Cap 72. Hela

167 41 4
                                    

Tenía tal lío en la cabeza que preferí alejarme de mis amigos, del resto de la gente y de la música enloquecedora que emanaba el conjunto de pubs.

De pronto, y no sabía por qué, estaban aflorándome todos los sentimientos que había reprimido durante más tiempo del que había imaginado. Pensé que lo había estado haciendo bien, que había dado mi mejor esfuerzo por comportarme como una hija correcta y que la buena relación que tenía con Estani era fruto de ello. En ningún momento me había imaginado que podía estar sintiendo algo hacia él, incluso lo había obviado las mil veces que lo había visto más que atractivo, que se me había acelerado el corazón o que había preferido largarme del lado de Max para correr junto a Estani. Darme cuenta este día lo empeoraba todo porque tenía las emociones a flor de piel por el montón de cosas que me habían pasado en menos de veinticuatro horas.

Y es que un paso en falso pondría en juego mis amistades, mi grupo de música, el ambiente de mi hogar y mi relación con él.

Me abracé a mí misma para cobijarme del frío y la humedad que me estaba encrespando el cabello y me senté en las escaleras donde el italiano me había intentado apartar del grupo para que tomase un camino por separado. Se me ocurrió que quizá sería lo mejor, no sabía cuánto tiempo podría soportar la atención de Estani sin que descubriera mis sentimientos o yo la cagase. También se me ocurrió que quizá la mejor opción sería hablarlo directamente con él para pusiésemos distancia entre nosotros, pero eso acabaría de igual manera con nuestro grupo de música y marchitaría la relación que teníamos. ¿Qué diablos estás pensando, Hela?

Era una idiota.

Tampoco tenía que dramatizar tanto. Seguro que abriéndome la aplicación de Tinder otra vez podría conocer a algún chico interesante que me quitase de la cabeza esas estúpidas ideas. Me incliné con los codos sobre las rodillas y me froté las pestañas húmedas.

Qué mierda.

Ni siquiera sabía con exactitud la magnitud de mis sentimientos y ya estaba lloriqueando.

—Te encontré —anunció Estani y me espanté. Por si fuera poco, se sentó en el escalón superior y me abrazó desde atrás para luego frotarme los brazos con cuidado—. ¿No tienes frío?

—Un poco.

—Pues te recuerdo que tienes una camisa de cuadros en tu trasero muy calentita.

—Chico listo —espeté al levantarme de un brinco y deshacerme de su abrazo.

La presión en el pecho disminuyó. Me desaté el nudo en la cintura y sacudí la camisa antes de ponérmela. Qué gustazo, encima estaba calentita de haberme sentado un buen rato sobre ella. Estiré las piernas, luego los brazos y miré el cielo sin saber muy bien qué decir o cómo comportarme con él. Sin necesidad de comunicarnos, se incorporó rumbo al paseo de la playa con las manos en los bolsillos y la vista también en el cielo, y yo lo seguí porque sabía que quería dar un paseo. Porqué él sabía que yo lo necesitaba.

Ese tipo de detalles, esa conexión que solo tenía con él, eran mi debilidad.

Caminamos unos minutos en silencio hasta que nuestros zapatos dejaron de pisar el alquitrán de la carretera para andar sobre el suelo empedrado del paseo. Me echó una miradita señalando de soslayo la costa a unos metros más abajo. Taconeé para que se percatase de mis botas de tachuelas.

—No pienso bajar ahí.

—Venga ya —insistió—. Quítatelas, así no las llenas de arena.

—Y luego las mancho con los calcetines, ¿no?

—Quítatelos también.

—De eso nada —contesté tajante.

—Pues bien —dijo y acortó la distancia entre nosotros a zancadas.

De repente, puso mi mundo patas arriba. Y lo hizo de forma literal. Me cogió en brazos y, aunque intenté resistirme al principio, fue en vano. Me cargó desde el paseo hasta casi la orilla de la playa hundiendo sus deportivas en la arena. Cuando llegamos al punto donde tenía pensado liberarme, me despojó de las botas y de los calcetines y me soltó con cuidado para que no perdiese el equilibrio con las irregularidades del terreno. Me tendió los zapatos con los calcetines dentro para quitarse la chaqueta y cubrirme con ella. Luego, me acarició el pelo.

—Se te ha encrespado —comentó. Antes de que pudiese protestar, añadió—: No te preocupes, sigues estando igual de bonita.

¿Por qué se comportaba así conmigo? Me mordí el labio inferior tratando de evitar que el nudo en la garganta me ahogase y se me turbase la vista otra vez. Tenía que renunciar a eso tan especial que teníamos si pretendía que la cosa no fuese a más.

—¿Estás mejor? —me preguntó buscando mi mirada gacha.

—He tenido días mejores.

—Creo que tienes el juicio nublado.

Desde luego, has dado en el clavo, pensé irónica.

—¿Por? —inquirí mientras jugueteaba con las conchas y los restos del mar bajo mis pies desnudos.

Las diminutas olas rompieron y el frío del agua me alcanzó.

—Porque estás de viaje con tus amigos, muy lejos del hogar que te apresa, has dado tu primer concierto, has despertado el interés de un cazatalentos y has retomado el contacto con tu padre.

Lo de mi padre preferí obviarlo.

—Muy lejos del hogar que me apresa... —repetí en susurros. Entonces, subí la vista—. Tú formas parte de mi hogar ahora.

—Lo sé, es una de las mejores cosas que me han podido pasar.

—¿Por qué?

Posó las manos en mis hombros y me acaparó con sus ojos claros en mitad de la noche. El cuerpo me temblaba no de frío, sino de miedo. Contemplé cómo su boca despedía vaho al abrirla lo suficiente para respirar.

—¿Por qué el qué? —preguntó a pesar de saber que solo había una respuesta a lo que había dicho—. ¿Por qué conocerte ha sido de las mejores cosas o...?

El sonido de las olas al romper acallaba los latidos de mi corazón. Desplazó una mano a mi mejilla y perfiló el contorno de mi rostro con el pulgar como si él también tuviese algo que decirme. Ladeé el rostro y me rocé con su mano ahora atrapada entre mi moflete y el hombro.

—Deja de entrar en mi mente —murmuré flojito, tan débil a sus caricias que me avergoncé de pensar que pudiera haberse dado cuenta.

Estani sonrió. No apartó sus ojos de mí, llevó la mano libre a mi barbilla, me acarició el labio inferior obligándome a soltar un suspiro y me alzó el rostro. ¿Era eso normal o él también estaba actuando raro? Supliqué en silencio que no hiciese nada extraño, pero lo hizo. Se acercó hasta que estuvimos a un par de centímetros y nuestras respiraciones agitadas se comenzaron a fusionar. Bajó la vista a mis labios y yo lo hice a los suyos. Ojalá pudiese probarlos. Ojalá, ya que no compartíamos sangre, no compartiésemos tampoco la relación de nuestros padres. Me aferré con fuerza al torso de su camiseta y cerré los ojos para huir de la realidad que deseaba, pero que jamás sería mía.

Sentí un roce en la punta de mi nariz, un saludo esquimal, y ante la ausencia de su resuello volví a abrir los ojos. Que se hubiese alejado un poco me permitió contemplar su expresión, una preciosa pero taciturna sonrisa.

—No deberías consentir que un chico se acerque tanto a ti —dijo con la voz rota—. Y menos tratándose de mí.

—Lo he consentido justo porque eres tú —repliqué sin tener muy claras mis intenciones.

Se carcajeó sin ganas y me soltó por completo para darme palmaditas en la cabeza. Su semblante se oscureció.

—Sabías que no iba a hacer nada, ¿eh? Esta vez, la chica lista has sido tú.

¡No! ¡Te equivocas!

—Tranquila, yo tampoco iba a hacer nada raro. Quería gastarte una broma pesada para que te animases —indicó serio. Eso me resquebrajó por dentro—. Vamos, los demás deben estar buscándonos.

Metió las manos en los bolsillos del pantalón y se dispuso a subir al paseo sin esperarme ni mirar atrás. Ver su silueta desde atrás e imaginar que podía llegar a perderlo, a alejarme de él, me dolió tanto que fingí agacharme para recoger algunas conchitas rotas hasta recuperar la compostura.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora