EL PELIGRO DE UN CONOCIMIENTO SIN AMOR: LA VERDADERA SANTIDAD

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¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! Ayer hablábamos de los guías ciegos; hoy el Señor pone, efectivamente, un nombre concreto a aquellos que, de algún modo, más lo irritaban. Cuando leo en el Evangelio la relación de Jesús con los escribas y fariseos, me preocupa mucho. ¿Por qué? Porque, ¿quiénes eran los escribas y fariseos? Eran los que más sabían de la ley, se sabían prácticamente la Biblia de memoria, no faltaban a un sábado en la sinagoga y cumplían milimétricamente lo que decía la ley. Tenían muy buena formación, lo sabían todo muy bien. Es como si hoy en día fueran aquellos que van a misa todos los días y además rezan con mucho cuidado y devoción. Curiosamente, son estos los que más nervioso ponían al Señor. ¿Por qué? Porque, más que servir a Dios, se servían de Dios para su propio prestigio, y sobre todo, porque todo ese conocimiento que habían adquirido de la Sagrada Escritura ni los acercaba a Dios ni los acercaba a los demás.
Esa frase de Benedicto XVI, que creo que ya he comentado alguna vez: "Todo conocimiento que no lleva al amor es un conocimiento inútil", se aplica especialmente en el caso de nuestro conocimiento de catequesis, de teología, de doctrina cristiana, o del conocimiento de la persona de Jesús. Si Dios nos revela secretos suyos, es para que nos dejemos guiar por Él y sepamos amar mejor a los demás.
¿Cuál fue el pecado de los fariseos y escribas? El pecado fue que, a pesar de saber tantas cosas y tener tanta formación, en el fondo, nunca se preguntaron: ¿Estoy amando bien? ¿Estoy amando de verdad? Todo esto que he recibido, ¿lo entrego o me lo guardo? Todo esto que Dios me ha dado, después de haber estudiado durante años y años en las escuelas teológicas de Jerusalén, invirtiendo su dinero y su tiempo, ¿realmente lo usaban para ser santos? Pero claro, estos señores identificaban la santidad con mucho conocimiento, saber muchas cosas de Dios y cumplir rigurosamente lo que había que cumplir, como si dijeran: "Yo me salvo por mí mismo, porque hago cosas buenas, y Dios me tiene que dar la salvación".
Y digo que me preocupa porque yo, como catolico practicante, creo que tengo formación y tengo que enseñar a las personas, pero también tengo que preguntarme: ¿Esto me lleva a quererlas de verdad? ¿Los quiero de verdad? ¿Me entrego de verdad? ¿Lo hago por ellos o lo hago por mí, para ser un buen catolico? Y esto se puede aplicar a cualquiera: ¿Lo hago por mis hijos o lo hago por mí, para decirme que soy buena madre? ¿Lo hago por los demás o lo hago por mí? Esa falta de rectitud de intención es lo que realmente estropea, aunque sea una obra muy bien hecha. Si no lo hacemos por amor, no sirve para nada. Todo conocimiento que no lleva al amor es un conocimiento inútil.

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