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Poco y nada faltaba para salir de aquel tupido bosque de Forks. Tras unos 15 minutos, al fin pudo encontrar un sendero que en ambos lados laterales,  había un árbol mestizo de pino en cada lado y en medio de éstos, se encontraba un lago cristalino. El sendero era lo bastante ancho como para meter la camioneta de Bella en el, y sin ninguna duda fue en esa dirección, haciendose la magia al traspasar el limite del sendero y el lago, dejando que una neblina fuera a ocultar el lugar ante ojos extraños.

El auto logró pasar a través del lago sin hundirse, tocando del otro lado de la neblina una zona de piedras grises donde se observaban varios otros automoviles estacionados en el lugar. De los transeúntes de la manada, que también vivían en este lugar pero trabajaban en el centro de Forks, algunas mas que otros disfrutaban de estar rodeados por el bosque, mientras que otros disfrutan del ajetreo del pueblo. Por lo que, una vez bajó del auto, varios cachorros al ver la albina cabellera chillaron corriendo en su dirección, sin poder evitar que las madres se preocuparan no por sus hijos si no que, en molestar a la Alfa.

Una vez los pequeños brazos de los infantiles rodearon a la mujer, en sus piernas cuatro niños y otros cinco se amontonaban encima de los otros, enseguida volviendo una multitud de niños envolver en un cálido abrazo a la Alfa que no pudo evitar endulzar su celestina mirada, soltando una ligera sonrisa, estos niños animaban la lealtad y fuerza de voluntad del alma del yin para seguir adelante ante todo su propio caos interno.

«No hay alma infantil que no te logre derretir tu coraza fría, querida Yin»expresó aliviado y enternecido Maxam, ante aquella escena.

La albina no podía negar aquella verdad, ya que se había agachado para estirar bien los brazos y poder brindar el mismo abrazo caluroso de los cachorros, logrando emocionar a las madres y los padres mas viejos ver con recelo aquello, mientras que los jovenes sonreír ante la situación.

—Cachorros, también los he extrañado. —admitió con un profundo amor.

Los niños soltaron ronroneos al disfrutar de la libertad que sentían tras abrazar a su Alfa, era una ambiente que amaban sentir cada vez que podían verla. Aunque tras sentir el cálido abrazo, todos se separan y en fila besar la mejilla derecha del Alfa Hembra. Sabían que el izquierdo, donde iba su corazón siempre sería para la Luna, que pronto esperaban ver salir detras del Alfa.

—¿Y la luna, Alfa?—preguntó una niña de diez años, con hermosos ojos grises y cabellos negros.

La inocencia caló hondo en la albina, haciendo una mueca.

—Esta vez no vino, pero en unos días vendrá a conoceros. —dijo Leongina, acuclillándose frente a los niños, como si los tratase con la misma igualdad e inocencia que estos la trataban.

—¡De verdad!—exclamaron al unísono una niña y niño, de similares características. Una pareja de gemelos de aproximadamente 8 años, de ojos verdosos y cabellos castaños.

—¿Cómo se llama nuestra Luna, Alfa?—preguntó un niño de aproximadamente 8 años, poseía los ojos color ónix y cabellos grises.

La albina sonríe con ternura. Sabían que Maxam era celoso, por lo que ese niño tras la inocencia guardaba una burlona sonrisa.

No te lo diré, aún es pronto.—dijo con toda protección y celos, la voz en conjunta con la de Maxam, haciendo que aquel pequeño frunciera el ceño, por la frustración.

—Aguafiestas. —gruñó por lo bajo el niño de ojos color onix.

—¡Reillu, ven aquí!, no molestes al Alfa Maxam. —exclamó reprobatoriamente la madre, dando un nombre al niño burlón.

—¡Pero mamá...!—refunfuñó Reillu.

—Pero nada. —setenció la madre una vez tuvo a su niño entre sus manos, mandando una mirada de pena ante el Alfa y pidiendo perdón.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora