106. Los ojos de Lily.

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Los años fueron pasando, pero la vida de Camille no cambió mucho.

Seguía teniendo noches de películas con Jules, aunque ya no era semanal, sino mensual, pues Jules ahora tenía novia y Camille encontraba mejor poner un poco de distancia, por mucho que disfrutara su compañía.

Phoenix había dejado el Ministerio hacía unos meses y, según le había dicho a Camille, le gustaría ser profesor. Camille lo encontró maravilloso. No podía imaginarse a un mejor profesor que Phoenix, tan atento, amable y preocupado.

Sirius... bueno, seguía en Azkaban. Camille aún iba a visitarlo y le llevaba copias de El Profeta para que rellenara los crucigramas. Estaba cada vez peor, en opinión de Camille, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Lana ya era la niña más preciosa que Camille jamás hubiera visto. No faltaba mucho para que fuera al colegio, cualquiera que fuera.

—Buenas tardes, Edgard —lo saludó Camille, tensa, esa tarde.

Edgard la miró con el entrecejo fruncido. Nunca le había agradado Camille y tampoco trataba de fingir que así era, de todas formas, el sentimiento era mutuo, así que no importaba mucho.

—Buenas tardes —respondió Edgard en un gruñido, el cual Camille casi no pudo entender.

Camille resopló y subió las escaleras. Edgard era un completo idiota. No podía entender cómo Bianca se había podido casar con él. Sí, Bianca era medio tonta, en opinión de Camille, pero no era tan tonta... bueno, eso creía, al menos.

Terminó de subir las escaleras y se encontró en el pasillo del segundo piso, pasó rápidamente a la puerta de la habitación de Lana, que tenía un decorado de estrellas sobre la madera. Camille hizo una mueca, parándose unos segundos frente a ella.

Ya no le gustaban las estrellas, no le traían buenos recuerdos, pero si Lana estaba en su época de amante de las estrellas, ¿cómo podía ella decirle algo? Llevaba meses escuchándola hablar sobre la luna, sobre cómo afectaba a la tierra, también sobre estrellas y sobre cómo podían estar muertas, pero aún así brillaban. Camille nunca había sabido muchas cosas sobre las estrellas, pero eso la hizo pensar en Lily.

Golpeó la puerta y esperó unos segundos, Lana la abrió y sonrió ampliamente cuando la vio.

—Estaba esperando que vinieras —dijo antes de girarse y entrar en la habitación.

Camille entró detrás suya y cerró la puerta. Miró a Lana caminar hacia su baúl lleno de juguetes y abrirlo. Camille se preguntó en qué punto pensaría que los juguetes eran demasiado aburridos para ella, pues las veces que había ido a ver a Harry, él ya no jugaba con los carritos que le había regalado.

—¡Mira! —Lana sacó una bola de cristal, que tenía un mar en el fondo y una luna en lo alto—. Mamá me trajo esto.

Camille se acercó, entonces se sentó en la alfombra gris que estaba en el suelo, y Lana se sentó junto a ella.

—Mira —repitió Lana, poniendo la bola delante de su cara—. Mamá la trajo y me contó que muestra cómo afecta la luna a la marea —Lana le sonrió a Camille—. Yo eso ya lo sabía, obviamente.

Camille se rio.

—Sí, mi amor, seguro ya lo sabías —le respondió.

—Ella lo leyó de la guía que venía con la bola, pero bueno —Lana siguió hablando—. Yo no necesito esas guías tontas...

Camille volvió a reírse, notando su sonrisa creída.

—Mira —comenzó Camille, sonriéndole—. Ayer, cuando iba caminando por la calle, vi en los estantes de una librería unos libros así —Camille extendió sus manos, exagerando.

Estrellas || Lily EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora