61. AFTER THE STORM

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Rebeca


– Sabes que debiésemos hacer... – habló Eduardo en medio de la noche mientras caminábamos por la calle tomados de la mano (su casa no estaba tan lejos del bar y puesto que ambos habíamos tomado lo mejor era caminar) – deberíamos huir juntos – haló de mi mano pegándome a su lado – ¿Qué dices? Tú, yo, y el mar.

– Suena tentador – me reí en su cara mientras intentaba besarme – Pero no podemos huir Eduardo, somos adultos con responsabilidades.

– Cariño, no hay nada que no podamos hacer mientras estemos juntos – aseguró sin detener su caminar y no pude evitar observarlo por un par de segundos mientras proseguíamos con nuestro andar, era interesante la seguridad con la que hablaba, incluso cuando no estábamos en la oficina en su papel de jefe, Eduardo siempre parecía estar seguro de cada una de sus palabras. Pareciera ser que algunos simplemente nacen para ser líderes fuertes mientras que otros nacen para luchar y conquistar, Eduardo indudablemente estaba en el primer grupo mientras que yo sentía que calzaba más con él segundo, había luchado por ser quien era, personal y profesionalmente hablando, había conquistado áreas a las que no imagine llegar, como el ser mamá o el ser gerente en una empresa, o atrapar al hombre más maravilloso que jamás había conocido, conquistando su corazón sin siquiera haberlo imaginado

– ¿Qué? – me miro frunciendo el ceño al descubrirme como tonta sonriendo

– Nada – negué rápidamente fingiendo demencia, adelantando mis pasos solo un poco mencioné al aire en su susurro inaudible para él – Solo pensaba en la suerte que tenía – casi que lo pensé solo para mí, y sin poder evitar reírme.

Cuando llegamos a su casa mi estomago comenzó a revolverse y de haber tomado un montón podría haber culpado al alcohol, pero sabía que no era esa la razón, más bien estaba ansiosa y expectante recordando la acalorada sesión de besos que habíamos tenido por la mañana mientras aún estaba internada en el hospital, esperando a que se repitiera, pero Eduardo no parecía esperar lo mismo porque en cuanto tome la iniciativa de besarlo me separó de él suavemente.

– ¿Qué tal si pedimos algo para comer? – me sonrió rodeándome la cintura aprovechando de besar velozmente mis labios

– Y si partimos por el postre – alce las cejas mordiéndome el labio, Eduardo me observo frunciendo los labios y el ceño por unos segundos y luego se alzó de hombros

– Bien si eso quieres... – se agachó de pronto frente a mí y tomando mis piernas me cargo como un saco de papas.

– Mierda Eduardo – me reí ante su locura – ¿Qué haces?

– Te llevo hasta la cocina, dijiste que querías partir por el postre, tengo helado en la nevera así que vamos por el – palmeo mi trasero y la sangre se acumuló en mi cara, dio un par de zancadas hasta que llegamos a la cocina y me dejó sentada sobre una de las sillas que allí había frente a la encimera.

– Serás tonto – le reclame mientras lo veía sacar las cosas de la nevera – no me refería a esto

– ¿A no? Se te antoja otro postre – dejó el helado de chocolate sobre la mesa de la cocina americana – Que tal ¿Frutas en almíbar? o ¿Alguna tarta? – me cruce de brazos mirándolo mal, y un rayo de inseguridad cruzo por mi cabeza, haciéndome sentir como una tonta frente a Eduardo.

– Dame esa cuchara – le dije cortante y molesta por haberlo intentado y fracasado, tremenda tonta yo pensando que ya era hora para algo más que solo besos y el haciéndose el gracioso solo para desviar el asunto, si no quería tener sexo simplemente se pudo buscar una forma de decirlo directamente y no como un niño cambiando el tema. Tomé el pote de helado y lo abracé a mi mientras comía amurrada, cuando Eduardo intentó sacar con otra cuchara se lo impedí

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora