LA GRANDEZA DE LA MISA: EL PAN DE VIDA QUE BAJA DEL CIELO

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Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Seguimos con estos discursos eucarísticos que Jesús pronuncia en Cafarnaúm, y este domingo la Iglesia nos invita a detenernos y considerar esa dimensión eucarística que es sobrenatural: el pan que ha bajado del cielo, y por tanto, que antes estaba en el cielo. Porque Jesucristo no se limita a darnos un alimento, por muy espiritual que sea; se da a sí mismo. Por tanto, la misa no es ni una asamblea, ni una fiesta, ni una congregación de personas que piensan igual. La misa es un regalo de Dios, de ese Dios eterno, de ese Dios celeste que baja a la tierra para estar con nosotros, para provocar un encuentro con cada uno de nosotros y, a la vez, con los hermanos en la comunidad.

Por eso, el domingo, que es el día en que nosotros hacemos memoria de la resurrección de Cristo, nos encontramos en las parroquias, allá donde estemos, para permitir que ese pan que baja del cielo, que baja a la tierra, baje a mi tierra. Ir a Misa, estar en Misa, vivir la misa no es ni más ni menos que hacernos presentes en esa bajada, en esa humillación de Jesucristo a la tierra. Y en el colmo de su humillación, cuando entrega su vida en la cruz, nosotros creemos, por verdad de fe, que cada vez que celebramos la Santa Misa estamos presentes en el único sacrificio de Jesucristo, donde entrega su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad al Padre por nuestra salvación. Entonces, creemos que es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario y de su resurrección. Y, por tanto, al estar en Misa estamos delante de Jesús crucificado y resucitado; al estar en Misa estamos delante de Cristo, que se entrega en ese momento. No recordamos lo que hizo, sino que entramos en ese acto redentor.

¿Comprendes que la Misa es lo más grande, lo más importante que ha sucedido en la historia de la humanidad? Es un Dios que baja del cielo para hacerse uno de nosotros y rescatarnos de las esclavitudes, y sobre todo, rescatarnos de la muerte eterna. Por eso, no dudes que cuando vas a Misa vas a tener un encuentro con ese Dios que ha sido capaz de bajar de las alturas. Ya lo celebramos en la Encarnación, ya lo celebramos en Belén, que fue la humillación de Dios. Pero la máxima humillación es cuando se convierte en Cordero inocente, Cordero voluntario degollado por nuestra salvación. Entrega su vida para ser resucitado por el Padre.

Por eso, tendríamos que preguntarnos: ¿cómo estamos en Misa? ¿La vivimos con recogimiento, la vivimos con gratitud? A pesar del calor, de los gritos, de las distracciones, incluso a veces de las canciones que pueden ser más o menos estridentes, ¿nos centramos en el Monte Calvario, nos centramos en el Santo Sepulcro, acompañamos a Cristo en su muerte y resurrección? Vamos a participar, no a asistir como espectadores, a lo más grande que ha pasado en la historia, y entonces, efectivamente, comprenderemos por qué Jesús dice: "Yo soy ese pan de la vida que ha bajado del cielo".

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