LA DEFENSA CRISTIANA FRENTE A LOS AGRAVIOS

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Yo os digo que no hagáis frente al que os agravia. Mira, todos tenemos un instinto natural de defendernos ante los enemigos. Cualquier animal que va a ser devorado o atacado, pues, o huye o vuelve a atacar. Y nosotros también, cuando nos agravian, cuando nos ofenden, cuando nos maltratan, claro, la primera reacción humana es esa defensa, ese contraataque.

Existe la legítima defensa que, por supuesto, tenemos que vivir, sobre todo cuando hay que proteger a inocentes y a personas que dependen de nosotros, o incluso cuando es justo también defendernos a nosotros mismos. Pero la defensa del cristiano no es atacar, no es destruir, no es hacer daño al otro; sino que es intentar, por supuesto, evitar que nos hagan daño y no guardar rencor, siendo también cautos y no poniendo la ocasión para que nos vuelvan a hacer las mismas cosas.

Por eso, la primera pregunta que nos podríamos hacer hoy, leyendo esta reflexión de vida, es: ¿A mí quién me puede hacer daño? ¿Qué personas hay que viven cerca de mí, con las que suelo interactuar, que tal vez no me tratan bien, me tiran indirectas, me dicen frases duras, o a lo mejor, por sus omisiones, me tienen abandonado o solo y me hiere muchísimo?

Pregúntate, efectivamente, quién te hace daño. Lo harán, a lo mejor, incluso sin darse cuenta. Hay personas que son más malvadas y lo hacen conscientemente, pero no es lo frecuente. Y pregúntate, por tanto, cómo reaccionas: ¿Reaccionas como un cristiano ante el mal que te hacen o que te intentan hacer? ¿Reaccionas con rabia, con furia, con agresividad, con deseos de venganza? ¿O reaccionas con esa máxima y dices: "Mira, no te voy a dejar que me hagas daño, por supuesto, pero no te lo quiero hacer a ti y no te voy a tratar como tú me estás tratando ahora"?

Esto es bien difícil y, para ello, hace mucha falta la gracia de Dios, la ayuda especial de Dios, porque el instinto es gritar, el instinto es atacar, el instinto es: "Si me van a hacer daño, pues lo hago yo". Y ahí tenemos que ser muy cuidadosos.

El cristiano no vive con rencores con nadie, el cristiano no vive enfrentado. Los enemigos que tengamos son aquellos que han decidido ser enemigos nuestros; nosotros no somos enemigos de nadie, de nadie. No hay ningún ser humano que merezca que nosotros le tratemos mal o que le hagamos daño. Pero el Señor no quiere dejar que pase que nuestros enemigos, a veces, pues, nos atacan: los enemigos de fuera y los enemigos de dentro.

De hecho, desde pequeños hemos aprendido esa oración tan bonita en la que nos hacemos tres cruces y decimos: "Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro". Tenemos que tener muy claro quiénes son nuestros enemigos y también qué estrategias tenemos frente a ellos, repito, los enemigos de dentro: la tristeza, el desánimo, la mentira, la desesperanza; o los enemigos de fuera. Pero nunca con ira, nunca con rabia, porque nosotros no pagamos mal por mal, sino que intentamos ahogar el mal en abundancia de bien, que es lo que nos pide nuestro Señor.

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