Cap 22. Hela

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—¿¡Qué!? —gritaron mis amigas al unísono, en mitad de la clase de economía, ganándose una merecida expresión asesina del profesor.

Las ojeras me llegaban a los pies, no había podido dormir y estaba medio ronca. Para colmo, a media noche como si tampoco pudiese conciliar el sueño, mi madre me había mandado un mensaje que no había sabido cómo tomármelo:

«Siempre hay segundas oportunidades, Hela. Necesito tu apoyo en esto, sé que podemos volver a ser una familia, estoy convencida».

Por la mañana no había hablado con ella ni le había dado la oportunidad de hacerlo porque me había preparado antes de que se despertasen y marchado con la falsa esperanza de que las bajas temperaturas de la mañana me refrescasen la mente. ¿Una familia? Pensé que ya lo éramos juntas. Descubrí que la antigua habitación de mi padre, la que había recogido ella con tanto esmero, era en realidad la actual de Estani. Ahora compartíamos casa y dormíamos en habitaciones enfrentadas. Mis amigas me miraban desencajadas. No habían podido asimilarlo. Ni yo.

—¿Qué me estás contando, tía? —se alteró Paola.

—Eso es chungo, eh. No entiendo que ni siquiera te haya contado lo de la mudanza.

—No, no. Eso es... Es que no tengo palabras, cariño.

—Madre mía, Hela, ¿se puede saber qué vas a hacer ahora?

—Sobrevivir —respondí escueta mientras apuntaba lo que el profesor había escrito en la pizarra.

—¿Y si hubiera sido otro tío y no Estani? —intervino Pao—. Podría haber sido tu peor enemigo o Max, fíjate. De novio a hermanastro. O podría haber sido un buenazo y convertirse en mi cuñado.

—Estani es guapísimo, tía —contestó Nicki.

—No es mi prototipo. ¿Ahora va a ser tu hermano mayor, Hela?

—¿Eres tonta? ¿Cómo va a ser su hermano?

—Mi madre quiere que nos comportemos como una familia feliz, quién sabe.

—¿Qué me estás contando, tía? —repitió Paola—. ¿Cómo puede pedirte semejante cosa? Esto es alucinante.

—No tengo escapatoria —añadí.

—Dios mío, salva a esta pobre chica de sus desgracias —aportó Nicki.

—¡Callaos ya! —gritó el profesor desesperado y nosotras inflamos los mofletes para evitar partirnos de la risa.

Cerramos el pico y recapacité si debía contárselo a Max o no. Desde luego, no podía ocultarle que a partir de ahora viviría con un chico de su edad, que había conocido en un concierto de Libertydance y con el que compartiría la gran mayoría de los días, eso sin contar las salidas con el grupo entero o las visitas al estudio que teníamos pendiente. Remover el tema y darle explicaciones de todo tipo era lo que menos me apetecía, y de ahí el motivo de que le enviase un mensaje diciéndole que compartiría el recreo con mis amigas ese día. Sí, necesitaba refugiarme en ellas como lo había hecho la noche anterior con Estani. De no ser por él, nadie habría ido a buscarme.

Salimos al patio exterior con una regañina del profesor a nuestras espaldas y yo con miedo a encontrarme de frente a Max, que no había respondido al mensaje que le había mandado. Por suerte, pudimos llegar a las gradas sanas y salvas, donde me esperaban las mismas reacciones de las chicos cuando se hubieron enterado de la situación. Escondí la cara entre las manos y aparté los dedos para mirar entre ellos a los chicos. Amadeo no tardó en venir a mí y darme unas palmaditas en el hombro.

—Estani nos ha contado algo por encima. ¿Estás bien?

—Tampoco ha sido nada del otro mundo —pretendí quitarle importancia, aunque la ceja arqueada de Amadeo me hizo suspirar—, pero mi madre...

—Sí, te entiendo, no lo ha hecho bien.

Jimmy negaba en silencio a la vez que nos saludaba chocándonos el puño, y Estani se descolocó los auriculares a la vez que se reincorporaba y buscaba saber cómo me sentía con la mirada. Se había abrigado con la cazadora de pana del día anterior, sobre la que yo había llorado y dejado de llorar. Incluso tenía pequeñas manchas de rímel a la altura del hombro. Nos sentamos y el frío de las gradas traspasó los vaqueros helándome el trasero y las piernas.

—¿Estás bien? —le pregunté antes de que él lo hiciera.

Asintió. No, no lo estaba. Lo más seguro —y comprensible— es que se sintiese un estorbo después de haberme visto en el estado de la noche anterior. Repeinó su cabello rubio hacia atrás y se removió incómodo sobre el bloque duro en el que estábamos sentados. Estaba un poco avergonzada por todo, la culpabilidad se iba haciendo hueco en lo hondo de mis sentimientos. Pero sonreí, desenrollé el papel de aluminio que envolvía el bocadillo que había comprado esa mañana en un bar fuera de la universidad y le di un gran mordisco. Seguimos charlando con todos, bromeando como desde el primer día y volvimos a clase tras el descanso. Nicki nos contó que había quedado esa tarde con Jimmy, y la felicitamos porque hacía tiempo que no la veíamos tan ilusionada.

Si Max me respondió o no, solo el móvil lo supo. El sonido estaba desactivado y mis ganas de comprobar las notificaciones también. Puede que se hubiera molestado por haberlo dejado tirado, quién sabía. Al terminar las clases volví sola a casa, Estani al parecer trabajaba desde el mediodía en la librería de Jimmy y su hermana. Mi madre y Vincent me esperaron para comer y lo hicimos juntos, en silencio por supuesto, porque nadie sabía qué decir y la presentación con aquel hombre había sido nefasta, si es que hubo alguna. Recogimos la mesa rápido, se marcharon al salón y yo lo hice al dormitorio.

En cuanto me desperté tras una larga siesta con la mente despejada, saqué ropa interior y un pijama del armario y me escabullí al cuarto de baño, donde me desnudé con Speak of the Devil de Black Pistol Fire de fondo, aprovechando el buen humor con el que me había despertado para bailar bajo los chorros ardientes de la ducha. Canté, y lo hice sin importarme quién hubiese en casa, recordando la sentencia que le había gritado a los cuatro vientos sobre las colinas de aquel parque.

¡Pienso cantar cuanto me apetezca! ¡Todas las mañanas y todos los días! ¡No vas a volver a detenerme jamás! ¡Nunca! ¡Me dedicaré a ello si es lo que quiero, aunque te pese!

Qué motivada me había levantado, así daba gusto. Con el grifo cerrado cogí la alcachofa de la ducha y la transformé en un micrófono mientras balanceaba las caderas con la música de fondo y mi voz a todo volumen. Unos golpes en la puerta me sobresaltaron y, joder, se me cayó justo encima de los dedos de un pie.

—¿Estás bien? —se preocupó Estani al otro lado.

—¡Estoy empezando a pensar que cada vez que apareces me ocurre algo! —me burlé saliendo y cubriéndome con una toalla rosa que había dejado sobre el lavabo junto al pijama violeta de lunares.

—¿Lo siento? —oí que su voz se alejaba y las risitas también.

Puede que fuese el mejor momento para bajar las escaleras que me separaban de mi madre y hablar cara a cara con ella, presentarme como era debido ante Vincent, disculparme tal vez por haber creado tensión en la «nueva familia». Bufé irónica de lo que yo misma había pensado. Colgué la toalla en el perchero detrás de la puerta y vestí el pijama. Puede que fuese el mejor momento, pero no era lo que me apetecía hacer después de todo. Con el pelo suelto y aún húmedo, saqué por fin el móvil de la mochila, le escribiría un mensaje para decirle que tenía algo que contarle, aunque lo haría en persona al día siguiente. Y más recuperada después del bajón, aporreé suave la puerta de Estani.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora