104. Inglaterra, otra vez.

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Camille caminó por el jardín de su madre, entonces llegó al borde del acantilado. Estaba la valla de piedra en la que Rebekah se solía apoyar para fumar. Entonces se dio cuenta de que tenía un cigarrillo en la mano.

Se apoyó en la valla, pero algo se sentía diferente. Camille bajó la mirada, encontrándose con el mar. Frunció el entrecejo, dándole una calada al cigarrillo. Al fondo del acantilado no había mar, siempre había estado el pueblo.

Se quedó ahí durante unos minutos, hasta que, como si no fuera dueña de su cuerpo, se paró sobre la valla. Camille se preguntó por qué estaba haciéndolo, pero no pudo encontrar una respuesta.

Nada se sentía como siempre. No sentía nada, era como si estuviera adormecida. No habían sentimientos ni emociones. No sé sentía triste como siempre, pero, en su lugar, estaba un vacío devastador. El vacío era incluso peor que la tristeza.

Miró al mar, pensativa. Dejó caer el cigarrillo, después de unos segundos lo perdió de vista, pero seguramente había caído en el mar.

Extrañamente, no veía rocas abajo. Solo estaba el mar, golpeando las paredes del acantilado.

Camille se quedó ahí unos segundos, entonces se dejó caer hacia adelante. Después de unos segundos de caer, por fin se hundió en el mar. Cayó de cabeza y se quedó ahí.

No abrió los ojos, simplemente se dejó ser. El agua la rodeaba, pero se sentía como si estuviera en paz.

Entonces algo la sujetó de los pies y abrió los ojos. Por alguna razón, el agua salada no le escoció, y pudo mantener los ojos abiertos.

Camille miró hacia abajo, encontrándose con que sus pies tenían cadenas sujetándola. Intentó nadar hacia la superficie, pero las cadenas la jalaban hacia abajo, evitando que subiera.

Gritó bajo el agua, pero era imposible que alguien la escuchara. Estaba bajo el agua y tampoco había alguien cerca.

Volvió a mirar hacia abajo, desesperada, queriendo librarse de las cadenas.

Entonces lo vio.

Rabastan Lestrange, el mortífago al que había asesinado, iba jalando las cadenas con calma, arrastrándola hacia él. Camille quiso volver a gritar, pero prefirió tratar de huir.

No funcionó.

Camille se quedó totalmente quieta cuando se encontró cara a cara con Rabastan.

Entonces despertó.

Con el dorso de su mano apartó las lágrimas de sus mejillas. Odiaba tener pesadillas.

Consideró levantarse e ir a la habitación de su madre, dormir junto a ella como la última vez que había tenido un mal sueño, pero se contuvo. Tenía que lidiar con ello por sí misma, después de todo, en algún momento tendría que volver a su departamento y tendría que estar sola.

Se giró en la cama y cerró los ojos, tratando de dormir otra vez. No importó cuánto lo intentara, pasó esa noche en vela.

♦♦♦

Después de un par de días, Camille encontró que Francia era terriblemente aburrida. En Inglaterra, al menos, podía ir a ver a Jules, o Jules podía ir a verla a ella.

En Francia solo tenía a Kilow, quien estaba trabajando casi todo el tiempo. Así que, si Camille quería hablar con él, tenía que ir al grasiento taller en el que trabajaba y, por muy bien que le cayera Kilow, no le gustaba encontrar manchas de grasa en sus pantalones.

—Creo que voy a volver a Inglaterra —le dijo Camille a Rebekah una tarde, mientras tomaban café—. Es relajante estar aquí, pero...

—Es aburrido —terminó de decir Rebekah—. Sí, un poco —aceptó, entonces miró a Camille con atención—. En especial para ti, que eres joven y no te distraes cuidando plantas.

Estrellas || Lily EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora