Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre. Las palabras de Cristo no pueden ser más claras y nítidas. No es un símbolo de su cuerpo, no es una figura, no es una representación ni un recuerdo. Esto es verdaderamente mi cuerpo, esta es verdaderamente mi sangre. Hoy celebramos esta fiesta tan entrañable, el día del Señor, tan bonito que le llamamos el Corpus Christi. En la mayoría de las parroquias, de las iglesias, de los templos, Jesús sale del Sagrario, da un paso más allá del altar para recorrer nuestras calles en las custodias, en las procesiones, en tantos momentos tan preciosos que el pueblo cristiano ha revestido de cánticos, flores e himnos maravillosos para honrar a Jesús sacramentado.
Creo que todos somos muy conscientes del tesoro que tiene la Iglesia Católica. El gran tesoro, el gran poder de la Iglesia Católica no son unas joyas, ni unas catedrales, ni unos patrimonios inmobiliarios. Es Jesús, silencioso, Jesús Eucaristía, que se queda escondido por amor en el tabernáculo las horas, los días y los meses que hagan falta. Él lleva 2000 años esperándonos en cada tabernáculo para que tengamos un encuentro con Él. La fe no es ver, la fe incluso es más que entender. La fe es la clara conciencia de que hay una presencia de alguien vivo, de alguien real que está ante ti, aunque no le veas. Eso es precisamente la fe cristiana.
Por eso, hoy en la fiesta del Corpus Christi, primero agradecemos tanto amor. ¿Cómo es posible que me quieras tanto, Dios mío, que te encierras por mí en una cárcel que es el Sagrario a la espera de que yo vaya a visitarte, a adorarte? En segundo lugar, además de esa gratitud, mirarnos en la Eucaristía, ser eucaristía, tener las actitudes de Jesús sacramentado. Aquel que siempre está, que siempre escucha, que siempre comprende, que está en completa disponibilidad, es también de algún modo el modelo que nosotros tenemos que intentar vivir en nuestro corazón. La Eucaristía no es solamente un sacramento para decir "qué bien", sino sobre todo es un sacramento para identificarnos mucho con Él. Aprender que también nosotros podríamos llegar a convertirnos en un sagrario, para que los demás, cuando se encuentren con nosotros, se encuentren también con Cristo por nuestro modo de ser, no por nuestros sermones, sino por nuestro modo de ser, por nuestro modo de querer, por nuestro modo de estar, incluso por nuestros silencios que hacen saber que siempre estamos ahí, dispuestos a cuidar, proteger y acompañar a aquellos que nos han sido confiados.
Y hoy la Iglesia grita de gozo: "Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar". Claro que sí, y hacemos alabanzas a un Dios que tanto nos amó, que no solamente se contenta con hacerse carne, morir en la cruz y resucitar, sino que quiere quedarse prisionero de amor en la Eucaristía.
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TIEMPO ORDINARIO
SpiritualEl Tiempo Ordinario es la temporada en la que celebramos la vida y las enseñanzas de Jesucristo y lo que significa ser su discípulo. El nombre de este tiempo deriva de la palabra ordinal, que significa "contar". Es llamado Tiempo Ordinario porque la...