Cap 94. Paola

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Había anochecido hacía tanto que habíamos perdido la noción del tiempo y estaba cagándome en cualquier dios o diosa meteorológica que existiera porque con las insoportables nevadas nos habíamos quedado atascados en mitad de la carretera de camino al aeropuerto para recoger a la madre de Amadeo. Para colmo nos habíamos quedado sin batería en el móvil por haber pasado la tarde en su casa echando batallitas a su videojuego favorito y no podíamos avisar a nadie. Me arrebujé en mi abrigo y me froté los brazos desesperada porque teníamos que elegir entre pasar frío y conservar la batería del coche o poner el aire acondicionado y morirnos del asco en aquella cuneta esperando a que algún ser altruista nos recogiese.

—¿Quieres mi chaqueta? —me ofreció Amadeo con las cejas fruncidas, preocupado más por mí que por la situación.

—No seas memo, puedo arreglármelas con el mío. —Exhalé un largo e impaciente suspiro, aquella situación me superaba, y me desabroché el cinturón—. Necesitamos salir del coche, que nos vean y nos dejen un teléfono para llamar a la grúa. Alguien pasará por esta carretera, digo yo.

—Saldré yo —dijo imponiéndose antes de que pudiese poner objeciones.

Se quitó el cinturón, abrió la puerta sujetándola para que el viento no la arrancase de cuajo y salió tras un estruendoso portazo que me dejó sorda. Después de rebuscar en el maletero y vestir un chaleco con bandas reflectantes, luchó contra la ventisca para ponerse en medio de la carretera. Desde la posición del coche con las luces de emergencia y los focos encendidos podía ver a Amadeo haciéndoles aspavientos a los árboles, porque no había un alma que cruzase aquella vía. Y con razón, quién se atrevería a coger el coche en aquellas condiciones. Eso sin mencionar que Amadeo había pensado que tenía cadenas de repuesto en el maletero cuando no era así, y con mucha suerte nos habíamos podido detener a un lado antes de que el coche empezase a hacer piruetas. Cada pensamiento me desesperaba más.

Me reuní con él en las afueras con un poco de esfuerzo. La nieve invadió el interior de mis botas y estuve a punto de pegar un grito de rabia.

—Podrías haber revisado si llevabas las cadenas al menos —le repliqué al posicionarme a su lado.

El viento era terrorífico y hacía que el frío nos calara los huesos.

—¿Qué haces aquí? Métete en el coche.

Lo miré de reojo retándolo a que me echase de la carretera y rodó los ojos.

—Tenía prisa, ¿vale? Mi madre es muy impaciente, ya lo sabes.

—Vamos al coche, anda —le rogué pegándome a él como una lapa—. Hace frío y, si se acercase algún vehículo, veríamos las luces de lejos.

—No con esta ventisca, Paola.

—¡Pues nada, aquí te quedas!

Me volví dando pisotones y hundiendo los pies en la nieve, furiosa. Nunca me había gustado, nunca. Tan bonita, tan llamativa, y yo prefería utilizar el paraguas antes con la nieve que con la lluvia.

—¿¡Es que pretendes que pasemos la noche en el coche!? ¡Nos moriremos congelados! —me gritó desde atrás.

Me giré irritada y lo amenacé con un dedo.

—No vuelvas a gritarme.

Me ignoró soltando un resoplido quejumbroso al pasar por mi lado, abrió la puerta y me propuso que entrase haciendo un gesto con el brazo. Lo hice, aunque no porque él me lo pidiera. Ya me castañeaban hasta los dientes del frío, teníamos que hacer algo. Amadeo entró después y con el pasar de los minutos nuestras esperanzas se fueron yendo al traste. Los cristales no hacían más que empañarse con nuestro aliento, lo que dificultaba que pudiésemos ver si se acercaba algún coche, y la tormenta de nieve parecía estar empeorando. Limpié parte del cristal con la manga del abrigo y apoyé la frente rendida.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora