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La mansión de la albina parecía sacada de una película medieval pero también mezclada con toques de la misma actualidad osea entre los años 1492-2008, el estilo medioevo se notaba en el suelo y los muebles como sillones, detalles de marco en la pequeña chimenea de piedra, al igual que los diseños de las puertas. Mientras que el estilo tecnológico también era contrastada perfectamente con reforzar la seguridad de la posibilidad que antes hubiera existido de las caída del televisor de plasma o LCD, debido a que este se veía reforzado con borde de piedra exterior y madera interior. La pared era de piedra sólida pero relucía ante la luz artificial levemente el color que tenía un blanco con difuminado celeste hacia la parte superior, mientras que el blanco dominaba hacia parte superior o al suelo, había una compaginación increíble entre artículos reciclados, renovados y electrónicos del estilo 2008. Sin duda expresaban algo de paz pero le faltaba más calidez como si fuera sombrío. Todo era negro, blanco o gris, claro con detalles de madera.

Las escaleras eran de madera y bien anchas, por lo que parecía menos larga el trajín de bajar del segundo piso, pero al haber logrado el cometido se dio cuenta del espacio abierto que disponía la sala, debido a que el comedor y la cocina era espaciosa, cómoda como si la servidumbre siempre hubiera sido parte de la familia, igualmente no pasó mucho en observar un pequeño almacén cerrado del cual salían dos mujeres bastantes conservadas que bien podían estar entre los 45 y 60.

—Buenos días, Alfa. El desayuno ya casi está listo. —dice la mujer de aproximado 60 años, bajita, regordeta y de cabello gris que le llegaba hasta los hombros, mientras llevaba unas cuantas verduras en un bol.

—Buenos días, Alfa y Luna. —dijo la mujer de aproximado 45 años, de cabello negro hasta la espalda baja y medio delgada, con un vestido celeste pálido y delatar blanco.

Ambas mujeres vistiendo igual. Dirigidas con el debido respeto.

—Buenos días Águeda, y muchas gracias Evalina. —saluda Leongina con una tranquilidad tan sublime, pero una neutralidad facial que la caracterizaba, tenía en hombros a su Luna que con cuidado había bajado al suelo. En realidad, Bella no podía si quiera moverse mucho ni siquiera luego de una pequeña ducha, la cual era evidenciada por sus cabellos ligeramente húmedos.—Ellas están por gusto, no suelo tener servicio. Pero...

—Pero la Alfa es despistada con su buena alimentación, si no se fija en ella no se percata del hambre, por lo que, nos encargamos de cuidarla. —admite con una expresión divertida la mujer mencionada como Águeda.

Leongina al escuchar dicha cosa, y rehuye avergonzada la mirada de su luna, impropia de ella.

—Águeda por favor concéntrese en no quemarse. —ordenó con un rubor.

Bella se encontraba a punto de sentarse en la mesa del comedor, y cuando lo hizo se empezó a dar cuenta de todo lo que pasaba, cosas que parecía muy nuevas para ella. Leona no era forma con ellas, las llamaba por su nombre y con cierto cariño, Leona se había ruborizado, Leona no estaba de forma imparcial en carácter, sino que... Parecía estar relajada, ¿le estará dando vueltas a algo o es normal esto? Eso se preguntaba Bella, bastante curiosa y callada ante la situación.

—Mi luna, no te comas tanto coco.

—No lo estoy haciendo. —contesta tras un bostezo, que rápidamente ahogó en su mano. —¿Es normal estar tan cansada?

—Si, es normal. Mucho más si es reciente tu marca, mi luna. —comenta mientras se sienta en la punta cercana a la pequeña humana, esperando pacientemente que sus nanas sirvieran el almuerzo.

—Hmm... Leona, podrías hablarme acerca de la marca, aun no comprendo que otra cosa puede pasar con esto, solo se... Lo obvio en eso...—comenta curiosa pero avergonzada al recordar el motivo de su cansancio.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora