92. Visita a San Mungo.

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Camille no dudó en unirse a la Orden del Fénix cuando Sirius le dijo que podía.

¿Una organización secreta para tratar de derrotar a un miserable y estúpido supremacista? Camille estaría loca si no se unía. Además, sus padres estaban más que encantados con la idea. Rebekah le había dicho que nunca había estado más orgullosa de ella, por defender en lo que creía. Camille casi —lo hizo— lloró.

Lo único malo de ser parte de la Orden del Fénix era ver a James y a Lily en cada reunión... ni siquiera era verlos, porque eso podía tolerarlo, pero no ver a Lily dándole la mano y a ambos teniendo gestos amorosos entre sí. Le daban ganas de vomitar.

Así que el tiempo de Camille se dividía en trabajar, ver a Jules, hacer cualquier cosa que le encargaran en la Orden del Fénix y luego dormir. Era una existencia agotadora.

Seguía su rutina todos los días, menos los fines de semana que eran sus días libres. Esos días se veía con Phoenix o con Sirius, que eran los que siempre tenían tiempo para verse con ella.

—Me gustan los bares muggles —dijo Sirius, sosteniendo su botella de cerveza y mirando alrededor—. Siempre hay mucha gente y nadie se da cuenta si hago que una cerveza flote hasta mí.

—Te van a venir descubriendo un día de estos, lo sabes, ¿no? —Camille sonrió, mirando al bar. Era un sitio sencillo, con mesas, sillas y una barra en la que servían las bebidas—. ¿Qué vamos a hacer cuando un muggle grite que vio una cerveza flotando? —le preguntó cuando vio que una cerveza flotadora se posaba encima de la mesa, entonces miró a Sirius, que sostenía su varita «disimuladamente».

—Nada, fingimos demencia —respondió él con tranquilidad.

Camille se rio y negó con la cabeza, entonces sujetó su cerveza y la acercó a su boca para darle un trago.

—Si preguntan, yo ni te conozco.

Sirius resopló con una sonrisa, divertido, pero no dijo nada.

♦♦♦

Para cuando llegó la madrugada, Sirius y Camille caminaban tambaleantes por la calle.

—No nos tendrían que haber sacado así del bar —se quejó Sirius, arrastrando las palabras y evidenciando su estado de ebriedad.

Camille lo empujó y él casi se cayó.

—¡Eh! —Sirius se quejó de inmediato y le devolvió el empujón, Camille se sujetó de él y ambos se cayeron al suelo.

Se miraron y, aunque Camille estaba un poco molesta por haberse caído, se rieron a carcajadas.

—Le dijiste... cara de albóndiga... al dueño del bar —dijo Camille entre carcajadas—. Yo te hubiera golpeado.

—Eso no es excusa para sacarnos del bar.

Sirius se puso de pie como pudo y le extendió una mano a Camille, quien la aceptó y Sirius la jaló con fuerza, poniéndola de pie de inmediato.

—Lo que faltaba —se quejó Sirius cuando comenzó a llover.

—Va a oler a perro mojado —lo molestó Camille—. Pulgoso.

—La pulgosa es otra.

Y siguieron caminando, ahora bajo la lluvia.

—¿Me puedo quedar a dormir? —le preguntó Sirius cuando llegaron a la entrada del edificio en el que vivía Camille.

—¿Cómo podría dejar a un perro pulgoso en la calle? —Camille lo dejó pasar y, por alguna razón, subieron las escaleras en lugar de tomar el ascensor.

Estrellas || Lily EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora