Cap 36. Estani

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Estaba molesto. Muy molesto.

Demasiado para mi gusto.

Y no sabía por qué, solo sentía que me quemaba la cabeza al recordar a Amadeo cerca de Hela, besándole el cuello e intentando molestarla con cosas que le decía. ¿Acaso no le había dicho ya que estaba conociendo a alguien? No entendía por qué no respetaba eso. ¿Y por qué no nos había contado Hela que estaba conociendo a alguien? Por suerte, desde el beso con Paola la había dejado en paz y tenía un nuevo objetivo. Me llevé los dedos al puente de la nariz y apreté hasta que me hice daño porque entre las copas, el chupito y las cervezas que llevaba encima empezaba a costarme medir mi fuerza.

Maldita sea, ni siquiera los rechazos casi diarios de Linda me molestaban tanto.

Observé a Hela en silencio, que reía con la misma dulzura de siempre mientras hablaba con sus amigas. Estaba distinta, o era yo el distinto. El cabello castaño le caía por ambos lados del rostro. No podía olerlo, pero pensé que me gustaría. Le repasé los labios y bajé al cuello. Maldito Amadeo.

Mierda, ¿qué me pasa?

Ahora es mi hermanita, hermanastra o como quiera llamarlo. Eso es. Actúo como un hermano protector que no quiere que otros chicos la toquen.

¿No quiero que otros chicos la toquen?

Me terminé el quinto botellín cabreado y lo posé a un lado lejos de la alfombra para salir al exterior y tomar aire fresco. Me estaba pasando con el alcohol, lo sabía. Quizá así dejaría de pensar cosas raras. Me puse en pie de sopetón, tuve incluso que sujetarme a la estantería con libros que había junto al televisor. La cabeza me daba vueltas. Negué ladeándola de un lado a otro y encaré a mis amigos.

—Lo siento —dije moviendo la mano en el aire—. Necesito despejarme, seguid vosotros.

—¿Estás bien? —me preguntó Amadeo.

Pasé de él y me largué al porche de la casa, donde mi padre aparcaba el coche. Ahora solo había una pequeña explanada de tierra porque estaba en Cantabria con Emi. Oí cuchicheos por el camino y unos pasos que me siguieron, sabía quién sería incluso sin voltearme a comprobarlo. Dejé que la espalda me descansara sobre la pared exterior y miré al cielo con los brazos cruzados esperando a que Amadeo me explicase por qué no me dejaba solo y tranquilo.

—Estoy bien —murmuré con la esperanza de que se fuese pronto.

—Tienes una cara horrible, amigo.

Cerré los ojos, paciente, hasta que noté que también se apoyó en la pared y, para colmo, apretujó su hombro contra el mío.

—¿Qué cojones te pasa?

—¿Estás enfadado conmigo? —inquirió a punto de reírse—. ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

Él sabía a la perfección todo lo que había hecho esa noche, de eso estaba seguro. Sin embargo, no iba a reconocer que me había molestado que tocase a Hela. Era un pensamiento estúpido que no sabía de dónde había salido. Lo observé de reojo y resoplé hasta las narices de su compañía.

—Si me dices qué te ha molestado, te digo por qué lo he hecho.

—Hela —espeté sin cavilar ni un segundo—. ¿Por qué lo has hecho?

—Porque es como una hermanita para mí, la niña pequeña del grupo, y quería evitar besar a Paola, aunque luego he tenido que hacerlo igual —confesó y chasqueó la lengua—. Además, había alguien en el grupo que no le quitaba ojo y quise ver su reacción al hacerlo.

Una punzada me atravesó el pecho. Maldito Amadeo, me había estado provocando y lo había conseguido en todo momento. No dije nada.

—No tengo mucha experiencia en estas cosas —comentó mientras sacaba un cigarrillo de la lata cuadrada que se guardaba siempre en el pantalón y se lo encendía—, pero los ojos nunca engañan.

Fumó y soltó la bocanada de humo.

—Los utilizamos para decir la verdad, declarar nuestras intenciones más ocultas y expresar sentimientos que no podemos con palabras.

—Buena observación —indiqué con ironía.

—Soy un buen amigo, me lo agradecerás cuando se te pase el pedo.

Volvió a darle una calada al cigarrillo, lo tiró al suelo y lo aplastó con el talón de la bota. Después, lo recogió y sonrió satisfecho dándome una palmadita en el hombro para dejarme a solas por fin. El peso de la noche recayó sobre mí casi de forma inmediata.

Me fui directo al dormitorio. Aparte de Hela, había otra persona en la que no podía dejar de pensar aquel día en concreto. Me senté en el borde de la cama y saqué un marco de fotos de debajo de la almohada para contemplar el hermoso rostro de mi madre. Era una foto de hacía diez años, mis padres habían decidido hacer un picnic en la sierra de Madrid. Con su vestido celeste y unas zapatillas de goma que le servirían para meterse en el agua y jugar conmigo sin hacerse daño en los pies. Yo estaba a su lado, sujetándole la mano como si se me fuese a acabar el mundo sin ella, con una sonrisa de oreja a oreja y un gorro azul marino para protegerme del sol.

La vista se me turbó y las lágrimas comenzaron a caer sobre el cristal del marco de fotos. Tenía el pecho encogido, el corazón roto en mil pedazos.

Hacía diez años aún seguía viva.

©Amor por Causalidad I (APC) (COMPLETA) FINALISTA WATTYS2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora