Capítulo 62

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Rubén comenzó a removerse en las finas sábanas algo inquieto. Sus oídos captaban a lo lejos un ruido algo extraño y molesto. Entre abrió sus ojos débilmente y se percató de que la habitación aún estaba a oscuras, dándole a entender que era de noche. Solo algunas luces de colores que parecían venir del exterior iluminaban tenuemente los muebles finos y elegantes que yacían en el cuarto. La habitación estaba a una temperatura agradablemente cálida, por lo que supuso que Mangel había prendido la calefacción, cosa que agradecía porque el frío era acojonante en París. El castaño fruncio su ceño suspirando pesadamente y estiró su mano al otro costado de la cama, buscando el cuerpo de Mangel, pero solo logró acariciar el colchón vacío. Terminó de abrir sus ojos por completo y entonces logró confirmar sus sospechas. Mangel no estaba a su lado, y eso lo deprimió a unos niveles extremos que ni él comprendió bien. Seguramente estaba en el baño... no había por qué ser tan paranoico. Se dio la vuelta en la cama sintiendo un pinchazo en sus partes bajas y gruñó algo incómodo. Ese dolor le hizo recordar con facilidad todo lo que había pasado hace unas horas. Sonrió con sus mejillas coloradas por pensar en eso y miró la puerta ventana que ahora tenía en frente. Pero al verla también pudo ver una silueta sentada cerca de esta. Era Miguel. Rubén arqueó una ceja y decidió mirarlo hasta que su visión se aclarara. Estaba ahí, de espaldas, cubierto solo con un pantalón de piyama, sentado en posición de indio y con la mirada perdida en la ciudad rebosante de luces. En su mano sostenía un pote de telgopor, que al instante el castaño reconoció, era el helado que al final nunca había comido. Sonrió para sus adentros al ver como metía una pequeña cuchara plateada dentro del pote y se llevaba a la boca una gran porción de helado de dulce de leche. Eso le hizo recordar aquella vez cuando tomaron helado juntos por primer vez en el parque. Qué lejano se veía todo aquello... incluso parecía ser de otra dimensión, de otro universo, porque la felicidad que Rubén sentía en esos momento era totalmente lo opuesto al sentimiento que vivía día tras día hace unos meses. Pudo ver también como al lado de Mangel estaba la guitarra acostada en el suelo con las cuerdas para arriba. De vez en cuando el morocho acariciaba las cuerdas de metal, produciendo ruidos que no sonaban muy bien, pero que al fin y al cabo, eran música. Rubén quiso levantarse para ir a su lado, pero el dolor le impedía moverse con facilidad, por lo que opto por seguir viendo a Mangel detalladamente, los lunares de su espalda desnuda, su oscuro cabello, la piel de su nuca, su respiración clamada y la "melodía" que producía con la guitarra. Todo en él le parecía tan perfecto y armonioso... ¿le vería Mangel de la misma forma? Probablemente sí... se lo había dicho muchas veces pero nunca terminaba de creerlo completamente. Tal vez estaban ciegos por el amor que sentían mutuamente, tal vez los dos eran horribles y por eso congeniaban tan bien. "No... Mangel es hermoso" pensó Rubén desistiendo de esa idea. Notó como su novio suspiró pesadamente echando su cabeza un poco hacia atrás. ¿En qué estaría pensando? Parecía tan perdido en la ciudad, era como si estuviera en un trance.

-Mangel...- lo llamó Rubén en un susurro. Ya no aguantaba, quería que se acostara con él. Quería abrazarlo y dormirse a su lado. El morocho pareció sorprendido y se dio la vuelta para mirar a su par refregando sus ojos disimuladamente, cosa que el castaño notó al instante.

-R-rubiuh... ¿Ehtá bien?- preguntó mostrando una sonrisa que no le llegaba a sus ojos.

-¿Estabas llorando?- preguntó evadiendo su anterior pregunta. Podía ver claramente como los ojos de Miguel estaban algo hinchados, rojos y cristalizados.

-Tal veh...- respondió sin intenciones de omitir la verdad, sabía que no podía ocultarle cosas al castaño. Se levantó dejando el helado en el suelo y suspiró algo angustiado para luego caminar lentamente hacia la cama. Rubén se apartó un poco haciéndole lugar y observó como Mangel se adentraba en las sábanas acostándose a su lado. Ambos quedaron mirándose frente a frente sin decir una palabra. Solo el morocho acariciaba de vez en cuando el rostro de Rubén, que muy a gusto se dejaba tocar por las sutiles caricias que le brindaba su novio con el reverso de su mano.

Por Siempre y Para Siempre (Rubelangel) ~ [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora