LA VERDADERA RIQUEZA: SER POBRES EN ESPÍRITU Y AMAR

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¡Ay de vosotros, los ricos! Hoy escuchamos las Bienaventuranzas en la versión del evangelista San Lucas. Son las mismas, pero tienen un matiz nuevo, y es que, junto a la bienaventuranza, hay una especie de lamento hacia aquellos que no viven la bienaventuranza. Si bien son bienaventurados los pobres, Lucas dice: "¡Ay de vosotros, los ricos!" Es curioso, y no es porque el Señor tuviera manía, repito, hacia la gente con riquezas materiales, sino que la verdadera riqueza mala, digamos, es aquella que te hace creerte propietario absoluto de los bienes de la creación. De tal manera te sientes propietario de esos bienes que, si los tocan, si te los quitan, al final, como que rompen tu vida y te hacen pedazos.

Mirad, todo lo que tenemos lo hemos recibido, porque la vida, todo, es un don. Qué bonito es decir "mi madre", "mi padre", "mi hijo", "mi hija". Lo decimos con ese "mi" personal porque, efectivamente, forman una parte tan importante de nuestro ser, y los amamos tanto que son parte de nosotros, pero no son de nuestra propiedad. No podemos disponer absolutamente de ellos. Sí, cuando los chicos son pequeños, podemos protegerlos, cuidarlos, criarlos hasta que vayan al cielo, pero nunca somos sus propietarios.

Los ricos son personas que habitualmente lo pasan fatal, pero no me refiero solo a los ricos en lo económico. Me refiero a los ricos que se sienten propietarios de muchas cosas, pequeñas o grandes, y que se pasan toda la vida temiendo perder aquello que creen que tienen. Y, efectivamente, cuando llega una pérdida, cuando algo falta, su vida se convierte en una profunda tragedia.

Claro que hay pérdidas dolorosas, como es lógico: cuando fallece una persona querida, cuando se nos quita algo injustamente, eso puede provocar dolor. Pero no tiene por qué descomponer ni desordenar nuestra vida de tal manera que la vida pierda su valor. Cada vida humana tiene un valor en sí misma, porque el hombre no vale por lo que tiene.

¿Acaso una persona que no tenga hijos vale menos que una que sí los tiene? ¿Una persona que no tiene casas vale menos que una que posee muchas? ¿Una persona sin estudios vale menos que una que los tiene? Estamos muy equivocados. No nos define lo que poseemos. Y, sobre todo, no podemos vivir siempre con el miedo, con la dependencia de perder. ¿Y si pierdo la salud? ¿Y si pierdo la familia? ¿Y si pierdo esta casa? Pues la vida es un misterio de recibir, perder y entregar.

Los ricos, en ese sentido, los ricos espirituales, lo pasan bastante mal. Todo es un regalo, todo es un don, y Dios es quien ha querido darte las cosas. Luego, cuando considere que debes disfrutarlas en la eternidad, tal vez te sean arrebatadas en un momento concreto, pero para luego devolvértelas. Hemos escuchado muchas veces que los dones de Dios son irreversibles, y cuando Dios te regala a alguien, no es para dártelo y luego quitártelo, sino para que estés en comunión siempre con esa persona, sobre todo pensando en la resurrección de la carne.

Por eso, vamos a pedirle al Señor saber ser pobres en espíritu, no desear muchas riquezas. La única riqueza que podemos tener es la riqueza de sabernos amados y de saber amar.

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