31. NADIE DIJO QUE SERÍA FÁCIL

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Rebeca



– Parece ser que tu apellido es bastante popular en este lugar – comento Eduardo al aire mientras caminábamos por la calle principal en dirección al único mini-súper en todo el pueblo.

– Si, solo un poco – comente evitando el tema, atravesando las puertas del lugar.

Luego de la llegada de Miriam, mamá había vuelto loca a la muchacha que la ayudaba en la cocina, a fuerza de infinitos mandados y pedidos, tanto así que en un momento de nerviosismo la pobre Edith termino derramando el juego de duraznos, sobre las deliciosas y recién horneadas galletas, pero antes de que mi madre se volviese un enorme y gruñón Hulk, me levante rápidamente como voluntaria para ir a la tienda a por más, arrastrando a Eduardo conmigo hasta el lugar donde estábamos ahora.

El viejo dependiente del lugar seguía exactamente igual a como lo recordaba – unos diez años atrás – su barba y bigotes blancos que le cubría la garganta y los lentes redondos seguían haciéndole similar al infante cuento de Santa Claus, en cuanto se percató de mi presencia en la tienda sus ojos se achinaron y una sonrisa apareció entre su barba y bigote.

– Niña Rebeca, ¿Cuántos años? – me sonrió como cuando era pequeña, cada peso que me entregaba mi padre no duraba ni cinco segundos en mis manos antes que lo cambiara por alguna golosina en el negocio de Santa Claus, los niños del lugar le habían apodado acorde al personaje y poco a poco todos los habitantes del pueblo comenzaron a llamarle de la misma forma que sus niños.

– ¿Cómo está? Claus, el tiempo no pasa por usted – lo alague

– Tan dulce como siempre niña. – Le sonreí acercándome más a él para susurrarle

- ¿Aun tiene de esas chocolatinas que solía comprar cuando niña? – Nunca supe bien que era, pero aquellas chocolatinas eran deliciosas, similar a un brownie bañado en chocolate, eran unas chocolatinas cuadradas de 1x1 cm. que no podía dejar de comer.

– Claro que si – sonrió poniendo una bolsita sobre el mesón, el verlas me transporto veinte años atrás, cuando en puntillas y apoyándome con mis manos para ver, le entregaba mis valiosas monedas a Claus solo para saborear aquellas deliciosas chocolatinas. Mi hermano solía burlarse de mi todo el tiempo por lo feliz que era al comerlas. Sabía que pasaría una semana completa antes que papá me volviese a dar dinero por lo que solo comía algunos y el resto los escondía celosamente de mis hermanos.

– Gracias – sonreí sin quitar mi vista del preciado tesoro frente a mí.

– Cuando la señorita Rebeca era una niña, solía gastar todos sus domingos en estas deliciosas chocolatinas – rio el viejo Nicolás explicándole la situación a un intrigado Eduardo.

– Claus – fruncí el ceño, sonrojándome furiosamente. – No me avergüences frente a mi novio – reclame.

– Ya veo – rio Eduardo extendiéndole la mano al viejo sentado tras un mesón – Soy Eduardo, el novio de Rebeca.

– Mucho gusto caballero – Claus le dio un apretón de manos – Así que ¿Finalmente tiene novio, niña?

– Si, ya vez – me encogí de hombros – aún hay idiotas que caen – Bromeé con el viejo, que rio junto a mí, aunque para Eduardo todo aquello era un sin sentido. << Ya saben, una broma interna entre yo y el viejo Claus >>

Luego de comprar algunos dulces caseros y un jugo de durazno, caminamos de regreso a casa de mis padres, nuestra comida se había visto interrumpida por el incidente de mi madre y Edith, justo cuando Miriam comenzaba a contar su importante noticia. Por lo que no quería perderme del momento en que les dijera a mis padres que se transferiría a la capital.

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora