46. CUANDO ACORRALAS A UN ANIMAL

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Rebeca




¿Alguna vez has estado en una situación que lleve a tu cuerpo reaccionar más allá de tu mente? El tipo de situación donde por más que intentas mantener la calma pareciera que tu cerebro simplemente se ha desconectado por completo del resto de tu ser, puedes sentir tu cuerpo temblar, sentir el acelerado ritmo de tu corazón y la errática respiración que intentas mantener y mantener, tus manos sudando más allá de lo normal y tus rodillas parecieran que en cualquier momento van a ceder para dejarte a la intemperie de la gravedad, ¿Has sentido alguna vez esas cosquillitas en tu nuca acompañadas del pánico? Un susto sorpresivo que llega de pronto y pareciera congelar tu corazón para luego aporrearlo con total brutalidad contra tus costillas.

Pero aun así te mantienes en pie, repitiéndole una y otra vez a tu cabeza que todo saldrá bien. Cuando entre a la universidad me enseñaron una palabra que hasta entonces jamás había ocupado como parte de mi vocabulario, pero que había estado aplicando hacia años en mi vida, RESILIENCIA, aquella palabra que para la psicología es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas, sin embargo, en ingeniería, llevábamos aquella palabra más allá, aplicándola en todo momento, teniendo en cuenta que cada tropiezo era una oportunidad para aprender y hacernos más fuertes. Supongo que es cierto aquel dicho "la practica hace al maestro" y cada porrazo, cada momento de dificultad, cada instante en que perdí algo o alguien me enseñaron a ser más fuerte, aprendí a llevar la resiliencia sobre mis circunstancias.

Eduardo había estado molesto conmigo por no huir cuando tuve la oportunidad, pero ¿Cómo podría haberlo hecho mientras Guillermo apuntaba a su cabeza amenazando con disparar? Hace un año mi conciencia no me habría permitido dejarlo atrás mientras un psicótico le apuntaba, muchos menos ahora que no solo mi conciencia me amarraba a él si no también mis sentimientos.

Llevábamos horas atrapados en la cocina de la cafetería, desde que Guillermo fue a buscarme a la oficina para obligarme a ser su seguro en su intento de escape, para cuando al llegar al lobby del edificio lo descubrió rodeado de policías y no tuvo más opción que buscar un lugar donde esconderse, terminando en la cafetería, al menos ahora solo quedábamos Eduardo y yo, el resto de los trabajadores habían logrado salir con bien.

Guillermo daba una vuelta tras otra sobre sus pies, el muy desgraciado no había olvidado amarrarme nuevamente, pero esta vez fui amarrada a una silla, con mis manos atadas al respaldo de esta, al menos no tenía mis pies amarrados también, pero en su intento por mantener el orden termino sentándome alejada de Eduardo, poniendo espacio de por medio entre nosotros, Eduardo seguía tirado en el suelo, y de esta forma quedamos sentados frente a frente, el por su parte continuaba con sus manos amarradas, juntando golpes y moretones cada vez que se le ocurría provocar a Guillermo, pero lo que más me preocupaba era la herida que tenía en su muslo, porque aunque no fuese tan grave según sus palabras, seguía desangrándose.

De pronto Guillermo detuvo su paseo, y jugando con el arma entre sus manos se agacho a la altura de Eduardo.

– ¿Sabes? Eduardo, me has herido grandemente con tus acusaciones, culpándome de todo.

– Supongo que estamos a mano, jamás espere esto de ti gusano infeliz – le escupió Eduardo con rabia y de inmediato un golpe atravesó su rostro, vi como sangre salpicaba el piso Guillermo le había golpeado con el arma

– No te confundas muchacho insolente – murmuro con rabia – ¿Sabes cuánto año llevo trabajando para esta empresa? Incluso antes de que tu aparecieras, yo merecía ser ascendido; pero ser el hijo del dueño te dio todas las ventajas sobre el tablero siendo que apenas eres un niño. Definitivamente mis años de trabajo aquí jamás valdrían lo suficiente.

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora