TODOS TENEMOS LA EXPERIENCIA DEL PERDÓN DE CRISTO

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El Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados. Qué curioso, todos tenemos esa experiencia de la culpa, esa experiencia de una conciencia que a veces nos acusa porque hemos hecho cosas mal, y además, las hemos hecho deliberadamente. Otras no, otras veces las hemos hecho sin querer o inconscientemente.

Pero ¿verdad que la culpa es una experiencia que te hace daño al corazón, que te das cuenta que has destruido cosas, que has imposibilitado otras cosas y es muy difícil vivir con la culpa? Precisamente la razón más importante por la que Cristo vino a la tierra es para perdonarnos nuestros pecados. El evangelio que se escucha hoy en la Eucaristía es esa escena en la cual la gente duda que Jesús pueda perdonar pecados, y él, para demostrar que tenía autoridad para perdonar los pecados, le dice al hombre: 'levántate, coge tu camilla, anda', pero previamente le había dicho: 'pero tus pecados están perdonados'.

¿Qué significa el perdón de Cristo? Cuando una persona se va a confesar, escucha una palabra preciosa. A veces los sacerdotes la dicen tan deprisa que la gente ni se da cuenta: 'Yo te absuelvo de tus pecados'. Y fijaos que absolver es desvincular, significa que los pecados que tú has cometido ya no forman parte de ti. 'Absolver' significa desligar, 'absolver' significa romper una cuerda que unía, desunir, a ese pecado. Una vez que se lo hemos entregado a Cristo, Cristo toma nuestro pecado, lo hace suyo y con el precio de su sangre preciosa, lo desintegra en su misericordia.

No hay cosa más bonita ni más descansada que entregarle el pecado a Cristo y escuchar de labios del sacerdote, que hace las veces de Cristo: 'Yo te absuelvo, yo te desvinculo de tus pecados', porque ahora, porque los has dicho en voz alta, porque los has dicho ante un sacramento, el sacerdote, y la Iglesia te reconoce que ese pecado ya no forma parte de ti. A lo mejor te acordarás de él, sí formará parte de tu historia, pero ya no forma parte de ti, y desaparece la culpa, esa culpa la desintegra también Jesús en su misericordia.

No hay sacramento junto con la Eucaristía más reconfortante, sacramento junto con la Eucaristía más bello que poderse confesar y poder reconocer con humildad: 'Me he enfadado, tengo mal genio, soy soberbio, soy prepotente, soy lujurioso, soy envidioso, soy cómodo, soy codicioso', y sé que cada uno tendrá los pecados que tenga, pero todo eso se lo puede entregar con toda la paz a Jesucristo, porque él sube al patíbulo de la cruz precisamente para derramar su sangre por nuestros pecados.

Qué bonito cuando en la consagración de la misa escuchamos cada día: 'Sangre de la alianza nueva y eterna derramada por vosotros y por muchos. ¿Para qué? Para el perdón de los pecados'. Sangre derramada para el perdón de qué pecados, de los que cometo yo y que quiere desvincularme de ellos. Y aquellos que se acercan con confianza, por supuesto, quedan perdonados. Ojalá que todos tengamos la posibilidad de vivir la experiencia de una confesión sanadora y una confesión que nos quite esa culpa, porque la ha hecho suya nuestro Señor Jesucristo.

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