¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO? LA MISERICORDIA EN ACCIÓN

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¿Quién es mi prójimo? Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen del Rosario. La Virgen del Rosario es una advocación en la que se nos invita a acompañar a Cristo de la mano de la Virgen María, contemplando los misterios de la vida de Cristo: los Gozosos, Dolorosos, Gloriosos y Luminosos. Es como una pequeña catequesis en la que, de la mano de María, vamos viendo cuáles son las actitudes fundamentales de Cristo ante la vida, ante la muerte, ante el dolor, ante la esperanza, llevándonos al gran objetivo, que es la vida de Cristo, la vida de la Iglesia y conocer la misericordia de Dios. Y, porque hemos recibido esa misericordia, estamos llamados a practicarla.

Por eso, fijaos que el Evangelio que coincide hoy (aunque sea el Evangelio del día) es la parábola del Buen Samaritano, en la que alguien pregunta a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?" Jesús responde con esa parábola diciendo que mi prójimo es todo aquel que me encuentro en el camino, que está necesitado, que sufre y que requiere de mi atención. Y eso no es nada cómodo. Fijaos que, en la parábola, un sacerdote ve al enfermo y da un rodeo para no encontrárselo. Un levita también ve al enfermo y lo evita. Solo el samaritano, aquel que es capaz de detenerse, romper sus planes y salir de su comodidad, atiende a la persona herida y rota.

Nuestra verdadera devoción a la Virgen María, nuestro verdadero amor a Jesucristo, pasa por transformar nuestra vida espiritual en una vida de caridad y de implicación con las necesidades de los demás. No es posible que vayamos a misa, recemos y nos golpeemos el pecho si después toda esa vida de oración no la convertimos en obras concretas de amor, especialmente hacia los más débiles. Fijaos que el sacerdote de la parábola seguramente rezaba mucho, al igual que el levita. Sin embargo, su oración no había tocado el corazón; era una oración que permanecía en la mente, pero no alcanzaba a transformar su corazón, que es lo que nos impulsa a actuar y a vivir la fe de manera concreta en nuestras obras diarias.

Siempre debemos preguntarnos si nuestra fe tiene consecuencias concretas en nuestra vida. No solo porque los mandamientos nos prohíban hacer ciertas cosas, sino porque Dios nos invita a salir al encuentro de los demás y a atenderles de manera especial, ya que en ellos está Cristo. Por tanto, podemos preguntarnos: ¿A qué personas evito? ¿Con quién no me gusta ser amable? ¿A quién intento no encontrarme para no tener que soportar una situación incómoda? Ese es mi prójimo. Ahí me está esperando Jesucristo. Y sabemos que el Señor nos espera para que, al atender a los demás, podamos alcanzar una mayor identificación con Él y recibir su gracia.

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