LA SENCILLEZ DE LA FE Y LA SABIDURÍA DIVINA

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Has escondido estas cosas a los sabios. Mirad, Jesucristo no fue a ninguna universidad, ni siquiera estuvo en una escuela rabínica en Jerusalén como las que había entonces, a las que San Pablo acudió. Algunos dicen que pudo conocer a los esenios, que eran también gente muy estudiosa de la Sagrada Escritura, pero no. Jesucristo era un joven normal, creció en Nazaret, y de hecho, cuando va a predicar, la gente dice: "¿De dónde saca esta sabiduría si siempre ha estado con nosotros? Le conocemos de toda la vida."

Porque la propuesta de vida que hace Jesús no es una ideología, no es un sistema de pensamiento. Por eso Jesús dice: "Has escondido estas cosas a los sabios," porque, en definitiva, la buena noticia del Evangelio no es el resultado final de una serie de especulaciones y conclusiones. No, Dios se toma tan en serio al hombre que ha tomado carne humana, y porque nos quiere de verdad, se hace compañero de destino: vive con nosotros, lucha con nosotros, llora con nosotros, muere con nosotros para darnos su resurrección. Y eso o lo aceptas por la fe, o por muy inteligente que seas, por muchos estudios que tengas, no te va a servir.

Nosotros siempre valoramos la inteligencia humana como cualquier virtud humana, y de hecho, la ciencia y la fe se necesitan. Decía Pasteur: "Poca ciencia aleja de Dios, mucha ciencia acerca a Dios." Cuanto más cosas conocemos de la creación, cuanta más belleza vemos en los amaneceres, en las estrellas, en la misma naturaleza, te das cuenta: "Dios mío, esto lo ha hecho alguien que tiene mucha belleza en su interior y que ha sabido plasmar toda esa belleza." Claro que sí, pero no son esas las razones por las cuales creemos. Tenemos que creer desde una sencillez clara: "Señor, ¿por qué voy a dudar? ¿Por qué voy a darle vueltas intentando convencerme con argumentos que sobre todo son intelectuales?"

Y entonces, el fenómeno de la fe se da en el centro de un corazón sencillo. Jesús dice: "Has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños," que es lo mismo que decir los sencillos. A lo mejor eres un gran matemático o una gran médico, sí, podrás tener mucha acumulación de conocimientos y de experiencias, pero te conviene tener un corazón sencillo y no un corazón complicado. Precisamente, la complicación es la mayor enemiga de la sabiduría.

Por eso hoy, con esta palabra de vida, podríamos pedirle: "Señor, dame un corazón sencillo, que no me complique tanto la vida con preguntas como '¿por qué será?' o '¿por qué no será?'." Hay que buscar las razones últimas, hay que pensar que las personas que son complicadas al final siempre acaban muy tensas, con juicios y con miedos. Tengamos un corazón sencillo, un corazón normal, que nuestro sí sea sí y que nuestro no sea no, para saber ser pequeños y poder recibir toda la gracia de la fe. Porque, repito, la fe no es la conclusión de una serie de discursos convincentes. La fe es la aceptación de un amor, como un niño pequeño acepta el amor de sus padres sin cuestionarlo.

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