VIVIR COMO HIJOS DE DIOS: LA VERDADERA RELACIÓN CON EL PADRE

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Los hijos están exentos del impuesto. ¿Veis qué bonito? Es como cuando a Jesús le preguntan ¿Si tiene que pagar? ¿No tienes que pagar?, ¿tienes que cumplir?, ¿no tienes que cumplir? Mirad, la relación de Jesucristo con Dios Padre no es una relación para satisfacer al Padre, no era una relación para quedar bien con Él o demostrarle que era un hijo cumplidor y bueno, sino que era una relación de hijo. Y los hijos sabemos que nuestros padres nos quieren, no por lo que hacemos, no por lo que tenemos, no por lo que conseguimos, sino por el mero hecho de existir.

Cuando un bebé está en brazos de su madre o de su padre, el bebé no tiene méritos, el bebé no tiene recursos y, sin embargo, es profundamente amado, profundamente querido. Por eso, cuando Pedro le dice: "Maestro, ¿tenemos que pagar el impuesto?", Jesús responde: "Bueno, si somos hijos de Dios, ¿crees que tenemos que comportarnos con Él como un súbdito que tiene que satisfacer las necesidades de su amo, o como un hijo que tiene que dejarse querer por su padre?"

¿Cuántas veces los cristianos actuamos como súbditos de Dios en el sentido negativo de la palabra? Claro que somos súbditos en el sentido de que es nuestro Rey, queremos que reine, le pedimos que reine, pero como hijos, y por tanto no con ese temor constante de "¿Le habré satisfecho? ¿Estará contento conmigo? ¿Me aprobará al final de mi vida? ¿Me dará la salvación?". No, porque si eres hijo, y te sabes hijo, y te dejas querer como hijo, la salvación ya está en ti, la salvación ya está sucediendo en ti. Porque, ¿qué es la salvación? Ser hijo de Dios, dejarte amar por Dios, dejar que toda tu existencia esté llena de ese amor.

Sin embargo, los súbditos siempre están neuróticos, pensando: "Me voy a confesar corriendo porque tengo un pecado gordísimo y, si no, me voy a ir al infierno". Es decir, hombre, pues si tienes un pecado, claro que te tienes que confesar, pero no porque te vayas a ir al infierno, sino porque tu Padre Dios se merece que le pidas perdón, porque te lo ha dado todo y tú, en cambio, le has negado muchas cosas, pero no tanto por ese miedo.

Qué bonito es el acto de contrición cuando decimos: "Por ser Vos, que sois bondad infinita, y porque te amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberte disgustado, haberte ofendido porque te amo sobre todas las cosas". Por eso, también dice después, "porque podríais castigarme con las penas del infierno", pero eso es como muy secundario. Es por amor por lo que nosotros pedimos perdón a Dios, porque somos sus hijos. Y cuando un hijo hace una trastada a su padre o a su madre, sabe que los padres le podrían regañar o decirle algo, pero no van a dejar de quererle para nada. No es que "le he fallado 1000 veces", y aunque falles 2000, el amor de Dios es irreversible. No puede dejar de quererte porque existes, porque existes. Esa es la razón del amor de Dios por ti. No te quiere por tus virtudes, por tus méritos, por tus triunfos; te quiere precisamente porque existes, y eres frágil, y eres débil.

Por eso pídele a Dios: "Señor, cómo me gustaría saber ser hijo, cómo me gustaría comportarme como un hijo, dejarme querer como los niños pequeños se dejan besar, abrazar y proteger por sus padres". Eso es lo que yo estoy llamado a ser, y eso, precisamente, es ser cristiano: vivir siendo hijos de Dios.

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