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Al despertar aquella mañana mediante la vibración de su celular, por la alarma que indicaba que era tiempo de volver a la realidad, en otras palabras al instituto. No sabía cómo su celular y su ropa se encontraba sobre la mesita de noche, pero agradecía el gesto. Eran las cinco de la mañana, por suerte tenía tiempo para decidir si ir o no, debido a que entraba recién para las siete.

Lo apagó, se volvió a recostar en el cómodo colchón y poco después se giró quedando de costado para observar a la albina que pasivamente se encontraba descansando. No quería dejarla, ni despegarse de ella, motivos tenía, tales como:

1. Al fin tenía de vuelta a leona a su lado, sabiendo la verdad que las separó en el primer momento.
2. Sentía preocupación en dejarlos solos siendo consciente de las heridas.
3. Egoísta era y no quería alejarse.
4. Si salían de allí se encontraban con quien calculaba que no congeniaría.

Por lo que, soltó un ligero suspiro y sin poder evitarlo una suave mueca se fue revelando en sus labios. Siendo que por consiguiente, levantó su mano tímidamente a acariciar la hipnotizante melena blanca que siempre le pareció un detalle único y especial, tanto como aquella dulce forma protectora en cómo la conoció siendo su husky siberiano. Como también la verdadera forma la dejaba sin aliento, no sólo porque había conocido a Maxam siendo la figura masculina e imponente como cualquier figura varonil, aunque el porte que este había optado ante su primer encuentro por algún motivo le había recordado a un estilo de la época vikinga, luego preguntaría porqué.

Sin embargo, por el lado de la figura femenina, que era por supuesto su mejor amiga Leona, era también imponente su expresión corporal. Lo que no se esperaba era que al recuperarse del agua termal, pudiera ver ojos bicolor es por un lapso de tiempo corto, era maravilloso como el celeste pálido y dorado miel, contrastaban a tal punto de no poder siquiera desviar la mirada.

Aunque con solo recordar lo sucedido el domingo en la mañana, en cuanto pudo notar el pánico y temor, tanto el cambio brusco y pleno de los ojos absolutamente celestes pálidos con los iris contraídos, supo prontamente que estaba entrando en un cuadro de pánico, por los temblores e hiperventilada respiración que empezaba a tener; en conjunto al cambio climático del ambiente a su alrededor, se notaba un ligero fresco pero no tan abrumador como para achinar su piel sino que... Era como una caricia.

Para poco después sentir como la plenitud llegaba al lograr contener, calmar y relajar a su protectora Leona, que a los minutos la vio quebrarse ante las palabras que le sabían como a un dejavu, a un sueño ya soñado y vivido. Era como si estuviera destinado a que aquello debiera ocurrir tarde o temprano. Era así como, tras aquel dulce abrazo, sintiendo como la albina la rodeaba con sus brazos temblorosa como a la par enterrando suavemente el rostro más pálido que el suyo propio en el hueco de entre su cuello y hombro, como si estuviera inhalando un aroma particular. Y eso que nunca fue de colocarse perfume.

Con solo aquel detalle, pudo saber que ese momento la hacía sentir de formas contradictorias pero satisfactorias tales como: relajada por tenerla tan cerca y calmandose, nerviosa por tener tan cerca el cuerpo verdadero de su crush supuestamente imposible; y último, pequeña porque la protección y calidez que ofrecía aquel íntimo tacto, abrazo era pleno.

Lo último que recuerda de aquella noche era que, se volvieron a dormir, la comida parecía aparecer de la nada sobre aquella mesita, donde actualmente estaba su ropa y demás. Habían disfrutado de un pequeño gran festín almuerzo-cena en aquel cuarto que en verdad tenía aspecto tan antiguo y bárbaro pero delicado al final. En ese momento se había dado cuenta que, la verdadera Leongina de sus cuentos de fantasía era totalmente tranquila, de expresión neutral pero postura igualmente despreocupada como la de su padre, pero aquello no le quitaba el crédito a la imponente forma de sentarse recta y mantener una breve comunicación léxica que la transportaba a tiempo muy antiguos.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora