El potente sonido de un trueno haciéndose lugar en el cielo fue lo que hizo que Rubén despertara sobresaltado, siendo liberado de otra más de sus pesadillas nocturnas. Nuevamente había soñado con sus padres a pesar de que sólo había dormido un par de horas, y aunque eso ya era común, su respiración estaba agitada y hacía que su pecho subiera y bajara con rapidez, acompañando el fuerte latido rítmico de su corazón acelerado.
Cuando consiguió tomar una bocanada de aire profunda sin ahogarse, observó exhausto hacia la ventana, percatándose así de que estaba lloviendo a cántaros. Todo estaba completamente oscuro y lo único que podía escucharse era su respiración y los truenos de la tormenta acompañados del sonido de las gotas violentas, chocando contra el techo y el suelo exterior.
Fue entonces cuando un relámpago resplandeciente iluminó de manera repentina toda su habitación, logrando sobresaltarlo aún más. Él no le temía a las tormentas, pero aquella en particular había logrado ponerle los pelos de punta. Comenzó a temblar sin poder evitarlo.
Rubén se rodeó a sí mismo con el cobertor que Miguel le había comprado, queriendo fundirse con aquella calidez que sentía emanando de la tela. En verdad estaba agradecido con el pelinegro, y al darse cuenta de que pensar en él también ayudaba a sentirse protegido, decidió cerrar los ojos e imaginar que no estaba sólo.
Pensó en el rostro del morocho, recordando sus pobladas cejas negras, su sonrisa sincera y sus ojos brillantes y atentos a él cuando hacía o decía algo. Imaginar que él estaba en su departamento haciéndole compañía finalmente serenó su respiración y calmó sus latidos cardíacos.
Pero ¿por qué? ¿Cómo es que el sólo imaginarse a Mangel con él, en su habitación, lo había calmado tan repentinamente? No era normal, él nunca había sentido algo parecido y eso lo confundía. Se sentía bien estando con Miguel, quería seguir pasando el rato a su lado aunque aquello le hiciera sentir extraño y con algo de miedo.
¿Pero cómo se sentiría el morocho? ¿Por qué estaba realmente haciendo todo esto? ¿Cuánto duraría su compañía?
Rubén sabía muy bien que nada es para siempre. Ni la felicidad, ni las personas, ni la amistad, ni el amor. Entonces, ¿por qué sentía que aquello no le importaba mucho si se trataba de Miguel? Aunque las cosas fueran a extingirse en el futuro, Rubén quería saborear aquella porción de amabilidad y compañía que el pelinegro le estaba regalando sin pedir nada a cambio. Quería intentarlo. Aprovecharlo mientras durara. Nada es para siempre, así que... ¿y si su soledad y tristeza también pudieran tener fin?
Ese fin de semana irían a las montañas a acampar, cosa que Rubén nunca había hecho. Le asustaba un poco, pero una parte de él se removía con curiosidad. Y además Miguel estaría ahí con él, no había nada de que temer, ¿o sí?
Con un poco de pereza, el castaño sostuvo su nuevo móvil y lo encendió para ver la hora. Las 6 de la madrugada en punto, y todo estaba completamente oscuro como si el sol aún no planeara salir para nada. Rubén odiaba la oscuridad de pequeño, pero era la única compañía que había tenido en mucho tiempo, por lo que se había acostumbrado. Sabía que probablemente el sol no lograría asomarse entre las densas nubes en todo el día.
En ese momento se arrepintió de haberle dicho a Miguel que no quería juntarse con él para tomar nuevamente un helado. A pesar del frío le gustaba la sensación helada en su lengua. El sabor cosquilleando en su paladar. También habría sido agradable pasar más tiempo con su nuevo amigo. Quería tenerlo ahí con él. Sentir su calor nuevamente, un abrazo como el de aquella vez. Solo eso quería, y caer en cuenta de ello logró entibiar su rostro con un poco de vergüenza.
Pensó en llamarlo, aún así, pero no quiso ser un pesado. No podía ser tan cambiante en sus decisiones, tenía que afrontarlas... y eso le costaba. No era la primera vez que se arrepentía de sus decisiones, su enfermedad le hacía actuar y después pensar, pero siempre encontraba un punto negativo haciendo que cambiara rápidamente de idea. Era realmente difícil afrontar el día a día, por eso a veces trataba de simplemente esconderse en su habitación y no salir. No estaba seguro de cómo se sentiría y cómo aquello afectaría su jornada.
Otro trueno retumbó en el exterior, sacándolo de sus pensamientos enredados. Llovía muy fuerte, agradecía por lo menos tener un techo donde refugiarse. Se levantó de la cama sin ganas y se dispuso a tomar sus medicamentos diarios, sabiendo que ya no lograría volver a dormirse. Una vez que terminó se dirigió a la cocina a comer algo. Habían comprado comida con Miguel por lo que su refrigerador estaba repleto. La mayoría de alimentos los había pagado el morocho ya que él tenía muy poco dinero. Rubén se sentía muy mal por eso, pero Miguel había insistido. Siempre insistía. Aún así estaba dispuesto a pagarle lo que le debía cuando tuviera el dinero. Debía practicar con su guitarra para así ganar más dinero tocando en diferentes lugares transitados. El principal era la plaza.
Luego de comer se decidió a tocar un poco y repasar las canciones más difíciles. Ahora no se perdía en sus pensamientos, estaba totalmente concentrado en lo que hacía, ya que esta vez no sería para beneficio propio. Aún así disfrutó la práctica, pasando fácilmente 3 horas hasta que por fin se sintió capaz de mostrar sus canciones aunque sus dedos ardieran un poco. La lluvia había cesado su intensidad, lo suficiente como para que su guitarra no se arruinara.
Rubén se vistió y luego se dirigió a la puerta del departamento y la abrió para luego cerrarla sin llave a sus espaldas. Se le había hecho costumbre cerrarla sin seguro ya que en el edificio donde vivía, la gente era confiable, en realidad todo el pueblo era de fiar. Decidido comenzó a caminar en dirección a la plaza con su guitarra cubriéndole la espalda. Algunas suaves gotas le mojaban la cara de una manera agradable pero el frío no le permitía disfrutar por completo aquel contacto. Las calles estaban inundadas por lo que aveces debía saltar para no mojarse las zapatillas, aunque no siempre lo lograba.
Una vez que llegó a la plaza suspiró pesadamente al ver que no había tanta gente. Es que era muy tonto. Obviamente no iba a haber gente si el día era una completa mierda. Pero no le importó. Se sentó en un banco que permanecía algo más seco que los demás, desenfundó su guitarra y dejó que sus dedos hicieran música. De vez en cuando algunas personas se acercaban a dejar billetes de poco valor, pero cada centavo contaba para Rubén.
Luego de una hora tocando ya estaba tiritando de frío, la lluvia había comenzado a hacerse más fuerte otra vez y las personas comenzaban a irse. Rubén ya había tomado la decisión de volver a su hogar.
-¿Rubius?- De repente una voz conocida hizo que se le fuera el frío de repente. ¿Era él?
-¿Mangel?- preguntó al mismo tiempo en que levantaba la mirada, confirmando sus sospechas. El pelinegro lo miraba preocupado con un paraguas por encima de su cabeza, pero lo que menguó la felicidad de Rubén fue ver que no estaba sólo. El paraguas no lo cubría solo a él, también cubría a un hombre más bajo que Miguel y que estaba muy cerca de él, haciendo que Rubén se sintiera extraño. ¿Por qué se sentía así al ver al morocho tan cerca de otra persona?
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Por Siempre y Para Siempre (Rubelangel) ~ [Editando]
Fiksi PenggemarRubén sufre de una enfermedad que le hace actuar antes de pensar, de esa manera termina alejando a todos los que lo rodean... pero un médico llamado Miguel consigue acercarse a tal punto de sentir algo por él. Aunque lo que él no sabe es que Rubén o...