67. Cásate Conmigo

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Rebeca





Abrazada a Eduardo nos mecíamos lentamente al ritmo de la música que se escuchaba desde el gran salón, el frio de la noche era prácticamente imperceptible cuando su cuerpo me mantenía posesivamente a su lado irradiando su calor.

<< ¿Podía haber algo más perfecto que esto? >> medite cerrando los ojos mientras mantenía mi mejilla apoyada en su hombro.

En mi mente había tantas emisiones acopladas desde que habíamos comenzado esta aventura que a duras penas lograba mantenerlas a raya para no gritar, reír y llorar a la vez. Y aunque muchas de esas emociones se desataban precisamente por Eduardo, también era él, el único capaz de calmarlas, a su lado me sentía en paz con todas mis emociones.

Alce la mirada curiosa de que pasaba por su cabeza en estos momentos, la mía no dejaba de pensar en él y en todo lo que estaba provocando en mi vida, pero ¿Qué pasaba por su cabeza? Me pillo observarlo y sus labios se elevaron en una sonrisa que no tardo en contagiarme.

– Te amo – soltó de pronto congelando este momento para siempre en mi cabeza, mi respuesta llego sin pensar, por que ya no necesitaba pensar en ello, simplemente lo sentía.

– Y yo a ti Eduardo – acaricie su rostro – te amo –

Mi cabeza vacilaba pensando en lo perfecto y surrealista que todo esto ha resultado ser, las lágrimas que antes no se detenían, ahora amenazan con escapar nuevamente por mis ojos pero me resisto con ímpetu y en su lugar beso a Eduardo, siento una de sus manos acariciar mi mejilla hasta encontrar mi nuca para mantenerme así prisionera a sus labios, y yo por mi parte hace mucho había dejado la timidez para dar rienda a mis manos, que no se quedaban atrás tirando de su cuello para asirlo aún más cerca de mí, con todo eso, nuestro ritmo era más bien el de un beso lento, disfrutando a detalle y cada rincón de nuestras bocas, explorando con calma nuestro sentimientos, no teníamos prisa cuando sabíamos que el tiempo estaba a nuestro favor.

– Te amo – repitió otra vez – Te amo, Rebeca – grito esta vez levantándome del suelo en un abrazo. Y pese a la música del salón, estaba segura de que más de alguno lo habría escuchado.

– ¡¡Sh!! Eduardo no hagas tanto escandalo – me reí sorprendida de su locura, pero demasiado feliz para importarme, intenté callarlo con un beso incapaz de decir nada más.

– Quiero que sepas que te amo – me miro a los ojos con una sonrisa cuando me aleje de sus labios – y no se te ocurra olvidarlo.

– Lo sé – respondí extasiada, acariciando su rostro solo para perderme mirándolo a los ojos y volver a besarlo, besarlo como si no hubiera mañana, besarlo tantas veces como respiraba, besarlo porque sobraban las palabras cuando estábamos juntos, quería demostrarle lo mucho que sentía yo también, no solo con un beso, no solo hoy sino toda nuestra vida. Mordí mi labio cortando nuestro beso de repente, ante una idea que había llegado a mi mente, y respire profundo antes de soltar aquello que se aferraba como un nudo a mi estomago – Cásate conmigo – apenas susurré manteniendo nuestras frentes unidas, pero Eduardo no reacciono ante mis palabras y rogando que solo fuese por qué no había escuchado, respire profundo otra vez – Cásate conmigo – repetí con más valentía – Cásate conmigo – le dije claramente – sin trato de por medio, sin condiciones ni clausuras, sin costos ni beneficios – lo miré a los ojos – solo nosotros.

Eduardo me miro con una sonrisa en los ojos, como si mi petición le causara verdadera gracia y por un segundo sentí pánico, pánico invadir mis terminaciones nerviosas.

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora