LA HUMILDAD EN LA PETICIÓN: "SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME"

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"Si quieres, puedes limpiarme." Fijaos que una de las actitudes fundamentales para dirigirnos al Señor es saber quiénes somos nosotros y quién es el otro. Nosotros somos la nada, Él es el todo. Nosotros somos la debilidad, Él es la fortaleza. Nosotros somos, pues, unos pobres indigentes que, como el mendigo que pide a la puerta, si te dan, bien, y si no te dan, pues no te tienes que enfadar porque lo que has pedido es un favor.

Por eso, qué bonito como este leproso cuando se dirige a Jesús no le exige nada. Simplemente le dice con todo el cariño: "Si quieres, si tú quieres puedes limpiarme". Y efectivamente, el Señor le mira con toda la ternura y dice: "Qué grande es la fe de este hombre".

Fijaos que el pecado original consiste en que cuando el demonio se acerca a la primera pareja humana y les dice: "Bueno, podéis comer, no podéis comer", y ellos responden: "No, no podemos". El demonio les engaña diciendo: "Seréis como dioses. ¿Quién es Dios para deciros a vosotros lo que tenéis y lo que no tenéis que hacer? Dios no puede, sois iguales a Dios". Prácticamente, la tentación es: "Seréis dioses, seréis igual que Dios". El hombre en su soberbia siempre ha caído en la trampa de igualarse a Dios. De hecho, incluso había emperadores romanos que se divinizaban a sí mismos.

Por eso, la humildad es una virtud que nos pondrá en nuestro sitio. Decía Santa Teresa de Jesús que la humildad no es otra cosa que andar en verdad. Es decir, saber cuál es la verdad de mi vida, saber qué cabe esperar de mí, que soy un pobre hombre que no puedo nada, y saber qué cabe esperar de Dios, que lo puede todo.

Piensa si alguna vez en tus relaciones con Dios no paras de ver una especie de soberbia escondida, porque has pedido y no te lo ha concedido, y como no te lo ha concedido, dejas de rezar. O si te aburres en la oración y decides dejar esos momentos porque no sacas nada. No se trata de que tengas que pedirle cuentas a Dios de lo que hace o no hace contigo. Ponte en tu sitio, porque somos siervos y Él es el dueño. Nosotros somos realmente indigentes que vamos cada día a mendigar unas migajas de su bondad.

Por eso, siempre que tengamos que dirigirnos a nuestro Dios, ojalá que lo hagamos con ese prefijo: "Si quieres". "Si quieres, Señor, yo te lo pido igual, pero sé que todo depende de tu voluntad y no de la mía, que no soy nadie para exigirte nada, que no estamos en igualdad de condiciones. Yo sé que todo lo he recibido de ti y que todo tengo que recibirlo de ti."

Solo entonces un corazón humilde puede alcanzar la puerta del corazón de Cristo. Solo un corazón que no es soberbio, un corazón que no se cree importante, puede decir: "Señor, no me lo merezco, pero sé que me lo das por tu gracia". La clave de la humildad es pedirle cosas al Señor comprometiéndonos a no disgustarnos si no es todavía su voluntad.

Cuando le pidamos al Señor cosas, cuando veamos que es muy importante, concedámosle ese beneficio del "si quieres". "Si quieres, Señor, dame tu gracia. Si quieres, Señor, cúrame. Si quieres, Señor, acompáñame en mis necesidades y sostenme, porque yo, sea como sea, siempre confiaré en ti."

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