Capítulo 26

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Había gritado tan fuerte que incluso sintió como su garganta le dolía un poco. Jamás en su vida, había levantado tanto la vos. Corría hacia Mangel a una velocidad que ni él sabía que podía alcanzar. En su mente solo pensaba "es mi culpa" "es mi culpa" "es mi culpa". Pensaba en cómo fue capaz de dejarlo solo en un momento así, no entendía su comportamiento de hace unos segundos. El viento chocaba contra su cara haciendo que las lágrimas salieran más rápido de sus ojos. Corría y sentía que Mangel cada vez se alejaba más, como si no avanzara nada. Pero luego de unos segundos corriendo, que para él habían sido interminables minutos, cayó de rodillas junto a Mangel. Lo observó petrificado. Estaba todo sudado, y con lágrimas en sus mejillas. Había sufrido muchísimo, se le notaba desde kilómetros.
-¡Mangel!- le gritó moviéndolo. Pero nada, el morocho no respondía.- Mangel por favor- suplicó comenzando a llorar más fuerte. No podía creer lo que estaba pasando, ¿realmente así terminaba todo? Se desplomó en su pecho y lloró sobre este.
-Soy un idiota...- afirmó sin quitar su cara del torso de Mangel. Pero un sonido, solo un sonido bastó para que a Rubén le volviera el alma al cuerpo. Un latido. Escuchó el corazón de Mangel retumbar en su oreja que estaba pegada a su pecho. Lo miró sorprendido. No estaba muerto, solo se había desmayado. Sonrió y lo abrazó con todas sus fuerzas, luego de tantos gritos y desesperación ese pequeño latido había sido como una luz en la inmensa oscuridad. No dejaba de llorar como un niño, lloraba de felicidad, de tristeza, de confusión, de enojo, de preocupación. Lloraba de amor. Unas manos lo alejaron de Mangel de una manera un poco brusca. Observó cómo los paramédicos lo subían a una camilla. Un hombre le hablaba, pero no lo escuchaba. Se sentía cansado y débil. Había sido demasiado. Sin poder más terminó desmayándose al igual que su amigo.

Abrió sus ojos mirando a su alrededor. Todo era tan blanco que lo cegaba un poco. Pestañeó un par de veces para aclarar su vista y se percató de que estaba en una pequeña cama, luego al ver el entrono con más atención se dio cuenta de que estaba en un hospital. Entró en pánico, se sentó bruscamente haciendo que le doliera un poco la cabeza. ¿Qué hacía en un hospital? Y luego recordó...
-Miguel...- susurró aterrado.
-Joven, ¿se encuentra bien?- preguntó un doctor que antes no había visto.
-¿Dónde está Miguel?- preguntó Rubén sin mirar al doctor.
-Esta en la sala de al lado, déjeme revisarlo y luego veré como está su compañero.- respondió el doctor tranquilamente.
Rubén asintió lentamente. Se sentía destrozado.
Luego de unos pequeños exámenes para verificar que el castaño estuvieron bien el doctor se retiró y le ordenó que se quedara un rato acostado. ¿Hacía cuánto que no iba a un hospital? Siempre los había odiado. Desde niño se la pasaba en estos inmensos edificios blancos que lo único que hacían eran darle malas noticias. Cuando sus padres se divorciaron dejó de ir, y a su madre no le importaba, menos a su padre. Ya no eran esos cariñosos padres que lo apoyaban incondicionalmente. Se habían vuelto fríos y distantes. Se habían cansado de él. ¿Qué le decía que con Mangel no pasaría lo mismo? Comenzó a derramar algunas lágrimas silenciosas, su destino era estar solo, nadie lo querría nunca, y si alguien lo hacía tarde o temprano se olvidaría y de él.
-Nada a cambiado...- susurró limpiando algunas lágrimas.
En ese momento el doctor entró nuevamente revisando unos papeles.
-Ya puede irse joven, solo se desmayó por una baja de presión, nada grave. Trate de no estresarse mucho.
-Esta bien... ¿Y Miguel?- preguntó decaído
-Bueno... él aún no ha despertado
Rubén lo miró triste.
-¿Qué fue lo que le pasó?
-Según algunos estudios, un insecto le pico en su pierna, uno realmente venenoso, al parecer fue un araña, pero no estamos seguros de su especie. Aún se están analizando las muestras de sangre.
¿Todo esto, había sido por una puta araña? No, claro que no. La araña no tenía la culpa, Rubén sabía bien quién la tenía.
-¿Puedo verlo?
-Claro, pero aún duerme- afirmó el doctor saliendo se la habitación.
El castaño se levantó con pesadez de la cama y se dirigió a el cuarto de al lado. Si no hubiera nacido, sus padres estarían vivos, si sus padres estuvieran vivos, él no se habría quedado solo, si no se hubiera quedado solo, no habría conocido a Mangel, si no hubiera conocido a Mangel, este estaría feliz pasando su fin de semana en su departamento y no en un hospital. Culpa, culpa, culpa y más culpa. Solo eso sentía. Paró frente a la puerta de Mangel. ¿Para qué iba a verlo? Era mejor que saliera de su vida lo antes posible, solo le traería dolor al pobre muchacho. Mientras antes se alejara mejor. Pero no podía, solo una vez más, quería ver sus ojos negros. Solo una vez más quería besar sus labios, solo una vez más sería egoísta y luego se iría. Abrió la puerta y lo vio. Estaba acostado en la cama, con miles de aparatos y cables conectados a su cuerpo. Esa imagen lo destruyó. Nunca pensó que podría llegar a hacerle tanto daño a alguien. Se acercó a un lado de su cama y se sentó cerca de él.
-Perdóname Mangel, no pude protegerte. Pero ya no te haré más daño- dijo con la vos entre cortada- yo se que es lo mejor Mangel, lo siento- le término de explicar con lágrimas en los ojos.
Después de eso se acercó a él tímidamente y depositó un suave beso sobre sus fríos labios. Un beso de despedida que solo duró unos segundos. Se alejó de él y salió del cuarto, dirigiéndose a la salida del hospital. Todo había sido un error. Él era un error, y mientras más rápido se corrigiera, mejor estarían las personas.
-Ya es hora...- suspiró mirando el cielo celeste.

Por Siempre y Para Siempre (Rubelangel) ~ [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora