32. Diez de marzo.

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𝖆𝖉𝖛𝖊𝖗𝖙𝖊𝖓𝖈𝖎𝖆: 𝖈𝖔𝖓𝖙𝖊𝖓𝖎𝖉𝖔 𝖘𝖊𝖝𝖚𝖆𝖑 𝖊𝖝𝖕𝖑í𝖈𝖎𝖙𝖔

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Comenzó marzo, y diez días después fue cumpleaños de Remus.

Phoenix había estado pensando y pensando durante días. ¿Debía darle algún regalo? ¿Siquiera Remus se molestaría en abrirlo?

Curiosamente, todas las aulas de clases habían terminado llenas de un extraño líquido morado que le dejaba furúnculos a cualquiera que lo tocara, así que las clases habían sido canceladas ese día.

Phoenix se peinó el cabello, mirándose en el espejo de cuerpo completo que tenía en su habitación. Pensó que quizás debía cortarlo, así no tendría que estar un par de minutos desenredándolo todos los días.

Pensó en si debía ir a la fiesta que harían en la sala común de Gryffindor. Camille le había dicho que Sirius los había invitado a ambos, pero Phoenix no sabía si Remus estaría bien con eso. ¿Y si estropeaba todo por llegar a la fiesta?

Phoenix suspiró pesadamente, y tomó un poco de gel para peinarse el cabello hacia atrás. Se miró en el espejo, y confirmó su pensamiento de que debía cortarse el cabello. Se había peinado perfectamente hacia atrás, pero le molestaba un poco el cabello que quedaba atrás, llegando hasta el final de su nuca.

Entonces Camille abrió la puerta y entró a su habitación. Miró con indiferencia a Phoenix, que estaba semidesnudo porque acababa de ducharse.

—¿Ya pensaste que ponerte?

—Esperaba que me dieras una mano con eso —Phoenix caminó por la habitación, entonces tomó una bata de baño para cubrirse, y volteó a mirarla—. Por cierto, ¿qué planeas hacer si Remus no quiere verme y nos echa de su fiesta?

—Colarme —respondió Camille con tranquilidad—. No, ¿sabes qué? Si nos echa, podríamos hacer nuestra propia fiesta.

—Se necesitan muchas cosas para una fiesta —dijo Phoenix, frunciendo el entrecejo—. Por ejemplo, bocadillos, bebida...

—¡Deseos de pasarla bien! —interrumpió Camille—. Eso es lo único necesario. Si ofreces un buen espectáculo, los demás traerán lo que falte.

—Eso es...

Camille ignoró a Phoenix, y caminó hacia el clóset de madera oscuro, que era exactamente igual al que ella tenía en su habitación. Lo abrió de golpe, y comenzó a mirar toda la ropa que Phoenix tenía ahí.

—¿Por qué tienes tantas camisas de botones? —se quejó Camille, revisando la ropa del armario—. Fácilmente podrías ir abriendo una tienda con todas las que tienes acá —Volteó a verlo, y alzó sus manos, como si pensara en algo—. «Phoenix: camisas con botones, desde mil novecientos setenta y cinco»

—Ja, ja —Phoenix resopló—. Simplemente me gustan. ¿Acaso es un delito?

—No, porque te quedan bien —Camille volteó para seguir buscando en la ropa—. ¿Sabes qué? No tengo ni idea de qué puedas ponerte.

—Gracias por el apoyo —dijo Phoenix sarcásticamente, caminando hacia el armario.

—De nada —Camille se rio—. Me voy para que puedas arreglarte con calma —Le dio un beso en la mejilla y luego caminó hacia la puerta—. Vengo a buscarte en un rato, ¿te parece?

Camille ni siquiera esperó una respuesta, sino que salió de la habitación, dejándolo solo.

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Estrellas || Lily EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora