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Elay ciertamente no era muy cobarde, no ahora que había llegado a vivir casi un siglo y medio de su corta vida

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Elay ciertamente no era muy cobarde, no ahora que había llegado a vivir casi un siglo y medio de su corta vida. No había sido tan especial o bueno la idea que había tenido, tal vez creía que Leo lo dejaría acercarse como cuando era un niño y luego no se, dejar que la abrace sin ningún rencor. Pero debía ser consciente, las palabras que había dicho su alfa no eran cosas fáciles de tragar, sabía que de algo se olvidaba entre la disputa que tuvo con sus padres hace tres siglos atrás. En aquel tiempo era muy joven, estaba en la edad en la que los humanos creían alcanzar la edad madura, a los dieciocho años. Estaba harta de ir de aquí para allá, su primera rebelión fue cuando tomaron la decisión de marcharse a Hawaii y alejarlo de su Soulmate, aquello había dejado muy inquieto porque sus padres habían dejado decepcionados al Rey Alfa Zicam y Reina Leska. Aunque quisieran no habían tomado represalías, pero temía que ellos pensaran que era el quien no quería estar a lado de su fiore. Aquella vez a sus quince años fue la primera y última vez que lo dejaron estar en Forks, tras cada año luchaba por volver al sentir un vacío expandirse en su pecho como si le faltara la mitad de alma, pero con el tiempo que empezaban a convivir más con su pueblo pero de vez en cuando escapandose de Inglaterra, supo que por mas que no quisieran estar allí, el siempre debía volver. Era el próximo príncipe y sólo si encontraba a su mate podría subir al reinado de Inglaterra. Sin embargo, nunca lo encontró, su primo subió al reinado, sus padres decidieron volver a viajar quisieron llevarlo a Corea del Sur, a sus dieciocho y pico despertó su voz especial, aquello que se debía a la unión con su alfa soulmate. Los padres al ver la decisión y la rebeldía, lo dejaron castigado en otro país donde tuvo que aprender a vivir solo, pero al menos había conseguido un lugar fijo. Mala suerte para el, que sería bajo la tutoria del alfa Bairon de Alemania, pero en cuanto este falleció a manos de un paro cardíaco y vegez, pasó a las manos de su hijo o nieto la tutoria de su cuidado.

Sin embargo, este no era el siguiente alfa de Alemania, sino que era de España, un pariente cercano había subido al rango del alfa para encargarse de las cosas de la manada de Alemania, y en cuanto supo que recientemente el nieto, Rock Saint subió como alfa, pasó a ser su tutor. Claramente, sus padres le dijeron a sus veinte que podía volver a Forks, pero por algún motivo no recordaba el motivo por el cual debía volver, después de dos o tres años recordó una amiga que había sido como una hermana mayor que no quería perder, se puso en contacto todos los días, pero no quería perder la libertad que había empezado a tener entre Múnich y España. Por lo que le dijo, en ese entonces a Leongina: «Aprenderé todo lo que pueda de Múnich, y me estableceré en España, cuando me sienta listo para volver a viajar y nos veremos. ¡Cuidate!» todo por mensajería

Tras esas palabras con el tiempo dejaron de hablarse, no sabía porque un día simplemente dejaron de llegar sus mensajes, pensó que la princesa se había cansado de jugar con un omega, por lo que, con un hueco que tras cada año que pasaba aumentaba hasta llegar a su garganta de la opresión, se quedó y empezó a entenderse a sí mismo, aprendió que por mucho que lo intentara no encajaba en el estereotipo de enamorarse de mujeres, cada vez que veía un hombre se sentía con el libido sexual a tope. Sin embargo, una noche en un viaje loco, se acercó a un bar de Seattle, conoció a una silueta femenina albina con la cual intentó olvidarse de su problema de no sentir atraído por las mujeres, ambos habían perdido la virginidad pero por algún motivo sentía que la conocía de algún lado, pero aunque quiso preguntar ella tan solo fue un pequeño humo de invierno al finalizar el momento placentero y aunque lo había disfrutado, no podía siquiera volver a pensar a repetirlo con otra persona, era como si solo en ese momento su cuerpo se había reactivado para la otra persona y luego para las demás mujeres ni siquiera se excitaba. En cambio con los hombres se volvía loco y cada vez que podía tenía encuentros casuales que lo hacían sentir satisfecho cada cierto tiempo, logrando vivir a esa rara sensación de vacío en su alma.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora