75. CADA DIA POR EL RESTO DE MI VIDA (FINAL)

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Rebeca




Cuando Eduardo despertó su cara de confusión lo era todo.

– Buenos días – lo saludo, estaba frente a él mirándolo con una sonrisa pero Eduardo sorprendido arrugo el ceño alejándose

– No, no, no... – se levantó de la cama incrédulo, solo llevaba ropa interior pero ni siquiera se inmuto – ¿Cómo que buenos días? – reclamo mirando por la ventana – ¿Qué paso anoche? –

– ¿Cómo que, que paso? – Eduardo estaba demasiado serio, así que decidí tomarle el pelo por una rato – Amor ¿De qué hablas? – Eduardo me recorrido con su mirada cuando me senté en la cama quedando al descubierto mis piernas desnudas, a donde sus ojos volaron.

– ¿Tu y yo...? – dejo en el aire haciéndome reír, baje de la cama caminando hasta él con una ceja alzada lo mire.

– Tu y yo ¿Qué? – lo rete curiosa de lo que pasaba en su cabeza.

– No paso nada ¿Verdad? – su boca se transformó en una línea recta – No sé cómo, pero me quede dormido.

– ¿Eso crees? Que no paso nada – jugué con él, y Eduardo me sonrió de esa forma tan seductora que tenía, tiré del elástico de su bóxer acercando su cuerpo al mío, y este se rio rodeándome con sus brazos.

– Buen intento, pero tú no serias capaz de aprovecharte de un borracho y mucho menos de un inconsciente, su sonrisa confiada me hacía rodar los ojos con una sonrisa sabiendo que no podía mentirle a mi esposo porque me conocía más de lo que creía.

– Tienes razón, pero ganas no me faltaron – le advertí, enredando mis manos en su cuello para atraerlo a mis labios.

– ¿No estas molesta? – la mirada de Eduardo me mostraba que se sentía culpable.

– No seas tonto – acaricie su brazo buscando su mano – ¿Por qué lo estaría? – entrelace mi mano con la suya – Solo es una noche de muchas, vamos a desayunar mejor.

La mañana estaba helada así que antes de ser ir muy lejos tuvimos que abrigarnos, Eduardo propuso pedir comida, pero ¿No era mejor comida casera?

– Vamos a cocinar – le propuse llevándolo hasta la cocina. Durante la semana que pasamos sin vernos estuve viniendo a nuestra casa en mis ratos libres para ordenar un poco, así que usé un par de veces la cocina y fui dejando algunas cosas, aunque claro nada de lo que había en la despensa servía para una preparación muy elaborada.

– ¿Has comido fideos revueltos alguna vez? – lo mire curiosa, siendo Eduardo un niño rico estaba seguro de que en su vida habría probado una comida tan simple. Y por supuesto su respuesta me dio la razón.

– ¿Mezclas la salsa con la pasta antes de servirlo?

Me reí de su respuesta ingeniosa, pero negué enseñándole el plato que todo universitario que alguna vez vivió solo, sabia preparar.

– Cocinas la pasta como siempre – le explique cuando los fideos estuvieron listos para colarlos – Pero no apagues el fuego, cuando le quitas el agua los regresas al fuego, agregas uno par de huevos y revuelves – le entregue la paleta para que revolviera la preparación – no dejes que se te pegue.

– ¿Y luego...? – me miro interesado

– Eso es todo – me encogí de hombros, sentándome en la isla de la cocina mientras lo veía concentrado en la olla.

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora