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—Si te pido que te quedes en el auto, ¿lo harías por mi, Leona? —pregunta tímidamente Bella.

Ya la albina se había estacionado frente a la casa del jefe Swan, y no había despegado su mirada del auto conocido ya que tenía aquel fétido aroma a muerto.

—Si/No —ambas respuestas habían salido doble en voz alta, sonando distorsionada. Causando escalofríos a la pequeña humana.

Yin y Yang no estaban de acuerdo, eso no era novedad. Pero la pequeña Luna, nunca había sentido aquella diferencia de opinión tan sincera por ambos bandos. Leongina siempre sería partidaria de la tranquilidad mientras que no la molestaran, mientras que Maxam nunca dejaría que el peligro jugara con lo que más apreciaba en este mundo.

—Tomaré eso como un sí. —murmura Bella para si misma, luego de recomponerse de esa respuesta, saliendo del auto, no sin antes besar a su albina en la comisura de los labios—Tan solo dame unos minutos, luego te necesito dentro de casa.

Ese beso sin duda había anestesiado ligeramente a ambos, por lo que, Bella salió y se dirigió a su encuentro con Cullen, tras cerrar la puerta de su camioneta. Edward Cullen se encontraba de lo más casual recostado sobre el capote de su auto.

—Hola. —saludó por cortesía Bella.

—Hola Bella, gracias por aceptar hablarnos. En serio necesito esta charla contigo. —dice el cobrizo con una confianza que golpea a la castaña.

—Eh... Yo solo... quería disculparme por haber sido mala compañera en clase de biología. —dice Bella, retrocediendo un poco, y entre un murmullo tras el atropello del cobrizo, realmente se sentía incomoda.

—Oh, no te preocupes por ello. Sin cuidado, entregué el trabajo completo y el profesor nos felicitó. —expresó sin ningún problema el cobrizo, muy despreocupado por aquel motivo. —Pero del tema que quiero hablar, es un tema privado.

—¿Qué clase de tema? Estamos solos, además ningún vecino está fuera. —finge inocencia Bella. Sabía perfectamente que su Leona estaría escuchándolos pero no interferirá por lo prometido.

El cobrizo frunce el ceño ante dicha expresión inocente en la castaña, comprendiendo tal vez que ella no sabía del secreto de quien la custodia. Realmente no podía leer ninguna de sus mentes, así que esperaba no estarse equivocando.

—Bien, se que sonará ridículo... Pero tu y yo somos compañeros, tu sangre me canta, no puedo leerte la mente... Yo... Te quiero Bella, y quiero que me dejes protegerte. Sé mi novia, Bella. —dice de lo más sincero el cobrizo de ojos dorados, queriendo tocar su rostro y demostrar que era cierto.

Sin embargo, Bella siente como su marca se calienta y se tensa completamente al sentir un enojo invadirla, por lo que no puede evitar reír ante la situación. Tal vez tanto nerviosismo ya estaba jugando con su sano juicio, pero eso no evitó que retrocediera en cuanto Edward quiso tomarle la mano.

«Tranquilos, puedo manejarlo» pensó intentando que llegara a su lobo.

—Disculpa Edward, pero creo que has malinterpretado muchas cosas. Uno, éramos compañeros por lo del trabajo, como ya se terminó... Pues eso. Y por lo otro, no necesito saber porque quieres tomar de mi sangre, estas sonando como un lunático. Y tercero... No quiero ser nada romántico de ti, no quiero ser nada de ti. ¿Entiendes? —responde Bella, mirándolo seria, una vez que de alguna manera encuentra agallas para defenderse sola, sin trabarse la lengua tras su ataque de risa.

Aunque no mentiría sentía como su corazón latía mil veces más rápido de lo normal, estaba eufórica. También tenía miedo por lo que había confirmado, Edward era vampiro.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora