronto me alejé de la librería de camino al metro. Tenía muchas cosas en las que pensar y una lectura pendiente que pretendía acabar esa misma noche, pero la mudanza era lo primero.


En cuanto llegué a casa, dejé las llaves en una pequeña cestita que había sobre el mueble del recibidor y contemplé el mar de cajas que se extendía hasta el final del pasillo. Comencé a apilarlas unas sobre otras para despejar un poco el camino y no sentirme asfixiado en mi propia casa, que no era pequeña. Y me abrí paso a la cocina de tres por tres para calentarme los espaguetis a la boloñesa que habían sobrado en el almuerzo. No noté la presencia de mi padre hasta que salió del baño con una toalla envuelta en la cintura y el pelo canoso repeinado hacia atrás.

—Qué tal el día, hijo —dijo sin entonar la pregunta.

—Tranquilo. ¿Quieres? —le ofrecí enseñándole el plato.

—No, gracias. Tengo que terminar de recoger el despacho, mañana me marcho a primera hora.

—¿Trabajo otra vez?

—Sí, vuelvo el sábado —explicó rebuscando en los cajones de la cocina hasta que encontró unas tijeras y fue a cortar la etiqueta de una americana negra que había colgada en el pasillo—. Ten las cosas preparadas, el camión de la mudanza viene el lunes por la mañana.

—Está bien. —Cavilé si contarle o no que el domingo daría un pequeño concierto en un pub del centro de Madrid. Tragué los espaguetis que tenía en la boca y lo dije en voz alta para no tener que repetirlo—: El domingo tocaremos en Libertydance.

—¿Qué es eso?

—Un pub, no muy grande, pero con bastante buen ambiente.

Tardó unos segundos en responder. Sabía que no le gustaba el hecho de que me apasionara la música, que prefería que me volcase al cien por cien en la carrera, pero ya habíamos perdido mucho tiempo en discutir el mismo tema. Debía respetar mis gustos, como si así quisiera dedicarme a tocar con la guitarra. Nunca había sido mi sueño, creo que tampoco me había dado la oportunidad de planteármelo. Y no podía negarme hacer algo que no me repercutía de manera negativa en absolutamente nada, sino todo lo contrario. Asomó la cabeza desde el baño, confuso y resignado.

—Pues tendréis que imprimir folletos publicitarios y colgarlos por todas partes, ¿no?

Su respuesta hizo que los espaguetis se me fueran por mal camino y terminé tosiendo con una mano golpeándome el pecho. De repente, me correteó el interior un subidón de energía. Me levanté a por un vaso de agua, aún desubicado. Hacía mucho que no hablábamos de algo que me gustara solo a mí. ¿Era eso sentirse aceptado por un padre?

—Podéis utilizar la impresora del despacho antes de que la guarde este fin de semana —continuó y casi escupí el agua también.

—Gracias, papá —contesté estupefacto.

Lo más seguro era que él estuviese feliz porque había dado un paso al frente en la relación con Emi, pero para mí era una reacción muy importante. No es que necesitara su aprobación para hacer lo que me gustase, o quizá sí. No me gustaban las complicaciones ni tormentos mentales, así que cuando algo me causaba problemas, simplemente lo dejaba atrás. Lo abandonaba o evitaba el conflicto, como ocurrió con Amanda. Ella esperaba que yo solucionase el problema de la relación a distancia, y yo solo quería seguir pasando tiempo con mis amigos, tocar la guitarra, leer en silencio por las noches y escuchar a Linda tararear en la librería cada día.

Me saqué el móvil del bolsillo del pantalón para proponerles a Jimmy y Amadeo la idea de los folletos y me incorporé tras acabarme el plato de pasta para recoger la mesa. Recibí sus respuestas al instante:

Amadeo:

Tráelos mañana y los colgamos por toda la uni

Este domingo lo petamos 🤟🎸🎸🎸

Jimmy:

Síii

¡Qué ganas, joderr! 

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora