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Angie:
Entonces... ¿quieres que te pase a recoger?, ¿Alquilo alguna silla de ruedas, Bells?
Enviado: 6:30

Yo:
¡Angela! Maxam no me dejó invalida, creo... pero en fin, Por favor ven por mi, antes de llegar tarde. No necesito volver a recaer en sus brazos, al menos por hoy.
Enviado: 6:32

Hace media hora atrás que lo intentó, intentó moverse por su cuenta pero parecía como un cervatillo aprendiendo a utilizar sus piernas. Claramente no le había dicho a su Alfa como la había dejado, no es que ella se arrepintiera de haberlo hecho duro pero no estaba al tanto de que las palabras de su Leona fueran tan literales, uno pensaría que lo dijera en sentido figurado lo de la pasión bárbara de Maxam. Suspiró, resignada se fue preparando lento pero seguro, cualquier persona no asistiría a clases por cada punzada de dolor y cosquilleo que sintiera en el fondo de su vientre, como si aún estuviera la verga de su novio, pero no, su terquedad y responsabilidad eran mucho más tenaces para su propio gusto.

Por lo que, al notar que sentarse tan solo en cualquier superficie u orilla de la cama era un reto totalmente sensible de hacer, y más aún tratando de conducir, decidió pedir ayuda a Angie. No pidió ayuda a Yiara porque sabía perfectamente que no podría ocultar su estado de su Alfa y quedaría en un tema muy incomodo de enfrentar.

Volvió a suspirar e intentó contar hasta diez, mientras se ataba los cordones de los zapatos agarraba su mochila con los cuadernos y por último, sus llaves de su locked y de la casa. Hoy si contaba con un poco más de fuerza emocional por encima de su estado físico, iría a su casa para quedarse hasta normalizarse.

Salió por la puerta del cuarto, se aseguró de mirar a cada lado de la casa si había alguien escuchando detrás de la puerta pero nadie se hizo presente. Entonces dedujo que el resto de personas dentro de la casa Ginonix estaba muy ocupada como para tenerla en cuenta, por lo que empezó su desdicha de bajar por las escaleras.

«No te quejes, no lo hagas... No hagas ruidos... Lo estás haciendo muy bien...»se automotiva mentalmente tras cada escalon bajado, aparentando bajar con total normalidad.

Sin embargo, de una de las puerta de la planta baja justo cuando iba a bajar el último escalon con éxito, nota que la mira el maldito albino con sospecha.

«Maldición...»pensó con el ceño fruncido.«Actua con normalidad, no muestres nada, todo está normal»

—¿Por qué bajas más lento que un humano, Luna Isabella?—pregunta Elay, sospechando con la ceja derecha alzandose sobre el ojo— Acaso... ¿necesita ayuda?

«Mierda... Olvidé los super oídos»pensó totalmente cohibida.«¡No te sonrojes!»

Tarde, su cuerpo y su mente nunca estaban del mismo lado. Siempre pasaba vergüenza, esta era la parte que más odiaba de ser tan sensible.

—Que te importa. Solo evitaba romperme una pierna con esta escalera... A-acaso no escuchaste en ese show televisivo, ese llamado mmm ... Mil maneras de morir? Pues recuerdo que decía que las escaleras eran...—iba diciendo improvisando tan rápido su excusa para esconder lo obvio.

Sin embargo, la risa divertida de Elay se escapó y poco después, la puerta detrás del rubio oxigenado salió Jacob.

—¿Qué pasa? Porque te ríes...? Oh, ¡Hola Bells! No sabía que vivías ya aquí —saluda el nativo Quileute.

Aquello sin duda había sido toda una sorpresa que iba tocando cada fibra de su existencia. Para su fortuna, escucha el sonido de la bocina del auto de Angie, por lo que con un corto saludo se marchó con pasos agigantados por la simple vergüenza.

—¡Adiós, tengo clases!

Y sin más, la puerta de la mansión se cerró detrás. Dejando a dos jóvenes varones mirando la puerta.

—¿Qué le pasó a Bella?—preguntó Jake sin entender la prisa.

—Debemos hacer una vaquita cariño, ella más que nunca está necesitando una silla de ruedas.—respondió divertido Elay.

Y sin más, se dirigió a la cocina. Si bien, después cuando su Alfa volviera de su reunión improvisada en la tribu Quileute sería recién cuando le comentara lo ocurrido, debía aunque sea intentar hablar con Maxam para advertirle que a su Leona no le gustaría saber que casi deja invalida a su Luna.

—Vaya, es ahora cuando aprecio ser Quileute y no solo un humano común...

Y esa fue la frase que hizo más que gracia a Elay. Su mate era sin duda lo mejor de dos mundos.

Isabella Swan, Mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora