105. El mensaje de la flor.

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Camille, sin duda, definiría a Lana como la luz de su vida.

Lana tenía el poder de hacerla sonreír en cualquier momento, aunque solo estuviera jugando con un carrito de juguete, pretendiendo que era mágico y volaba. Lana la hacía sentir mejor, en especial cuando se acercaba de la nada para abrazarla y le besaba la mejilla, aunque se la dejara llena de babas.

—Ve a jugar, anda —le dijo Camille, sintiendo la baba de Lana en su mejilla.

Lana la miró unos segundos, entonces se alejó y volvió a jugar con sus juguetes. Camille suspiró, mirándola.

Había crecido tanto desde su nacimiento, obviamente. Sin embargo, eso no quitaba que Camille se sintiera nostálgica al verla, aunque siguiera siendo pequeña.

Camille se preguntaba cómo sería verla crecer aún más. ¿Y cuándo fuera mayor de edad? Camille podía estar segura de que terminaría llorando.

—¿Juga'? —preguntó Lana, extendiéndole una de sus muñecas a Camille.

—Sí, mi amor —Camille se acercó y recibió la muñeca—. Claro que quiero jugar contigo.

♦♦♦

Camille apoyó su frente contra las barras, mirando a Sirius.

—Sí, Lena es espectacular —le contó, sonriendo levemente. El recuerdo de Lana era suficiente para alejar el frío y vacío que le dejaban los dementores—. Aunque... no, no tendría que estar contándote lo bien que me la paso afuera, cuando tú estás aquí encerrado.

Camille no visitaba a Sirius tan seguido como le gustaría, y se sentía egoísta por no hacerlo, pues sus razones era lo mal que la pasaba con los dementores. Camille no podía ni imaginarse lo mal que la pasaba Sirius, que tenía que lidiar con ellos todos los días y, aún peor, estando encerrado.

Sirius se acercó y tomó sus manos. Camille lo miró a la cara, sintiendo sus manos frías y callosas contra las suyas.

—No te preocupes —La voz de Sirius sonaba rasposa y le costaba hablar, como si hubiera pasado toda la noche gritando... Camille tuvo un escalofrío cuando pensó que, probablemente, esa era la razón—. Que mi miseria no te detenga de hablar conmigo.

Camille lo miró a los ojos. Ya no se sentía como el Sirius de antes, pues su mirada estaba vacía, como si fuera apenas consciente de que estaba ahí.

—Daría lo que fuera para sacart...

—¿Trajiste El Profeta? —Sirius la interrumpió. No quería escuchar lo mucho que Camille sacrificaría para sacarlo de ahí. No sentía que lo mereciera, no después de haberse obstinado en que Peter debía ser el guardián secreto—. Sabes que me gustan los crucigramas.

Camille suspiró, entonces asintió con la cabeza.

—Te traje todos los de esta semana —le dijo Camille, entonces soltó las manos de Sirius y sacó los periódicos de su bolso, luego dudó, pero terminó dándole un bolígrafo—. Así te puedes entretener un rato.

—Gracias.

Sirius los recibió con el mismo entusiasmo que un niño pequeño, y el pecho de Camille dolió al verlo así, tan destruido.

Sirius no era el mismo, y Camille dudaba que pudiera recomponerse algún día.

♦♦♦

A Camille le gustaba ver películas con Jules, en especial cuando traía esas películas de princesas.

Esa noche estaban sentadas en el sofá de Camille, compartiendo una manta y mirando fijamente a la televisión. Jules le extendió una barra de chocolate sin dejar de mirar al frente, y Camille la recibió.

Estrellas || Lily EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora