Capítulo 8

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Miguel caminó despacio por las pequeñas calles del pueblo con la mente revuelta, sintiéndose adolorido de una manera extraña. No sólo la espalda... también la cabeza le punzaba desagradablemente. Aún así siguió caminando, rumbo a la cerrajería en donde se suponía que debía ir a trabajar desde hacía varias horas.

Gustavo, el jefe de Miguel, se encontraba acomodando unos cajones llenos de viejas llaves en el momento que el pelinegro ingresó por la puerta. Al verlo, el hombre mayor se alarmó por su aspecto desmejorado. Parecía como si alguien le hubiera dado una terrible noticia al muchacho, una que quitó los colores de su rostro y la emoción diaria que siempre presumía en su mirada azabache.

Sin decir ni una palabra, el hombre se acercó y brindó su hombro para que el exausto pelinegro se apoyara en él. Se había encariñado un poco con el chico, ya que su presencia en la cerrajería le había ayudado y alegrado un poco sus días solitarios.

Miguel agradeció en silencio la ayuda y luego fue guiado hasta una silla cercana.

-¿Qué pasó? Te hizo algo, ¿verdad?- murmuró el hombre, arrugando sus cejas al ver a Miguel bajar la cabeza hacia sus piernas.- ¿Hace cuánto no comes algo? Vas a enfermarte si te descuidas tanto.

Miguel siguió con la mirada puesta en la nada, profundamente pensativo y agobiado. En su mente repasaba todos los momentos que había vivido hacía unos minutos y ya había llegado a una posible conclusión de que lo que tenía el castaño no era sólo una depresión como pensaba al inicio.

Escuchó a su jefe chasquear la lengua ante la falta de respuestas. El hombre se alejó unos pasos y luego volvió para colocar de mala gana una mitad de sandwich envuelta en papel sobre el regazo de Miguel, el cual observó el alimento con ojos cansados.

-Come eso y explícame qué pasó.

-Él no me hizo nada malo.

-Mentira. Te ves adolorido. Te golpeó, ¿no es cierto? Te dije que...

-Se lo que piensa, jefe, pero no voy a alejarme de él- espetó firme el pelinegro.

-Mírate Mangel, ¿cómo puedes decir algo tan irresponsable? Jamás debí haberte dado su dirección. Era obvio que algo así pasaría

-Fue mi culpa, yo le presioné demasiado. Pero ahora creo entender su problema, no es difícil darse cuenta si pasas un rato a su lado. Él no es estable emocionalmente. Tiene problemas.

Gustavo se recargó en el mostrador de la cerrajería y observó a Miguel con sorpresa.

-¿A qué clase de problema te refieres?

-Bueno... es obvio que él no está bien... de salud. Creo que está enfermo y creo saber cuál es su complicación.

-Entonces lo descubriste... -susurró el jefe soltando un suspiro

-Estudié sólo un poco del área de psiquiatría. No es mi fuerte pero recuerdo algunas cosas. Recuerdo lo suficiente.

-Entonces entiendes que es mejor alejarse de él, tal y como te dije. Esto no terminará bien Miguel Ángel. Debes alejarte ahora que puedes. Después será demasiado tarde. Ese muchacho es peligroso. Es mejor que esté sólo.

-Él no está en condiciones de permanecer sólo. De hecho, ahora debería de estar en un hospital rodeado de médicos que lo ayuden. Pero yo sé bien que él se negara a eso sin pensarlo dos veces. Y si eso sucediera yo... yo estoy dispuesto ha cuidarlo por mi cuenta.

-No... no, no, no puedes hacer eso.- Se alarmó Gustavo. Le aterraba la idea de que su humilde empleado estuviera tan dispuesto a darlo todo por ese chico que lo único que hacía era causar problemas.

Por Siempre y Para Siempre (Rubelangel) ~ [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora