EL PODER SANADOR DEL AMOR Y LA FE: REFLEXIONES SOBRE EL DOLOR Y LA ENFERMEDAD

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La lepra se le quitó y quedó limpio. Hoy, aunque es domingo coincide también con la fiesta de la Virgen de Lourdes. La iglesia suele celebrar este día la jornada de oración por el enfermo.

Qué bonito es ver cómo en el evangelio de hoy la actitud de Cristo ante la enfermedad y cómo nuestra madre la Iglesia también a los enfermos quiere acoger de un modo especial, de un modo cariñoso, y quiere transmitir esa preocupación de Cristo por cada persona.

A veces pensamos que la enfermedad es una equivocación de Dios, a veces pensamos que cuando estamos enfermos, Dios no nos quiere igual, que si se hubiera olvidado de nosotros. Nos olvidamos de que la enfermedad precisamente es la ocasión en la que muchas personas se encuentran con Cristo y que, si no hubieran llegado a estar enfermas, no hubieran conocido del todo el amor de Dios.

Por tanto, cuando nuestra enfermedad se puede vivir cercana a Cristo, cuando nuestra enfermedad se puede ofrecer unida a la pasión de Cristo, nuestra enfermedad se convierte en un tesoro, en un tesoro que es fuente de gracias para otras personas y, sobre todo, a mí me hace crecer y me hace llegar muchísimo más lejos en mi comunión con Dios y mi posibilidad de llegar, por sus méritos, a la vida eterna.

Y por eso, piensa en las personas que están enfermas, o tú tal vez estás enfermo y lo estás pasando muy mal, y yo comprendo y alguna vez lo he podido incluso experimentar personalmente, que vivir con el dolor continuado es muy desolador, y cuando tienes una enfermedad que te diagnostican que es muy grave, que te puede dar miedo, pues a la muerte, te puede dar miedo, al sufrimiento descontrolado, te puede dar miedo, a la soledad, a no poder resistir.

Todo eso pasó por el corazón de Jesús. Jesús se identifica tanto con los enfermos que en el juicio final dice: "Estuve enfermo y vinisteis a visitarme". Cuando, Señor, cada vez que estabais con un enfermo, me lo estabais haciendo a mí.

Y, por tanto, todo ese misterio del dolor, el evangelio en el caso de hoy, pues es de un leproso que dice: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Jesús responde: "Claro que quiero, queda limpio. Claro que sí. No me gozo con tu enfermedad. No me gusta verte sufrir. ¿Es que acaso crees que soy un Dios que disfruto con las lágrimas y con el sufrimiento ajeno? Sería un insulto para Dios pensar que él es así.

¿Qué hace Dios ante nuestro dolor? Entra en él, queda dentro de nuestro dolor, lo acompaña, lo santifica y hace que nos asociemos a su pasión. Él no puede evitar la muerte, la muerte es por nuestra causa, él no puede evitar muchas enfermedades, nosotros fuimos los que introdujimos un desorden en la naturaleza.

Él lo único que puede hacer es quedarse con nosotros, sufrir con nosotros, acompañarnos y abrirnos las puertas del cielo. Hay un dolor que se convierte en maldición, pero también, ¿por qué no decirlo?, hay un dolor que se convierte en bendición. Mientras lo estamos pasando mal, esto, por supuesto, pues no lo queremos ni oír, pero una vez que ha pasado, entonces es más fácil entenderlo.

Y es más fácil aceptarlo. Y por eso le pedimos al Señor que ninguna enfermedad, ni la nuestra ni la de las personas que amamos, nos aparte de él, que ningún sufrimiento físico, psicológico incluso espiritual, nos aleje de él. Nuestras señales son un crucificado, es decir, un hombre cosido al dolor, un hombre identificado en el dolor que es nuestro dolor. Y por eso, si no nos escandalizamos de la cruz, nos unimos a ella.

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